Y llegó un nuevo 11. No el que llenará los documentales de NatGeo o Discovery, con Bush declarando la guerra al terrorismo y los valerosos Yankees levantándose de las cenizas.
Aquí también hay un pueblo levantándose de las cenizas. Y también hay una guerra al terrorismo, pero al terrorismo de Estado. Sí, ya lo sé: van 41 años y aún no damos vuelta la página. Cierto. ¿Podremos hacerlo algún día? Tal vez. Yo espero que sí. Pero para eso falta una sola cosa que es fundamental: justicia.
Resulta en extremo violento escuchar a algunos pidiendo que avancemos, que no nos quedemos en el pasado, cuando han sido ellos mismos, si no los autores, al menos encubridores o partidarios de quienes cometieron los crímenes en forma sistemática e impune.
Pasará otro 11. Los noticiarios se llenarán de barricadas, Carabineros y políticos sonriendo con la burla de su dieta, expresando lo necesario que es que el país mire hacia adelante. Y quienes aún esperan, tras 41 años, que su papá, su hermano, su esposa, su hija, vuelvan a entrar por la puerta de su casa, llorarán silenciosamente su historia tan conocida pero tan anónima.
Para las generaciones más jóvenes (y para algunos que no lo son tanto, pero prefieren hacerse los ignorantes) no siempre es fácil de entender, y creo que lo mejor es ejemplificarlo: un delincuente tortura, viola y asesina a tu hija, a tu hermana o a tu mamá. Luego, vuelve hasta tu casa, llama a tu puerta y te dice “¿Sabes qué?, no te quedes en lo que pasó, mejor demos vuelta la página y avancemos por el bien de todos”. En eso, tú, mediante las herramientas que te entregan las leyes, consigues que se le lleve a juicio y se le condene. Pero lo envían a un recinto en que no está junto con los demás presos, sino que tiene Internet, visitas, y si se enferma lo llevan a un hospital privado. Y, más encima, tiene una pensión y regalías costeadas por tus propios impuestos.
Es sumamente necesario que nuestro Chile amado pueda de una vez por todas dar ese paso definitivo a la reconciliación. Pero para eso falta lo indispensable y es que se sepa toda, pero realmente toda la verdad. Que los que conocen lo que ocurrió den un paso al frente y lo digan. Que los Allamand, los Longueira, los Moreira, los Cardemil, dejen de mirar hacia el lado y, como integrantes de nuestra nueva vida civil, digan lo que pasó mientras ellos colaboraban con la dictadura militar. Que las Fuerzas Armadas desclasifiquen los archivos y nos dejen enterrar a nuestros muertos. Que el Estado les suprima las pensiones a los violadores de los derechos fundamentales, del lado que sean. Y que los que están en una cárcel estén en la misma que ocupan los otros violadores, asesinos y ladrones. Insisto, del lado que sean. Ninguna vida vale más que otra.
Pasará otro 11. Los noticiarios se llenarán de barricadas, Carabineros y políticos sonriendo con la burla de su dieta, expresando lo necesario que es que el país mire hacia adelante. Y quienes aún esperan, tras 41 años, que su papá, su hermano, su esposa, su hija, vuelvan a entrar por la puerta de su casa, llorarán silenciosamente su historia tan conocida pero tan anónima.
No olvidaremos. Pero podremos aliviar el dolor cuando la justicia llegue realmente como lo prometió la democracia, cuando tengamos una tumba donde llevar las flores, y cuando podamos mirar las fotos con la tranquilidad de que aquella justicia al fin cumplió su labor.
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Foto: Elkioscobloggero
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