La debilidad que enfrenta el Relato del Gobierno es idénticamente proporcional el esfuerzo por justificar justamente lo contrario, que no hay nada que explicar, que el Relato sigue igual.
Durar, lo que se dice durar, duró lo que el diablo en misa, algo más de 100 días. El Relato, claro está, el Relato de un Gobierno destinado a impulsar transformaciones profundas de nuestro quehacer democrático y del “modelo”, para encaminar a la sociedad chilena a un “otro modelo”.
Se transitó, sin solución de continuidad y a velocidad inesperada, de la épica del centro cívico de la comuna Del Bosque al crujido de galletas del té en una casa acomodada de Las Condes.
No se trata de lo que pueda suceder en “realidad”, claro está. Ni de lo que sea bueno para el país, que bien puede ser cierto que eso lo sepan, antes que los Diputados, un selecto grupo de técnicos, además de la oposición al Gobierno actual. Se trata solamente de la más que probable defunción del Relato, de lo que da coherencia a la acción, tan difícil de valorar, de un Gobierno.
Y el Relato tendrá corta vida, porque al Gobierno le va a costar mucho restaurar su credibilidad narrativa. Le costará tanto o más que lo que le costó demostrar las bondades de su propuesta tributaria inicial demostrar que la que se deriva del “acuerdo”, y sus formas, constituye una modificación del sistema tributario acorde a su impronta política refundacional.
No es fácil es la tarea.
Que si es mejor la renta presunta o la atribuida, que si las medidas eran inconstitucionales, que si la tasa del 27% termina en un 40%, que si eso es más o menos que en el promedio de los países de la OCDE, que si a los que les interesa y pueden eludir tiene más o menos posibilidades de hacerlo, que si el objetivo era eliminar el FUT, la elusión y tener una fiscalidad más equitativa, y que ahora el objetivo es sólo la recaudación de US$ 8.200 millones, sin importar el cómo se recauden, que si el corazón de la reforma era el que era, o era el que ahora dicen que es, dependiendo también de quien lo dice ahora, que si hay un riesgo de desaceleración y si importa tanto, que si había que acabar con un sistema de decisión cooptado por elites tecnocráticas, y que ahora acuerdos a puerta cerrada no son señales de la “mala política”, sino de voluntad de dialogo.
Que sólo se es democrático en Democracia si lo que se decide se basa en el diálogo a pesar de tener mayorías, cuando en otras latitudes, véase España por ejemplo, tanto o más democrática que la nuestra, un Gobierno con mayoría absoluta la ha utilizado a destajo y con gran oposición (nada de acuerdo o diálogos) para modificar aspectos estructurales de la convivencia nacional de ese país, como lo es el Estado del Bienestar construido en los últimos 40 años, porque entendió que era su deber hacerlo así, y porque las urnas lo habían mandatado y legitimado para aquello, y al parecer con unos primeros visos de buenos resultados.
Demasiadas preguntas que responder de forma coherente como para poder mantener una unidad narrativa convincente. Porque claro, condición para que el oyente crea en los elementos taumatúrgicos de una narrativa, es decir, en aquellos elementos difícilmente justificables racionalmente uno a uno, y que constituyen la médula de todo relato, es que éste no muestre fisuras, que no incorpore aspectos cuestionables, que sea como un cuento, y que la confianza en el narrador, para encontrar las mágicas soluciones a las encrucijadas con que el personaje central se topa, no sean puestas en duda.
La debilidad que enfrenta el Relato del Gobierno es idénticamente proporcional el esfuerzo por justificar justamente lo contrario, que no hay nada que explicar, que el Relato sigue igual.
Un gobierno sin relato va a la deriva, como fue el caso del anterior, que puede haberlo hecho bien, como algunas cifras parecen demostrarlo, pero que no pudo encajar ese “ir bien”, en una perspectiva, en un marco de valor, en una narrativa unificadora.
Entonces, lo más probable es que el Gobierno deba abordar el reto de identificar un nuevo Relato, el del consenso, pero sin consenso, el de la clase media, de la estabilidad, etcétera, si no quiere quedar huérfano de argamasa unificadora.
Este movimiento pendular no obstante, va a dejar algunos grupos sociales huérfanos, aquellos que se identifican con la necesidad de cambios profundos del Chile de hoy, y por eso no es de extrañar, que al mismo tiempo que se incorporan nuevos elementos al Relato del Gobierno, se intente convencer, de que el viejo Relato sigue vivo, de que lo que no parece ser, si es, si es el cambio estructural que una parte de sus votantes estaba esperando.
Pero como justamente la función del Relato es hacer creíble algo que no hay cómo razonar uno a uno, esta estrategia puede que resulte infructuosa, pues con todas estas interrogantes que la reforma tributaria ha puesto encima de la mesa, ¿por qué van a creerlo sin más?
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