Con esta gesta de la abulia se manifestó aquí una ausencia total de solidaridad con la cosa pública, dejando entrever los peligros de esta llamada era del vacío, que conduce a la atrofia psíquica del hombre, y que convierte en ilusoria y ridícula la pretensión de nuestras autoridades de alcanzar el desarrollo en el corto plazo.
Es un hecho que la escasa participación ciudadana en los comicios municipales viene a generar una alarmante preocupación por la salud de la democracia chilena. Y de paso viene a poner en tela de juicio la inscripción automática y el voto voluntario.
La idea republicana respecto del voto obligatorio implica que el sufragante ejerciendo un derecho debe cumplir con un deber cívico. Además, estudios comparados en países que han transitado del voto obligatorio al voluntario, demuestran que la tendencia manifestada en sus comicios es una evidente concentración del sufragio en sectores de más altos ingresos y, consecuentemente, con mayores índices de educación, lo que vendría a dibujar una situación antidemocrática. Esta sola observación nos estaría indicando que el legislador habría hecho una mala lectura de la realidad cultural del votante chileno, que cual hijo del rigor, siempre está dispuesto a reaccionar bajo presión. Sin olvidar que está en el ADN del hombre, como especie, solventar sus necesidades con el menor esfuerzo posible, lo que proyectado al voto voluntario, es como una oportunidad de dejar al arbitrio de otros sus responsabilidades políticas. Por eso, el constituyente histórico entendió que el sufragio debía ser de carácter obligatorio, y creyó prudente acotar la libertad ciudadana sólo a la posibilidad de anular el voto en el acto del sufragio o votar en blanco. Ampliar estos espacios de libertad tiene el sentido de congeniar desarrollo cultural y tecnológico con desarrollo económico, cuestión que está lejos de darse en Chile con una educación pública tan desmedrada como la nuestra. Mientras tanto, debemos tener conciencia de que hay obligaciones cívicas que tienen más que ver con la salud de la Nación, que con camisas de fuerza para el votante. Por eso, como Estado debemos preguntarnos: ¿Con qué obligaciones nos quedamos para que el cuerpo social funcione de acuerdo a una pauta de empoderamiento democrático?
El proceso del día 28 de octubre desnudó la realidad cultural de nuestra sociedad, y de paso puso el dedo en la llaga en las debilidades de nuestra educación pública, toda vez que este gesto de abulia –separando, por supuesto, la abstención consciente- revela una nula preparación cívica y un notable desinterés de los ciudadanos de a pie por los avatares de las cuestiones públicas, dado que son los sectores de bajos ingresos los verdaderos protagonistas de este desinterés que se ha fraguado en el abandono en que se encuentran, respecto de su formación política a cargo del Estado. Insertos en la globalización y en el imperio sin contrapeso de los mercados abiertos adoptados por el neoliberalismo, que indefectiblemente afecta el desenvolvimiento de las culturas locales y la pérdida de identidad de las naciones menos desarrolladas, los chilenos no somos más que una consecuencia política de la ausencia en nuestros procesos educativos de enseñanza básica y media, tanto del estudio de disciplinas de pensamiento puro como de disciplinas vinculadas a los asuntos de la polis,como sería el ramo de educación cívica, desterrado de nuestros programas desde la época de la dictadura y jamás repuesto hasta nuestros días, por ningún gobierno democrático. De modo que nuestros jóvenes, sometidos al sólo afán dela competencia deshumanizante del mercado neoliberal, no conocen de procesos formativos de este orden, por lo que están al margen de internalizar conceptos fundamentales que, de ser activados, los llevarían a ejercer conscientemente su derecho a elegir.
Ahora, ante la pregunta de qué está opinando la gente que no votó, podría decirse que una parte importante lo constituyó la postura de los que no creyeron que votar mejoraría las cosas; y la de aquellos que, siendo una minoría, acataron el llamado de la ACES para no concurrir a las urnas. Ambas posiciones constituyen lo que llamaremos abstención ideológica. Sin embargo, frente a esas legítimas posturas de desafección política, está también la de los que se alegraron de disfrutar de un día libre para la expansión lúdica, confiados de que no iban a ser multados, y que constituyen la inmensa mayoría de los abstinentes. Por cierto que en estas observaciones están consideradas también otras causales legítimas de abstención. Sin embargo, la estremecedora cifra de cerca de 8 millones de abstinentes, revela que algo muy profundo está ocurriendo en el seno de nuestra sociedad, sin desconocer la reconfortante presencia allí, de aquel voto duro, consciente e ideológico, representado por la base ciudadana del antiguo padrón electoral -de gente mayor y jóvenes adultos acostumbrados a batallar mediante el sufragio.
La presencia de aquella descomunal abstinencia, revelaría la ninguna importancia que estos votantes potenciales le asignan a la participación, y que, si muchos lo hicieron hasta antes de esta última elección, fue porque no querían ser multados por no concurrir a las urnas. A la voz del voto voluntario, libre de toda amenaza, se volcaron masivamente al disfrute de su propia apatía. Cuestión que vendría a demostrar cuán feble es la preocupación del Estado por la formación cívica de los chilenos, y cuán poderosa es la banalización de nuestra cultura en brazos de la globalización y elneoliberalismo, cuyo acento está radicado en el lucro y la frivolización de las costumbres.
Con esta gesta de la abulia se manifestó aquí una ausencia total de solidaridad con la cosa pública, dejando entrever los peligros de esta llamada era del vacío, que conduce a la atrofia psíquica del hombre, y que convierte en ilusoria y ridícula la pretensión de nuestras autoridades de alcanzar el desarrollo en el corto plazo. No basta el crecimiento económico, si no va de la mano del crecimiento cultural y social, para evitar el suicidio de la democracia. Creemos que este es el principal mensaje político y cultural de la debacle del voto voluntario en Chile, para el cual no estábamos preparados. En esta coyuntura, sólo nos queda asumir que la única manera que tenemos de contrarrestar este fenómeno, es no abandonar los esfuerzos por instalar contrapesos espirituales de carácter formativo, en el centro mismo de la educación pública, poniendo el acento en la solidaridad como mecanismo de responsabilidad y participación en todos los ámbitos del quehacer nacional.
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Foto: Red MI VOZ / Licencia CC
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