Si queremos que los ciudadanos voten informados y conscientes, debemos entregar una oferta de contenidos que sea medible por ellos mismos. Es decir, un programa sencillo y claro; sin tanta retórica. Todos los candidatos saben que esta elección será muy distinta que la pasada y por lo tanto la estrategia debe partir por humanizar el discurso.
La Sra. Juanita ya no es la misma, y sus hijos y nietos tampoco. ¿Cómo reecantarlos?, pues una forma es ser sensibles de lo cotidiano, de sus vidas y plasmarlo en una hoja de ruta que los considere a todos y todas. El programa de gobierno de la Presidenta Bachelet recogió muchas sensibilidades y ha intentado cumplir cada uno de los compromisos. No ha sido fácil implementar reformas estructurales. Serán las futuras generaciones las que evaluarán.
«El voto programático es más que una consigna. Es una posibilidad cierta de hacer de la política, en campaña, una forma distinta y generosa de entender el ejercicio.»
Dicho lo anterior, creo firmemente en que la pedagogía política es una acción necesaria para lo que viene. ¿Será posible que las candidaturas presidenciales y parlamentarias propongan como tareas inmediatas y de largo plazo un programa construido participativamente sin letra chica? Suena efectivamente algo básico y de “Perogrullo”. Sin embargo no siempre está en el “ADN” de los candidatos. La decisión política de hacer participar a la gente de los ejes del trabajo futuro no siempre es del gusto de la mayoría, ya que se piensa que “esa gente” no sabe lo que es realmente relevante para el país. La iluminación intelectual de quienes históricamente han escrito y llevado a cabo los programas de gobierno se cruza con la valiente posibilidad de traspasar poder al “ciudadano de a pie”.
El voto programático es más que una consigna. Es una posibilidad cierta de hacer de la política, en campaña, una forma distinta y generosa de entender el ejercicio. Lo interesante es que en otros países el voto programático es parte de la regulación constitucional, en donde el incumplimiento puede dar por terminado el mandato del gobernante (Intendente o Alcalde).
Recuerdo que en una campaña a diputado de un amigo personal, propusimos junto a profesionales y dirigentes sociales un programa parlamentario participativo que finalmente inscribimos en una notaría. La idea era hacerse responsable públicamente de los compromisos y que esté a disposición de todos los ciudadanos, con formas de medición de indicadores y control de gestión. Nuestra experiencia de campaña parlamentaria fue audaz pero no ganamos. De pronto nos faltó tiempo, mayor conocimiento del candidato y simplemente actuar como todos los hacían, es decir, prometer más que comprometer.
En función de esa experiencia, creo firmemente, dejando de lado el resultado, que se puede extrapolar el romanticismo de proponer un voto programático a una fascinante alternativa de hacer política. Nuestra gente ya no cree lo mismo que antes, quiere ver “hechos concretos”, que se le solucionen los “problemas reales”. Y claro, son frases hechas y famosas, manejadas por quienes volantean un vehículo que le habla al votante clásico y que no ven un nicho distinto de gente que pueda construir, dialogar y hacer seguimiento responsable del Chile de hoy.
La experiencia sirve, pero hay que ir más allá de lo que ya se hizo, valorando que está instalado en la opinión pública que los programas de gobiernos son un bien necesario. Pensar en que no sea sólo voluntaria la decisión de invitar a incidir colectivamente es una tarea mayor, parte de la discusión constitucional. Lo concreto es que no se gobierna en el aire, sin un foco y sólo con entusiasmo. El punto es la profundidad de ese programa, cómo lo medimos y cómo participa la ciudadanía. El votar un programa es más que un slogan de campaña, es a mi juicio, el gran desafío de los líderes y lideresas para construir una democracia participativa a la altura de los nuevos tiempos.
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