En concordancia con lo que han pronosticado las agencias internacionales de calificación, en el sentido de que cualquiera sea el resultado de la segunda vuelta de la elección presidencial del 17 de diciembre, Chile crecerá en el 2018, estimo que en lo político-institucional también estamos llegando al punto de inflexión para dotarnos de normas de plena legitimidad democrática que reemplacen aquellas impuestas por la dictadura y conservadas en su esencia en toda la etapa postdictatorial.
Los resultados de las elecciones parlamentarias tras la abolición del sistema electoral binominal, han dado al traste con el artificioso y forzado bipartidismo entre Alianza y Concertación y sus coaliciones sucesoras actuales. El binominal siempre fue una anomalía de nuestra democracia, en la medida que no es ni mayoritario ni proporcional, sino minoritario (33%=66%) y nunca ha sido usado por democracia alguna en el mundo, antes bien, sólo por la desaparecida dictadura comunista del general Jaruzelski en Polonia.
¿Qué mejor demostración de que la representación que ha otorgado el binominal por décadas al “aliancertacionismo” falseaba la voluntad de los electores que las sonadas derrotas de incumbentes de larga trayectoria como Andrade, Eguiluz, Escalona, Hasbún, León, Nogueira, Rossi, Walker o Zaldívar? Estos fiascos electorales demuestran que ha vuelto la sana competencia y el poder de decisión de los electores por sobre el poder incontrarrestable que hasta ahora habían ejercido las cúpulas partidistas.
Ante este nuevo escenario de mayor pluralismo, representatividad y consecuente legitimidad del próximo Congreso Nacional, cobra actualidad el tema del régimen político o sistema de gobierno que más nos conviene adoptar en la nueva Constitución. Aquél tendrá efecto directo en el mejor aprovechamiento que podamos darle a este posible renacimiento del que debe ser el principal poder del Estado, como actual depositario de la soberanía popular, en vez de la corporación binominalmente cuoteada que nos legó la dictadura.
Si en algo existe unanimidad entre quienes se preocupan, escriben y opinan sobre el contenido de una nueva Constitución a todo lo ancho del espectro político, es en lo inadecuado del presidencialismo de la Constitución del 1980. Frente al sistema presidencial, están las alternativas del sistema de gobierno semipresidencial –el que ha suscitado más adhesión entre las cúpulas partidistas- y el sistema parlamentario de gobierno, el más extendido en el mundo, con la sola excepción de Estados Unidos y su “patio trasero”. Ambos sistemas separan las magistraturas del jefe de Estado o presidente de la república y del jefe de gobierno o primer ministro.
El binominal siempre fue una anomalía de nuestra democracia, en la medida que no es ni mayoritario ni proporcional, sino minoritario (33%=66%)
El tema es que el sistema político y la parte orgánica en general, es lo más importante de cualquier Constitución porque establece las instituciones que ponen en funcionamiento el ejercicio del poder y de las que depende el cumplimiento de los derechos y garantías constitucionales.
Estos son temas que no podrán ser esquivados por el próximo gobierno ante lo renovado y plural de la composición del nuevo Congreso Nacional, amén del reempoderamiento ciudadano que nos garantiza la adopción de un sistema electoral plenamente democrático.
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