A propósito de la falta de liderazgos políticos emergentes en nuestra sociedad y la crisis de representación de la que tanto se habla por estos días, se me vino a la memoria el sinnúmero de twitteos, comentarios de facebook y de varias amistades que plantean que en la actualidad, “los políticos son más bien dinosaurios pasados de moda”, que “debieran dar paso a los jóvenes”; que “gobiernan los mismos de siempre”, que “sólo cambian de silla” y que mejor “se jubilen”, etcétera.
Es como si en política, la juventud, más que una característica propia del ciclo evolutivo del ser humano se hubiese convertido de pronto en una virtud, magnificada, exacerbada y endiosada; y por el contrario, el paso de los años, la experiencia adquirida y la madurez fueran un tumor maligno que hubiese que erradicar. Concuerdo, la crisis de liderazgo y representación existe y es evidente, pero no por las razones que se han dado.
Lo que sucede no es otra cosa que el agotamiento de un modelo, de una forma de gobernar que durante años, después de la dictadura, contentó las necesidades de una ciudadanía tremendamente temerosa, y por lo mismo muy poco inquisidora; que tuvo sobre sus hombros el pesado recuerdo de un período flagelante y castrador. Nos asimos a una democracia sui generis, que más que un logro revolucionario fortalecido por el poder popular, emergió como una concesión golpista de los militares que dejaron en claro que, a la más mínima provocación, retomaban las armas. Al menos así lo percibimos algunos.
Seamos honestos: en esta historia la responsabilidad es compartida, no sólo es de Frei, Lagos o Bachelet. Yo tampoco creía que era posible exigir, gritar y patalear. También le tuve miedo a la derecha y el fantasma de otro golpe de estado rondó por mi cabeza por muchos años. El “nunca más” a la larga nos hizo cómplices de un letargo político-social autoimpuesto. A costa de lo que fuera, con tal de que no bombardearan La Moneda otra vez, nos negamos sistemáticamente a la posibilidad de un cambio real.
Por consiguiente, nos conformamos con los consensos, los acuerdos y los candidatos nombrados a dedo, mientras los partidos transaron las demandas de los trabajadores sin miramientos con el empresariado, para que estuvieran tranquilos y contentos; la educación, con la debacle que todos conocemos, permaneció intacta, para que los privados no pusieran el grito en el cielo. Temas como el divorcio, la legalización del aborto y el postnatal fueron resistidos hasta más no poder y muchas por ser opciones “poco católicas” seguirán siendo desatendidas y silenciadas desde el Ejecutivo, el Congreso y la Iglesia, sin importar al opinión de las personas.
Estas y otras tantas muletillas del modelo parecieron ser la única vía para gobernar en democracia y en paz, pero no contábamos con que finalmente la olla a presión de tanto ponerla en la hoguera tenía que explotar, porque no hay mal que dure cien años ni persona que lo aguante.
Finalmente, el miedo se convirtió en desencanto y el desencanto en rabia. No sólo la Concertación no entendió el mensaje; la derecha, que sólo tenía como ejemplo a la dictadura, tampoco respondió las expectativas y ahora muchos de sus adeptos declaran abiertamente –al menos en twitter-, que Piñera es el mesías porque tiene millones de arrepentidos.
Con todas las evidencias, desde la Izquierda y la Derecha aún nos siguen tratando como niños analfabetos, gobernándonos pero sin dejarnos gobernar, obligándonos a obedecer, pero sin obedecernos. Y es que el problema no es que sigan los mismos a la cabeza del poder, que tengan muchos años, o que se roten en los cargos políticos, el problema es que sus dogmas y paradigmas no han cambiado un ápice y para este Chile ya no sirven. Lo que hay que renovar no es el cuerpo en este caso, sino la mente y por qué no, el espíritu.
¿De qué sirve sucumbir ante un semillero de políticos y militantes jóvenes si replican las mismas molduras ya vencidas? ¿De qué sirve la emergencia de una Camila Vallejo, si mientras insta a los jóvenes a salir a la calle en pos de una educación gratuita y democrática, por otro lado y siguiendo la vieja doctrina de obediencia PC, nos dice que Fidel es una luz para Chile?
En este Chile que ya no tiene miedo hay que comenzar de cero, hay que aprender a gobernar de nuevo, porque no se trata de Andrade o Walker y sus acuerdos entre cuatro o menos paredes; esto se trata de nosotros y nuestros sueños. Se trata de que ya nos cansamos de transar.
Por último y parafraseando al poeta Oliverio Girondo: “No se me importa un pito que los políticos tengan el rostro como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! y en esto soy irreductible, no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan gobernar”.
——-
Foto: Truthout.org / Licencia CC
Comentarios