El anuncio del gobierno del presidente Piñera en orden a clasificar los establecimientos educacionales según su rendimiento en colores: verde, amarillo y rojo, más que innovación resulta ser una medida altamente segregadora.
Y es que la lógica a la base de tal medida se sustenta en la competencia, pero parte de diversos supuestos erróneos.
En primer lugar, no considera que los puntos de partida de los diversos establecimientos no son los mismos. Existen diferencias abismales en términos de infraestructura y equipamiento, lo que incide en la calidad recibida por los estudiantes.
En segundo lugar, no toma en cuenta las diversas barreras a la entrada que establecen muchos colegios. Mientras los particulares subvencionados y los privados tienen la facultad de establecer diversos mecanismos de selección de sus alumnos para terminar quedándose así con “los mejores”, los municipalizados están obligados a admitir a todos aquellos estudiantes que lo soliciten, independientemente de sus características personales.
En tercer lugar, no considera las importantes brechas que pueden existir entre los establecimientos en función de las características familiares, esencialmente en relación con los niveles de ingreso y los niveles educacionales alcanzados por los padres y madres, factores que tienen una influencia directa también en el rendimiento de sus hijos e hijas.
En cuarto lugar, esta medida implícitamente atribuye el resultado de las pruebas escolares de manera exclusiva a temas de buena o mala gestión de los directivos de los colegios, negando así los problemas estructurales que están en la base del sistema educativo chileno.
Las consecuencias de este tipo de medidas vendrán, lamentablemente, a profundizar la ya segregada situación existente en el país entre los escolares. Las diferencias, a nivel de convivencia comunitaria, se verán potenciadas. “Yo soy de un colegio particular subvencionado, mis papás pagan $30.000 a mes y somos de color verde. Tú en cambio, pobre infeliz, eres sólo de uno municipal, tus papás no paga ni uno y más encima son rojos”.
La lógica de la competencia en este sentido es altamente perniciosa porque, como dijeran Engels y Navia (2006), de lo que se trata es de emparejar la cancha como una condición sine qua non para que la competencia tenga validez. De lo contrario, esta medida que supuestamente apunta a reducir el “fallo de información” en educación no será más que un argumento falaz que terminará profundizando estigmas y desigualdades en la sociedad chilena.
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