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Venezuela y el «principio portaliano»

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No sólo es importante saber dónde queremos llegar, sino el cómo; y no invertir lo que consideramos medios, a aquello que es nuestro fin político. La historia, a veces crudamente, nos ha enseñado lo poco efectiva de la promesa de vano enamorado que es el “principio portaliano”.

Los últimos acontecimientos en Venezuela deben importarnos no sólo porque se trata de un país hermano que vive momentos de tensión y agitamiento político que ya ha tomado vidas tanto en partidarios de gobierno como de la oposición.

No. Resulta importante además porque las reacciones que ha generado dentro de nuestro debate público, permiten conocer algo de nosotros mismos, o más bien de como las distintas sensibilidades dentro de nuestro País entienden el proceso político.

Como en muchos temas respecto de la política internacional, suelen encontrarse posiciones bastante vehementes y antagónicas.

Desde un lado, se pone el grito al cielo contra el “falso progresismo, que está conforme con que se prive afuera de los derechos que se reclaman en nuestros país”, haciendo referencia a la posibilidad de manifestarse, marchar, y cuestionar al poder político. Se reclama entonces que haya consecuencia, y vigencia de dichos derechos fundamentales.

Desde la otra vereda pocas veces se va al fondo de esta acusación y se replica que dichas manifestaciones no deben ser tomadas ingenuamente, ya que responden a un “intento de desestabilización, acaparamiento de alimentos y de golpismo que busca pasar por encima de las decisiones soberanas del pueblo venezolano, y cortar por esa vía el camino revolucionario que ha escogido”[1]. En mismo sentido, las Juventudes Comunistas de Chile señalan que la oposición estaría intentando “generar un clima de descontento social y de desestabilización institucional que permita generar las condiciones para implementar el plan golpista del gobierno estadounidense con los sectores fascistas de la oposición venezolana, para detener el proyecto bolivariano”[2].

Asimismo, se adiciona a esta idea (que se trata de un plan de desestabilización) el hecho de que Maduro ha sido electo democráticamente en unas elecciones con gran participación y, finalmente, que los interlocutorios son poco idóneos toda vez que (al revés de las acusaciones recibidas), demandan en el extranjero derechos que en el Chile cuestionan (en referencia a las marchas estudiantiles).

Así las cosas, gran parte de la discusión termina en las recíprocas exigencias de coherencia entre los opinantes, o bien porque se apela a hechos distintos (la legitimidad de Maduro y el proceso bolivariano para algunos, la necesidad en condenar los hechos de violencia por otros).

Este desencuentro deja en pie varias interrogantes:

a) Entre quienes se alzan críticamente contra el gobierno de Maduro desde nuestro país, ¿nada tiene que decirnos el hecho de que éste fue electo democráticamente? Pues sí, que ha sido electo institucionalmente y que, por tanto, cualquier intento de poner fin anticipado a su gobierno no puede sino disponer de la misma legitimidad democrática e institucional, aborreciendo por tanto cualquier intento golpista.

¿Debe sernos indiferente que existan maniobras foráneas para influir el proceso político en un país? En principio no parece, de por sí, algo negativo, sino que habría que distinguir su medida y si reemplaza o no a la voluntad de los representantes democráticos en que el pueblo soberano ha confiado el gobierno. Es sabido que en la Guerra Fría los “bandos irreconciliables” recibieron ayuda económica y política desde el exterior, en este caso de la URSS y de EEUU, y de este último país también para la campaña del No.

Sí debiera rechazarse las intromisiones indebidas de empresas privadas (que por su naturaleza buscan su interés individual y no el bien común de respectiva sociedad) en el proceso político.

b) Para quienes, ante los últimos hechos, optan por hacer énfasis en la defensa del proceso boliviariano, con los argumentos ya citados, caben varias preguntas también. ¿Cuáles serían las acciones que buscan desestabilizar el gobierno? ¿En qué medida lo que hemos visto estos días –efectivamente- logra ese objetivo? En caso de que efectivamente parte de las movilizaciones estuvieran motivadas desde el extranjero, ¿resta legitimidad y razón al contenido de las protestas? ¿Es justificable el nivel de represión observado en aras de la seguridad del Estado y la sociedad (y no del proyecto político oficialista? (O un paso antes, para algunos, ¿pueden separarse ambas cosas?).

En nuestro criollo debate poco de esto se ha preguntado y mucho menos aún, respondido. No parece razonable cuestionar la legitimidad de Maduro (por más que nuestras visiones sobre la preservación del pluralismo político en Venezuela varíen). Cualquier golpe de Estado ha de ser tajantemente rechazado. Sin embargo, esta legitimidad en el origen no deja a salvo que el gobierno pueda amparar o cometer violaciones a los derechos humanos (y no contrapongo aquí legitimidad de origen y de ejercicio, pues ésta última es una categoría escolástica cuyos requisitos resultan de difícil comprobación).

Por otro lado, la objeción de la inconsecuencia de los interlocutores (que sólo alcanza a quienes efectivamente usan criterios dispares en Chile y Venezuela) plantea un asunto que es importante: ¿bajo qué circunstancias la movilización social, libertad de reunión, de expresión y de prensa, son derechos fundamentales?

Para algunos habrá una respuesta obvia: siempre, pues son fundamentales. Pero esto, que aparentemente es evidente, puede ser y es controvertido muchas veces desde expresiones políticas más autoritarias. Por cierto, pocas veces frontalmente. Algunos invocaron la “democracia protegida” (de sí misma) como límite de aquellos, y desde una lectura más marxista, se trata de derechos burgueses, que en todo caso son posteriores en importancia a la igualdad material o al acceso universal a derechos sociales. Es lo que algunos cubanos adherentes al régimen también utilizan para justificar la restricción de éstos derechos.

Pero no sólo en éstos contextos dichos derechos se niegan “indirectamente”, sino que además se propone que la plena libertad vendrá en un momento posterior, que amerita sufrir en el presente dichas privaciones o restricciones a las libertades.

Esto es lo que Atria [3] denomina “principio portaliano”, en alusión a su idea de que “la Democracia, que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo en los países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera República (…) La República es el sistema que hay que adoptar; ¿pero sabe cómo yo la entiendo para estos países? Un Gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes. Cuando se hayan moralizado, venga el Gobierno completamente liberal, libre y lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos”[4].

Ciertamente, sólo quienes defienden que haya “una virtud” o un “hombre nuevo” al que se pueda modelar o corregir al actual hombre (vicioso, o “enajenado”) puede reclamar esta estrategia. Sin embargo es ingenuo pensar que el medio no influye en el fin, y que al autoritarismo “necesario” no deja su huella ni dice algo sobre cómo entendemos el fin.

Esto es mucho más importante, a mi juicio, para la izquierda que para la derecha conservadora. Esto porque éste último sector apuntaría con el principio portaliano a mejorar la virtud individual de los individuos (pues no tiene afanes trasformadores de las estructuras políticas, económicas y sociales), mientras que la izquierda sí dispondría de un programa de transformación individual y estructural más ambicioso.

Así, mucho depende si queremos “construir el socialismo” o el “comunitarismo” entendiendo instrumentalmente los derechos de expresión, reunión, de prensa, de asociación, la democracia en sentido “formal” (elecciones periódicas, división de funciones del Estado, etc) o si labrar el “hombre nuevo en la comunidad nueva” requiere de éstos, aunque vulnerables en muchas formas bajo la forma “burguesa”. ¿Qué aprecio tenemos a estos derechos por sí mismos? Es una interrogante que a la luz de las diversas declaraciones de los últimos días en torno a los hechos en Venezuela, no queda tan claro.

Estas garantías no deben competir con los anhelos de mayor democracia material (no sólo formal), sino que éstas son condiciones de posibilidad de lo que, en último término, está detrás de la búsqueda de democracia e igualdad material: reconocernos como comunidad, donde la persona es intrínsecamente digna.

El ideal de realización personal y recíproca que promueve el comunitarismo y socialismo democrático no pueden ser sino corruptos por medios autoritarios. Este Otro, por el cual estamos dispuestos a luchar para que tenga pan y educación, es un infinito que es más fuerte que el homicidio, ya nos resiste en su rostro y su rostro, es la expresión original, es la primera palabra; “no matarás”[5].

Un proyecto político no puede ser transformador a costa de la de la violencia. No si se funda, justamente, en la máxima realización personal, que creemos imposible sin comunidad, de un Otro. La presentación de ese Otro es “la no-violencia por excelencia, porque, en lugar de herir mi libertad, la llama a la responsabilidad y la instaura. No-violencia que mantiene la pluralidad del mismo y del Otro. Es paz”[6].

Por tanto, no sólo es importante saber dónde queremos llegar, sino el cómo; y no invertir lo que consideramos medios, a aquello que es nuestro fin político. La historia, a veces crudamente, nos ha enseñado lo poco efectiva de la promesa de vano enamorado que es el “principio portaliano”.

Preguntémonos ahora qué rol juegan los derechos humanos, la realización recíproca, la lucha por igualdad material, el respeto a la dignidad del Otro en nuestro proyecto político. ¿Están en conflicto? ¿Realmente creemos que una de estas cosas se subordinan a otras, “hasta que sea el momento indicado” sin daño?

Notas: 

[1] Declaración Pública FECh, 15 de enero de 2014.

[2] Declaración Pública JJCC, 13 de enero de 2014.

[3] Atria, Fernando. Neoliberalismo con Rostro Humano, Catalonia, 2013.

[4] Carta de Diego Portales a José M. Cea, marzo de 1822. Es destacado es propio.

[5] Levinas, Emmanuel. Totalidad e Infinito, Editorial Sígueme, Salamanca, 1977. Pág.212.

[6] Levinas, Emmanuel. Op.Cit.Pág.216.

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Ignacio José Bascur Moreno

17 de febrero

Quiero creer que, además de llamar a la reflexión (llamado que valoro, sin dudarlo), estas condenando, no te gusta, o al menos te pone incómodo, la violencia ejercida por las fuerzas armadas de Venezuela, creo sacar esa conclución de tus citas de Levinas.

Más allá de eso, que la legitimidad del gobierno de Venezuela no puede ser puesta en duda, parece una afirmación audaz cuando la información nos llega a traves de medios oficiales, los cuales, manteniendo el beneficio de la duda, son bastante propicios para ser manipulados por las autoridades.

A eso se suma el tenor de las declaraciones públicas de Tibisay Lucena (me refiero a ellas porque cuando las escuché en su momento quedé helado) quien, siendo presidenta del CNE, 10 días antes de las elecciones del 14 de abril del 2013 tachó de ANTIDEMOCRÁTICA a la oposición, y los califico como «quienes no tienen oportunidades por la vía electoral», viniendo esas declaraciones de la presidenta del CNE, me parecen, a lo menos, tendenciosas. {declaraciones del 04 de abril de 2013}

Por último, querido amigo, aunque parezca casi una insolencia que yo trate de discutir contigo de teoría política, situar como una diferencia de izquierda y derecha el ánimo de modificar profundamente las estructuras y el individuo, me parece muy actual, pero no parece ser la diferencia de fondo (aunque esta la desconozco, si acaso existe), porque el ánimo de cambiar las estructuras actuales depende de que éstas sean, o no, el medio que se considera idóneo que para el fin que se busca, si son distintas, entonces nace la necesidad de cambiarlas… sin ir más lejos, eso fue lo que se hizo a contar de 1973, cambiarlas.

17 de febrero

Creo que el autor tiene un desagradable tono «políticamente correcto y mesurado» que no sé si es porque está estudiado cuidadosamente o es todo lo contrario.
Un par de inconsistencias pragmáticas escondidas para llegar al fondo de esta cosa:

a- Cito:
«¿Debe sernos indiferente que existan maniobras foráneas para influir el proceso político en un país? En principio no parece, de por sí, algo negativo, sino que habría que distinguir su medida y si reemplaza o no a la voluntad de los representantes democráticos en que el pueblo soberano ha confiado el gobierno. (…)
Sí debiera rechazarse las intromisiones indebidas de empresas privadas (que por su naturaleza buscan su interés individual y no el bien común de respectiva sociedad) en el proceso político.»
Observación:
Se está suponiendo una «transparencia de intención» de manera muy cándida. ¿Acaso un Estado está libre de «personalidad» y una Empresa no? La noción de «democracia» no es complicada conceptualmente, sino que lo complicado es que así como en Chile existen conflictos de interés Estado-Empresa que oscurecen la «real» democracia en otros países también sucede el mismo fenómeno, incluso decenas de veces más intensificado.
Ergo, el intervencionismo foráneo debiese, en principio, estar TOTALMENTE prohibido.

b- Cito
«Estas garantías no deben competir con los anhelos de mayor democracia material (no sólo formal), sino que éstas son condiciones de posibilidad de lo que, en último término, está detrás de la búsqueda de democracia e igualdad material: reconocernos como comunidad, donde la persona es intrínsecamente digna.»
Observación:
La historia muestra que SÍ existe competencia entre los deseos de derechos humanos, hay que aceptarlo y vivir la vida y normar con respecto a ese hecho. La esclavitud es el ejemplo por antonomasia, ya que dejar libres a los esclavos significaría tener que perder ganancias por los dueños, tener que establecer un nuevo tipo de relación social, lo cual, tras lucha sangrienta, se logró.
No obstante, y eso es lo que quiero hacer notar, el derecho de no ser esclavo requiere no una cuestión formal, sino el hecho material de no tener un dueño. Esto es importante, ya que el derecho para que se cumpla no basta con que esté en una constitución o sea proclamado, sino que requiere que se dé materialmente. No basta con proclamar el «derecho a la educación» si no hay escuelas. No basta con proclamar la «dignidad humana» si no se definen las condiciones materiales que no sólo la posibiliten, sino que la realicen de facto. En este caso menos Platón, más Aristóteles.
Ahora bien, existen conceptos INHERENTEMENTE INCONSISTENTES. Un caso es la omnipotencia de Dios. Otro es la libertad de expresión. Y otro más es la democracia. La libertad de expresión significa ACEPTAR todas las funciones del lenguaje, incluida la fática, es decir, si alguien en la plaza predica para persuadir quemar toda la ciudad, dada la libertad de expresión, entonces está en su derecho de hacerlo. Pero como no podemos permitir que nos queme a todos, entonces mejor lo privamos de decir barbaridades. Con la democracia pasa lo mismo, si tenemos un partido nazi en Chile que quiere llegar al poder a través de las urnas para así instalar un totalitarismo ¿qué hacemos? Lo lógico es que si se quiere preservar la ILUSION de democracia y libertades varias, entonces hay que aceptar que son conceptualmente autodestructivas y que para que no lo sean deben ser NORMADAS A PESAR DE NOSOTROS.

Cierro que ya doy lata:
Gente del mundo… no se dejen engañar por las promesas de un mejor mañana. Ellos les pueden prometer «libertad», «democracia» o las maravillas del cielo y de la tierra, pero no se dejen engañar. Desde los tiempos de Rosseau (quien aborrecía el partidismo) e incluso antes está demostrado que hay conceptos que no pueden ser llevados a cabo a la práctica. La omnipotencia divina es uno, los gases ideales, el cero absoluto y las superficies libres de roce son otros, la libertad y democracia y un sin fin de cuestiones jamás llegarán a ser, por el simple hecho de que la realidad concreta no es homogénea ni ideal. SIEMPRE habrán totalitaristas en potencia, retóricos populistas, militares, políticos y abogados quienes son intrísecamente ajenos a los ideales abstractos y quienes carecen, al parecer, de un mínimo piso de humanidad .

17 de febrero

Querido Nacho. Sobre el primer párrafo, no sólo condeno (sin matices) la violencia, sino que esta columna fue motivada por la tibia condena a la misma que se ha visto desde un sector de la izquierda.

Sobre la legitimidad del gobierno, creo que -aun cuando uno puede tener sospechas sobre el tratamiento de la información- nada demuestra seria y concluyentemente que haya fraude electoral, por lo que es un gobierno ganado (creo yo) en buena lid, nos guste o no. Muy distinto es que esa condición impida imputarle las acusaciones que le imputamos.

Sobre el último párrafo, aparte de que no es insolencia alguna discutir (menos conmigo, que no tengo ningún pergamino), concuerdo parcialmente. Una caracterización de la derecha y la izquierda es por lejos mucho más profunda de la que yo esbocé. Así y todo, creo que no me equivoco al notar que es más común en la derecha relacionar la pobreza y el subdesarrollo a características individuales (psicológicas o de virtud) y la izquierda suele inclinarse más por apuntar a las instituciones como causa de tal.

17 de febrero

Estimado Luis G. Gracias por comentar, lamento que mi tono (que aporta, humildemente, a esclarecer el asunto sin dejar de plantear mi opinión con claridad…aunque no satisface a quienes buscan eslóganes más violentos) no le haya gustado. Es su libertad.

Sobre sus objeciones:
a) Sigo creyendo que hay que especificar que es lo que rechazamos cuando el intervencionismo foráneo. ¿Lo mismo si viene de una empresa que de un Estado? ¿Lo mismo si busca corromper a representantes democráticos que si busca, legítimamente, plantear un interés? ¿Lo mismo el financiamiento que recibimos de EEUU para el plebiscito de 1988 que el financiamiento de la CIA a generar el golpe de estado de 1973? Tiendo a pensar que no es «per se» la intervención extranjero lo que rechazamos, sino ciertas circunstancias de la misma.

b) Si entiendo bien su crítica, no estamos tan en desacuerdo como Ud. cree. Mi punto es que la democracia formal y los derechos humanos no son tan divisibles como a veces se plantea (como decir que unos valen más que otros, o que unos vienen luego de otros). Una democracia material (en realidad cualquier democracia que se precie de tal), requiere de derechos humanos vigentes. A su vez, los derechos humanos, para no ser meras declaraciones, requieren de cierta capacidad material para poder ejercerlos. Para mí ambas cosas van íntimamente unidas, a diferencia de quienes las disectan y dividen, ya sea quedándose sólo con las declaracioens formales, o sólo con las condiciones materiales de igualdad. Ahora bien lo que Ud. dice en cuanto que, por ej. la libertad o la prohibición de la esclavitud van en contra de un interés material (cual es el interés del dueño de los esclavos), eso es cierto. Pero no es un crítica a mi columna, puesto que yo planteo que no hay incompatibilidad entre derechos humanos y democracia material. No entre derechos humanos u otros intereses materiales. El «derecho de propiedad sobre un esclavo» ciertamente no cabría dentro de la democracia material. De que los ddhh requieren que otros intereses sean perjudicados, está claro que así es.

Respecto de los últimos, no me complica admitir que lo que llamamos comunidad nueva/hombre nuevo/socialismo/Reino de Dios/etc no puede ser plenamente llevado a cabo en la Tierra, sin embargo cosa distinta es abandonar cualquier pretensión sobre cómo debiese ordenarse nuestra convivencia común. Si algo han aprendido desde los 60′ las fuerzas que propiciaban una refundación de la sociedad, es que su consecusión no puede hacerse de la noche a la mañana. Yo veo mi ideal político como una brújula, y el camino al norte que señala, basado en la «pedagogía lenta» (como señala Atria), en el cambio cultural, y no en la imposición de la violencia (de eso se trata esta columna).

18 de febrero

Ya, ya entiendo el porqué no me entiende. Es porque no me expliqué 100% bien. Usted considera dos cosas básicas (si no es así corríjame):
(1) La democracia, los derechos humanos y la libertad son valores universales que deben ser defendidos bajo todos los medios NO violentos.
(2) El principio portaliano en la medida puede implicar medidas contra (1) no puede ser permitido como paradigma de autoridad

Pues bien, reitero mis puntos anteriores aunque ahora re-escritos:

— No creo en el intervencionismo foráneo, porque su premisa (1) no es universal para mí y creo que la historia contemporánea muestra que en muchas culturas no es universal lo descrito en (1) (Le doy un ejemplo si quiere: la pena capital existe en muchos países, tanto democráticos como no democráticos y la pena de muerte va contra los derechos humanos).
Argumentos contra (1): La democracia es una de las tantas formas que el ser humano ha desarrollado históricamente para organizarse en sociedaad. Ergo, no puede ser tratada como universalmente válida. Además, argumenté que en el mundo concreto las democracias son falibles por los confictos de interés a las que no son inmunes, por tanto si ud. considera que una Empresa no puede intervenir, (ud. lo escribió ahí arriba) entonces un Estado está también imposibilitado de intervenir, ya que estaría manchado por conflictos de interés y también, ¿por qué no? de carácter ideológico (Financiamiento, por ejemplo, solo a un espectro político).
Mi postura: Si un país quiere ser demócrata y etc, entonces debe AUTO-procurarse la manera de permanecer así. El intervencionismo de un Estado con otro Estado es un forma sutil de invasión, así que la respuesta para mí sobre intervencionismo es tajante. No hay circunstancias que justifiquen la intromisión extranjera, ni siquiera para el «No». Como dice el dicho «la ropa sucia…».
Usted, debiese ser más claro en tener un respuesta en vez de contestar con preguntas. Si no es así, entonces no debiese contestar. Sus signos de interrogación marean y dejan con la duda… al final ¿está usted a favor o en contra del intervencionismo y bajo qué circunstancias? ¿considera o no que la objeción de los conflictos de interés es suficientemente fuerte? Si responde aseverativamente de algún modo, entonces se puede entrar a conversar, de lo contrario es estar dialogando con una nube.

— Usted a creado un «hombre de paja» de lo que dije. Nunca afirmé que haya que (le cito su respuesta) «abandonar cualquier pretensión sobre cómo debiese ordenarse nuestra convivencia común», solo hice una observación de que la democracia y la libertad de expresión son autodestructivas (o autorefutativas, es lo mismo que la paradoja de la tolerancia, imagino la conocerá) y por tanto se debe «normar a pesar de nosotros». Lo puse hasta en mayúsculas, precisamente para que no se me diga que hago un llamado a la ley de la selva o qué sé yo.
Ahora bien, y puesto en términos de las premisas que explicité arriba, re-escribo lo dicho: dado que los valores como la democracia y la libertad de expresión son paradójicos en sí, entonces mi postura sobre (2) es contraria a la suya. Simplificadamente significa que el principio portaliano existió, existirá y seguirá existiendo en mayor o menor grado en toda democracia en la medida que esta democracia se quiera preservar a sí misma.
E, infiriendo por su entrada y su respuesta, pareciera ser que ud. cree que existe una manera de llevar a cabo una democracia sin principio portaliano. (¿Será eso de la «pedagogía lenta»? Quizás usted pudiese ser un poco más claro en ello)

Cerrando otra vez:
Las llamé precisamente «inconsistencias pragmáticas» porque no se observan desde el puro punto de vista teórico. Yo también desearía que (1) y (2) fueran verdaderas o aplicables, pero la práctica a demostrado que el intervencionismo foráneo es siempre generado por intereses que perjudican a la postre a un país y que siempre los Estados se preservan a sí mismos a través de variadas formas de autoritarismo. Si esto último no fuera verdad, entonces la gente nunca alegaría contra las ventajas que tiene tener poder político.

19 de febrero

Mejoremos la ortografía. De partida, «portaleano» en vez de «portaliano». Me recuerda negativamente a la gente que escribe «peliar» en vez de pelear.

19 de febrero

Gracias por tu profundo comentario. De hecho se escribe «portaliano» y no «portaleano». Puedes buscarlo. Saludos

20 de febrero

Un analisis balanceado de la realidad politica en Venezuela a la luz de lo que se manifiesta en Chile sobre ella. Un solo punto que el autor debe notar: no solamente «el Otro» sino a la vez «la Otra»: ha llegada el momento de empezar en Chile a cambiar el language que privilegia a los hombres.

21 de febrero

La esencia del Fascismo: «El Fin Justifica los Medios»…
El fin nunca justifica los medios, estos tienen que ser tan honorables como el fin, lo contrario es fascismo…

23 de febrero

PESE A LOS ENORMES INGRESOS DEL PETRÓLEO EL GOBIERNO BOLIVARIANO ES EL MÁS INEFICIENTE DE LA HISTORIA DE VENEZUELA, EN 16 AÑOS NO SÓLO NO HA ARREGLADO EL PAÍS, NICOLÁS MADURO LO TIENE CONVERTIDO EN UNA CATÁSTROFE CADA DÍA PEOR..

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