La estructura institucional de un país no es inamovible ni tiene por qué permanecer intocada a lo largo del tiempo. No puede convertirse en una camisa de fuerza, en un cerrojo que bloquea la posibilidad de alcanzar mejores niveles de participación y de inclusión. Hay quienes se resisten a cualquier cambio argumentando que la Constitución “ha funcionado bien”. ¿Bien? Eso quiere decir que se valora que cada vez menos jóvenes se inscriban en los registros electorales y no participen en lo esencial de una democracia, la elección de los representantes de la ciudadanía. Quiere decir que se valora que crezca la desigualdad en Chile. Quiere decir que se valoran el centralismo y la ausencia de mecanismos de participación directa de los ciudadanos.
Sí, la Constitución de 1980 fue el cauce para una transición gradual a la democracia y sufrió de múltiples modificaciones en 1989 y en sucesivas reformas posteriores, lo que demuestra alguna capacidad de adaptación; pero, sin duda, si se mira de manera global y sin la amenaza de la regresión autoritaria, no ha funcionado bien. Y lo más importante: ya no interpreta ni al Chile de hoy ni a la ciudadanía de hoy. Una ciudadanía empoderada, informada, con acceso a múltiples fuentes de información, que ejerce espontáneamente tareas fiscalizadoras y que sale a las calles a reclamar por sus derechos. Una ciudadanía encorsetada en un sistema institucional que no la deja expresar con libertad y amplitud sus anhelos y sus exigencias.
Una Constitución tiene que reflejar el país de siempre tanto como el país de ahora. Y no podemos obviar más lo mucho que Chile ha cambiado. No tiene sentido aferrarse a un orden sólo porque existe, ni tampoco aguanta ya más modificaciones cuyo único efecto, a estas alturas, es extender la sensación de que todo cambia para que nada cambie.
No, el país, la clase política, las autoridades, los congresistas, tenemos que reconocer y asumir de frente que el país que se perfila en el horizonte, el país de la Internet y los conflictos mapuches, el país que clama por su derecho a la educación, el país que se indigna con la desigualdad, el país que teme por una crisis grave del sistema de salud, el país que quiere participar en elecciones competitivas y abiertas sin la camisa de fuerza del binominal que tanto poder le entrega a los partidos; ese país requiere una nueva Constitución. Una nueva manera de definirse a sí mismo. Un nuevo modo de entender los deberes y los derechos. Hay que airear el país.
Tenemos que tener una Constitución generada con participación de la gente y elaborada en el Congreso Nacional, el lugar indicado para hacerlo, pero con la gente, escuchando a los ciudadanos, no de espaldas a ellos. Una Constitución genuinamente democrática, sin los vicios de legitimidad que tiene la de 1980. Una Constitución que interprete el país que somos hoy y que dé el marco para avanzar hacia la sociedad justa, libre e igualitaria que queremos ser.
* Guido Girardi es senador por la Región Metropolitana Poniente y presidente del Senado de Chile
** Nota elquintopoder.cl: Si adhieres a la idea de que Chile requiere una nueva Constitución, te invitamos a firmar y difundir esta carta.
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Foto: Rafa 2010 / Licencia CC
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