Los países, como las personas, necesitan un sentido para avanzar en una determinada ruta de desarrollo. Necesitan el encuentro con su verdadera personalidad y luego, fijar y modificar, si es necesario, las etapas, los plazos y las metas.
Es éste el único camino viable para llamar a la unidad nacional, para agruparnos bajo una bandera común, para encontrarnos como hermanos. Hacer llamados de unidad como los que escuchamos a diario, en torno a un gobierno determinado , el nuestro o peor aún, el mío, es un ejercicio nacido para el fracaso más rotundo y conduce a la desunión, a la frustración y el desapego.
Chile somos todos. Chile lo hemos logrado todos. Chile lo hemos cometido todos. Y todos tenemos que asumir la parte que nos corresponde. Tenemos una historia rica en aventuras, en desgracias, en desacuerdos. Conocemos los terremotos, los maremotos, las sequías, las guerras, las revoluciones, los golpes de estado, las dictaduras. También, épocas de generosa convivencia, de conflictos solucionados en la amistad civil y la democracia. Somos responsables de Pinochet y de Pablo Neruda, y al decirlo, me duele ponerlos en la injusta vecindad de una frase.
Hagamos, al menos, un intento de describirnos, de poner en común algunas de nuestras características, de encontrar un punto de partida desde el cuál trazar una línea – ojala recta – a otro lugar en el mapa del desarrollo de las naciones.
Somos un pueblo heterogéneo. Con múltiples raíces étnicas e históricas, donde conviven descendientes de muchos países con los habitantes primigenios de la tierra, los pueblos originarios. Una convivencia que ha conocido la guerra, el exterminio, una brutal cristianización, un genocidio cultural. Algunos genuinos intentos de integración y múltiples hechos de explotación, subyugación, guerra sucia y aniquilamiento. Un ramo que, lamentablemente, saca una calificación menos que regular.
Somos un pueblo industrioso, trabajador y responsable. Es una verdad a medias. Los hay, desde luego y abundantemente. Emprendedores, funcionarios competentes, profesionales destacados, trabajadores del campo y la ciudad confiables y juiciosos. La materia prima está ahí y es de buena calidad. Pero no es menos cierto que los estamos desaprovechando. Porque también hay abusadores, sinvergüenzas, estafadores, delincuentes de cuello y corbata, gente que se colude, se confabula, se concerta para apropiarse indebidamente del bien ajeno. Si bien, la proporción entre ellos es ampliamente favorable al honrado, el resultado favorece con aun mayor amplitud al que no lo es. Un puñado de ladrones es capaz de estafar a un millón de honestos, como hemos podido comprobar recientemente. El poder de unos es inmensamente superior al de los otros. Esa tendencia es, probablemente nuestro problema más acuciante, el que está haciendo masa crítica y nos tiene al borde de un precipicio. No voy a citar ejemplos porque ellos están dramáticamente presentes en nuestro quehacer diario y radican en el retail, la banca, las farmacias, la salud, la educación, la vivienda, en tantas otras actividades. Nuestra nota, en ese terreno, es un rotundo insuficiente.
Nuestra educación acusa también fuertes marejadas. Conviven ahí gobiernos que pusieron en ella su principal o única razón de ser con mercaderes que se han hecho propietarios del templo. Dos frases de la historia: Gobernar es educar. La educación es un bien de consumo. En esta ocasión, al menos logré interponer un punto seguido para no contaminarlas. Como el producto de la educación es evaluable sólo a largo plazo, resulta difícil darle una nota. Posiblemente, entre regular y mediocre. Pero lo dramático y preocupante es la tendencia que refleja la secuencia de ambas frases citadas. Vamos de culo, dirían los españoles. De más a menos, cuesta abajo, retrocediendo, avanzando hacia la ignorancia, como prefiera. Yo me quedo con la expresión castiza inicial.
Nuestra política es también de dulce y de agraz. Conviven ella grandes estadistas con bailarines, acróbatas, demagogos y charlatanes. Gente comprometida hasta con la vida propia y otros mercanchifles dispuestos a venderse (o alquilarse) al mejor postor. Que cada quien le ponga nombres a las características señaladas, me limito a constatar el hecho. Nuestra calificación global en el campo de la política, me temo que sea un tímido regular.
Hay, sí, un campo en el que destacamos y conseguiremos sin duda una calificación excelente, insuperable. En la creación de desigualdades hemos hecho notables progresos. El mundo entero nos mira o nos admira. Estamos como el Barça en la liga, siempre primeros o segundos en todo. La desigualdad de ingresos sólo se compara con la de expectativas. En este país nacen ricos y pobres. El sistema se encarga de que unos y otros se mantengan en su lugar. Quienes migran en un sentido u otro son la excepción. Naces como rico, tienes infancia de rico, educación como rico, salud como rico, mueres como rico y te entierran como tal. Lo propio es verdadero en caso de los pobres. Naces de la miseria, el frío y la ignorancia, te acuna la cesantía, las deudas, el alcoholismo y la delincuencia, te educa la mediocridad y la carencia. Trabajas como esclavo y te pagan como mendigo, tu salud tiene lugar en frías salas de espera, te mueres en la indigencia y te sepultan en la fosa común. Tus hijos siguen tus pasos.
Ahora que nos situamos en el punto de partida, hay que encontrar un camino. El que nos lleve a mejorar nuestras notas en todos los campos. Tú, ciudadano que eres inteligente y capaz, comprometido y valiente, lo hallarás. Nadie puede dictarte la solución, debes encontrarla por ti mismo. Conversa con tus amigos, vecinos, parientes. Escucha su opinión, expresa la tuya. Luego decide. Estoy seguro de que no te equivocarás.
——-
Foto: Tipos / Licencia CC
Comentarios