Este primero de Mayo marcharemos miles de chilenas y chilenos, de diferentes edades e incluso de distintas condiciones sociales. Ocurrirá a lo largo del país en todas las ciudades y pueblos con algún tipo de organización popular. Será la conmemoración más significativa del Día de los Trabajadores en muchos años.
¿A qué se debe este análisis tan optimista antes de que los hechos ocurran?
Causantes son un conjunto de datos que se catalizan en este presente. Hay energías sociales en el ambiente. Son rabias ahora contenidas, son ganas que buscan expresarse, son también esperanzas que se vislumbran o certezas apenas disimuladas Se vienen acumulando hace años y adquieren más fuerza y dirección desde 2011, con los estudiantes y otros movimientos con demandas locales o situadas en distintos niveles de las necesidades humanas que se dibujan en nuestro país. El saldo de los meses transcurridos desde el inicio de las protestas señala que hoy no se pretende tan sólo educación de calidad, aunque se ofrezca gratuidad universal. Ahora se buscan cambios profundos en las formas de organizar la vida social.
Se corrió el cerco de las verdades inapelables, se cayeron paradigmas considerados infalibles. Este resquebrajamiento todavía leve en el modelo, del que hemos hablado con cientos de dirigentes sindicales, introdujo suficiente pánico en las élites como para que la agenda pública esté plena de temas que pocos años atrás se consideraron intocables. La mejor prueba de este dato del que queremos dejar constancia es la afirmación de algún dirigente político en orden a que hablar de Asamblea Constituyente supondría el estado de anormalidad de quién fuma opio, cuando semanas después destacados partidarios de tal mecanismo para cambiar la Constitución integran una comisión ad hoc de la candidata a la presidencia con mayores opciones, de su mismo partido y sector.
Lo que describimos brevemente tiene asiento concreto en Chile pero se entronca con procesos mayores de crisis a escala global. Es la humanidad la que busca adaptarse al contexto de las sociedades post industriales.
En estas tierras, el cuadro de aparente desorden sociopolítico ha dado origen a entusiasmos de distintas naturaleza. Por un lado “gente de orden”, como el analista de la farándula política Fernando Villegas, llegan a establecer que estamos frente a una situación pre-revolucionaria. El recién nominado candidato de la UDI indicó en su discurso de aceptación que el programa de la doctora Bachelet con sus aliados comunistas implicaría un retorno al pasado de consecuencias indescriptibles. Lo mismo afirmó el abanderado de RN en su contrapunto, al enfatizar determinados aspectos del enunciado programático de la candidata opositora como quién da nombre a descripciones obscena.
La otra vertiente está constituida por alegres y entusiastas analistas que anclan sus visiones en antiguas y clásicas formas de leer la realidad, no siempre bien comprendidas. Para ellos también el “palacio de invierno” (el símbolo del poder en la revolución bolchevique), estaría al alcance de la mano y bastarían una serie de esfuerzos, en horizontes de tiempos posibles, para avanzar hacia una sociedad más justa (y agreguemos fraterna). Estas lúcidas minorías han dado origen a un variado grupo de candidatos/as presidenciales “teloneros” o “larvados” que se han autoproclamado, lo ha hecho la familia (en Facebook está la petición de firmas de un padre para que su hijo pueda ser candidato), o lo ha designado su propia “tribu urbana” porque en realidad no alcanzan a ser un proyecto de partido. En el caso de los grupos posibles de encasillar en la izquierda, la fuerza motriz de estas acciones contestatarias sería la acumulación de fuerzas. Consistiría en usar las opciones de la campaña presidencial para “sembrar” la buena nueva y esperar paciente y perseverantemente la cosecha. La tarea permanente sería mostrar las inequidades de la sociedad y la responsabilidad en ello de la clase política, uniendo en este concepto la traición permanente de las “dos derechas” (Alianza y Concertación), más el PC y sus pequeños aliados que serian parte de la “Nueva Mayoría”.
¿Y mientras tanto qué? ¿Cuánto esperamos? ¿Deberíamos agudizar las contradicciones impidiendo cualquier reforma que otorgue algo más de bienestar material y simbólico a nuestro pueblo?
De eso se trata. Estas son las preguntas reales que debemos hacernos mientras marchamos este Día del Trabajador.
Avancemos ahora en respuestas.
Si entonces no estamos frente a una transformación fuera del sistema en plazos razonables, estamos fritos si no actuamos en los cauces institucionales para desde allí desbordar y alterar la realidad.
Las grandes organizaciones sociales, las grandes organizaciones sindicales, deben asumir tareas de representación e intervenir a nombre propio y de los que no pueden actuar directamente, en la gestación del programa presidencial que levante la franja mayoritaria de la oposición.
En el artículo “Un nuevo ciclo político” revisamos los resultados de las elecciones municipales y concluíamos que deberíamos aceptar que no existe a la vista un reordenamiento profundo del cuadro político y que los problemas de representación política persistirán en los tiempos venideros. Nos preguntábamos en ese texto si era dable esperar entonces que las cosas cambien y que en las próximas elecciones legislativas y presidenciales tengamos una nueva oferta política.
Dijimos que la respuesta era no. En las presidenciales parece estar todo dicho. Los/as candidatos/as se acercan al punto de largada (las primarias o una eventual primera vuelta en la derecha), con escasos márgenes de sorpresa (salvo el pequeño show de Golborne). En las legislativas habrá un poco más de movimiento, pero dentro de las mismas camadas. Aportarán en una cierta renovación de rostros las decisiones individuales de no repostular de “honorables”.
Les honran por cierto, pero no alteran la realidad de que se distribuyen el botín al interior de clubes exclusivos. Las primarias abiertas de la oposición, solicitadas por externos como Jackson, podrían también significar un pequeño airecillo de renovación, pero no más que eso.
¿Cómo resolver entonces esta asimetría entre la curva de preferencias políticas de los votantes (y los no votantes) y las ofertas políticas existentes? Esto, si queremos actuar en una realidad política existente y no en escenarios hipotéticos que se retiran a medida que aparentemente avanzamos, como espejismos que reflejan nuestra voluntariedad.
Existen dos cursos de acción casi obvios. El primero, se concentra en las reformas institucionales y en su desarrollo llega hasta la Asamblea Constituyente, pasando por el término del Binominal y dando cuenta en un programa presidencial de otras grandes reformas como la Tributaria (para permitir que la Educación, la Salud y la Previsión sean derechos que el Estado garantice), la Laboral (que contribuya a disminuir las desigualdades con mayor asimetría en las negociaciones colectivas entre Trabajo y Capital).
El segundo, convoca a persistir en el levantamiento de nuevas respuestas políticas y aún, nuevas organizaciones políticas, contestando al modelo de crecimiento en curso desde múltiples ángulos; la ética de la desigualdad, el despilfarro de recursos no renovables a que daría origen el mercado, la ineficacia e ineficiencia en la distribución de recursos que provoca el mercado y las lógicas neoliberales de desarrollo, el daño a los ecosistemas y los desequilibrios en el planeta que están provocando las actuales formas de organización económico-sociales de la humanidad, los dispares rangos de participación y poder de los ciudadanos versus el que detentan y usan conglomerados como las grandes empresas y sus influencias metastásicas en las decisiones económicas, política, de justicia, culturales, militares, entre otras. Todo esto, pero con rangos de realismo político. Sin desperdiciar el miedo de los distintos grupos gobernantes (como gobierno u oposición), que también son los grupos dominantes (a nombre propio o por delegación)
En fin, tenemos el convencimiento de que las grandes organizaciones sociales, las grandes organizaciones sindicales, deben asumir tareas de representación e intervenir a nombre propio y de los que no pueden actuar directamente, en la gestación del programa presidencial que levante la franja mayoritaria de la oposición. Si no hay presiones serias en tal sentido, las tareas a ejecutar en el próximo gobierno serán determinadas por los incumbentes antiguos y los que han llegado hace poco y que por ello tienen más hambre de poder, a pesar de no haberle ganado a nadie.
Lo que señalamos es más fácil de escribir que de realizar, pero si hay una certeza incontrarrestable. La dispersión de las voluntades, la dispersión de la fuerza propia, en múltiples alternativas sin destino, nos deja sin peso alguno porque, por una extraña y misteriosa razón, las trabajadoras y los trabajadores son separados en su doble naturaleza de explotad@s y de ciudadan@s. ¿No sería posible que los dirigentes se esforzaran para que ello no ocurriera?
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