El entendimiento entre los distintos sectores de izquierda, siempre y cuando no sean serviles a la clase dominante, es algo no sólo deseable, sino que absolutamente necesario, considerando la correlación de fuerzas desfavorable y la dificultad del objetivo final: Derrotar un modelo impuesto con violencia, profundizado mediante una constitución “tramposa”, como diría Fernando Atria, y protegido por una clase dominante que ostenta el monopolio del poder político, mediático y económico.
La hegemonía política en Chile pertenece a la derecha desde la dictadura. Durante 40 años, han sido las ideas de Milton Friedman y los Chicago Boys las que han gobernado nuestro país, muy convenientemente aplicadas por la Concertación, coalición que enarbola banderas de “centroizquierda”, pero que mantiene un romance descarado con el neoliberalismo impuesto por Pinochet. En ese sentido, el trabajo de Guzmán, Büchi y el resto fue tétrico, pero brillante: entregaron el poder, pero siguió gobernando su doctrina, legitimada, incluso, con la firma de un presidente “socialista” en su autoritaria Constitución.
Hoy la derecha se vanagloria del “progreso” de Chile y personas como José Piñera inflan el pecho de orgullo ante los resultados económicos de su “revolución liberal”. Sí, “progreso” y “revolución” entre comillas, porque somos el país con peor distribución del ingreso de la OCDE (con una concentración intolerable de la riqueza), ocupamos el último lugar en el índice “para una vida mejor” de dicho club, tenemos una desigualdad prácticamente constante a través del tiempo y nos “protege” un Estado subsidiario-pasivo que no garantiza ningún derecho. No es casualidad, entonces, que el 81,7% de los chilenos sienta que no se beneficia con el crecimiento económico del país (Encuesta: Cooperativa-Imaginacción, abril 2013).
Haciendo una analogía vial de la situación actual, Chile se encuentra en una “rotonda política”: Nos obligaron a virar a la derecha por la fuerza y, desde entonces, hemos estado dando vueltas en círculo. Peor aún, las “salidas” están cubiertas por los medios de comunicación y por el terror que infunde la clase dominante ante cualquier alternativa de cambio, mientras que el modelo da claras señales de agotamiento y la gente comienza a despertar lentamente, indignada ante cifras macroeconómicas que no se traducen en una mejora real de la calidad de vida. El escenario, entonces, es el siguiente: O damos un golpe de timón y escapamos de la “rotonda” o sencillamente continuamos avanzando, siguiendo el ejemplo de Grecia, España y otros, hasta quedar sin gasolina en medio de las “vías del desarrollo”, esa entelequia económica que nadie realmente comprende (“¿En qué cambia concretamente mi vida si Chile cruza la barrera de los US$ 20 mil per cápita?”, se debe preguntar el grueso de la población).
Y aquí es donde considero que no debemos perdernos como lo hizo la Concertación durante 20 años y reconocer con claridad que el giro debe ser hacia la izquierda. Una izquierda que se inspire en la “revolución ciudadana” liderada por Rafael Correa – el presidente latinoamericano mejor evaluado en 2013 según la Consulta Mitofsky – en Ecuador; Una como la que definía Benedetti al ser consultado si se consideraba un hombre de izquierda: “Ser de izquierda es tener como punto de mira el bienestar de la gente, la igualdad social, la solidaridad. Por eso me preocupa mucho este momento, porque la humanidad está muy indefensa”. No una “Corea del Norte latinoamericana”, como nos pretenden hacer creer Allamand y Longueira mediante una sucia y falaz campaña anti-izquierdista, pues, como dijo Mariátegui: «No queremos que el socialismo sea, en nuestro continente, un calco; tampoco queremos que sea copia. Tiene que ser una creación heroica».
La pregunta que nace naturalmente es: ¿Cómo se concibe este cambio de dirección política en medio de campañas del terror y medios funcionales a la derecha? No existe una respuesta clara, pero sí existen errores tradicionales en torno a los cuales se debe reflexionar para entender qué cosas no deben repetirse y cuáles deben emprenderse necesariamente. Uno de esos errores, probablemente el más determinante, es la atomización y la presencia de “iluminados” dentro de la izquierda: Hoy existen candidatos que se adjudican la vanguardia transformadora y que parecen privilegiar aventuras quijotescas en lugar de buscar cambios efectivamente revolucionarios. Ante esto, una estrategia es formar un Frente Amplio de Izquierda en torno a un mínimo programático común, con el objetivo de reunir fuerzas en torno a una coalición de raigambre ciudadana, que sea la “verdadera vanguardia”, en términos leninistas. Así, por ejemplo, tenemos a Marcel Claude, Roxana Miranda y Gustavo Ruz proponiendo una nueva Constitución basada en una Asamblea Constituyente, un sistema de educación universal gratuito, la recuperación de los recursos naturales y otros planteamientos que, si se ordenaran bajo una coalición, un programa y un candidato elegido y legitimado en primarias ciudadanas, dejarían de ser carreras simbólicas y puntos repartibles entre la Concertación y la Alianza. Probablemente las bases y juventudes de los partidos (otrora) de izquierda tradicionales, como el PS y el PC, estén alineados con estas propuestas, pero, por decisiones cupulares, deben asumir el pactismo por conveniencia de sus líderes. Sería interesante, en honor a Recabarren y Schnake, que éstos se rebelaran, en un gesto de consecuencia ideológica, para recuperar la representatividad popular perdida.
Al contrario de lo que se pueda pensar, lo anteriormente propuesto no es nuevo ni contrarrevolucionario; Prueba de ello es la relación que propone Engels entre los comunistas y los “socialistas democráticos”, en “Los Principios del Comunismo”: “Por eso, los comunistas se entenderán con esos socialistas democráticos en los momentos de acción y deben, en general, atenerse en esas ocasiones y en lo posible a una política común con ellos, siempre que estos socialistas no se pongan al servicio de la burguesía dominante y no ataquen a los comunistas. Por supuesto, estas acciones comunes no excluyen la discusión de las divergencias que existen entre ellos y los comunistas”. Es decir, el entendimiento entre los distintos sectores de izquierda, siempre y cuando no sean serviles a la clase dominante, es algo no sólo deseable, sino que absolutamente necesario, considerando la correlación de fuerzas desfavorable y la dificultad del objetivo final: Derrotar un modelo impuesto con violencia, profundizado mediante una constitución “tramposa”, como diría Fernando Atria, y protegido por una clase dominante que ostenta el monopolio del poder político, mediático y económico.
Una pregunta final, entonces, a modo de llamado a los aludidos: ¿Será capaz la izquierda de alinearse para combatir de verdad y sacar a Chile de la “rotonda” o seguirá fragmentándose hasta la autoextinción? Esperemos, por el bien del país, que se cumpla lo primero.
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