Escuchando anuncios hechos un 21 de Mayo cercano, reflexiono acerca del significado de la palabra derrota. Y derrotas las hay de muchos tipos. Las deportivas entre las más sonadas y las militares entre aquellas menos verdaderas.
Existen las derrotas políticas también, que tienen, como en el deporte, fecha, hora y lugar predeterminados. Todos sabemos que ese día va a haber derrotados.
Y sucede que poco más de dos meses después, un vencedor hace anuncios sorprendentes. Escuela de formación sindical, modernización de la inspección del trabajo, ampliación de materias en negociaciones colectivas, agilizar la justicia laboral, respetar y hacer respetar derechos laborales y corregir las malas prácticas que distorsionan el concepto de empresa, como los múltiples RUT, entre otras.
Y como las derrotas duelen, los derrotados se acostumbran a serlo, tal y como les sucede a todos los derrotados de la historia. Y tan ocupados estamos los derrotados en “entender” y “explicar” una derrota electoral que no podemos celebrar el triunfo humilde y potente de algunas ideas. Ideas que habíamos hecho nuestras y por las que a veces vale la pena también sacrificar una victoria.
La historia de los libros entonces premiará a otros por esa victoria. Pero la historia de los pueblos, que no siempre sale en los libros, nos premiará a todos.
La competencia entonces no es sobre quién elabora mejores excusas en sus respectivas casas. Unos por no haber podido cambiar algo durante veinte años, y otros por proponer cambios ajenos a sus doctrinas históricas.
Las propuestas anunciadas tendrán que transformarse en leyes y estructuras permanentes, y es esa la verdadera batalla de ideas a la que me gustaría ver consagrados a unos y otros.
Un mejor Trabajo se avizora en el horizonte. Aprenderemos entonces que derrota no significa solamente “perder”. La derrota es también la trayectoria real que sigue un barco afectado por las corrientes cuando trata de seguir una ruta predeterminada.
La derrota del Trabajo es, desde hoy, un poco más clara y esperanzadora. A esta vista, la otra derrota, la de los que tuvieron veinte años, es menos dolorosa y comparte mesa con una gran victoria.
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