En estos tiempos donde todos especulamos sobre cómo serán nuestras vidas cotidianas y la sociedad post pandemia, nos lanzamos al ejercicio de imaginar el futuro en medio de un escenario económico inestable con transformaciones sociales y tecnológicas que confirman la certeza de que no podemos saber hacia qué mundo nos dirigimos.
Y si no sabemos a dónde vamos, queramos o no, estamos viviendo una transición.
Así que sin saber aún hacia dónde llegaremos ¿Sirve, al menos, pensar cómo llegaremos? A diferencia de nuestra transición anterior, la que ocurría en un tiempo y un país muy distinto al actual, el ánimo social no está orientado a favorecer la estabilidad o el consenso, el contexto actual en la política está influido como nunca por las redes sociales y medios de comunicación, junto con una sociedad escéptica de la capacidad de su clase política de resolver los problemas, por los que los incentivos de los actores políticos para “sobresalir” por medio de su diferenciación o dispersión es cada vez mayor.El tiempo se acaba, la paciencia se agota, y lo que para la República pudo ser un mínimo común de convivencia, ahora será, si nos va bien, un mínimo común de supervivencia.
Además de lo anterior la arquitectura electoral del congreso ha tenido, como en toda obra humana, cosas buenas y malas, ya que por un lado se amplió la representación de partidos y figuras que no estaban presentes previamente, pero a la vez se perdieron muchos incentivos de cohesión, ya que cuando alcanza con pocos votos para “entrar”, los parlamentarios solo necesitan interactuar y complacer a su pequeña galería, con todos los sesgos que esto implica, para seguir vigentes en la palestra.
Y estos problemas no solo están presentes en el legislativo, ya que en mayor o menor medida los últimos cuatro gobiernos, de las dos coaliciones mayoritarias, no tuvieron, víctimas de sus propios diseños políticos contaminados por la pésima idea de los mandatos presidenciales de cuatro años, voluntad o capacidad de ir más allá de sus dogmas de origen en la búsqueda de acuerdos básicos para solucionar algunos de los problemas sociales más urgentes, cuando fueron gobierno u oposición.
Una moraleja obvia: Cuando se piensa en pequeño, los resultados serán pequeños también.
Pasó con las pensiones que actualmente están en el centro del debate, intocables desde las reformas de 2008, pasa con la delincuencia que llega a visibles niveles de colapso en áreas urbanas y rurales, pasa con el medio ambiente y matriz energética, con la salud, educación, y un largo etcétera.
Con lo que ha ocurrido desde el año pasado hasta ahora el sistema político completo ha tenido que correr a dar respuesta a todos los “pendientes” que desde hace años no se abordaban, y en medio de un escenario polarizado que requiere de los actores políticos capacidad de ceder, concordar y avanzar, estos se hunden en las ansias de atacar, figurar y demorar.
Ya hubo un estallido el año pasado, y nuestra nueva transición estará marcada por la posibilidad de nuevos episodios en el futuro, la sociedad movilizada por izquierda o derecha está muy lejos de considerarse satisfecha en sus demandas.
El tiempo se acaba, la paciencia se agota, y lo que para la República pudo ser un mínimo común de convivencia, ahora será, si nos va bien, un mínimo común de supervivencia.
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