La historia está repleta de las luchas y los esfuerzos por mejorar las condiciones de vida de la gente y construir sociedades más justas. En Chile, una entera generación de jóvenes se ha hecho parte de esta tarea, de un modo u otro, y es a ellas y ellos a quienes va dirigida esta reflexión.
Veo con tristeza y preocupación la profunda desconexión que pretenden imprimirle algunos a las luchas del presente y del pasado. Pareciera que, tal como en el título de esta columna, han invertido el viejo dicho popular y “ahora sí que sí” vamos a realizar los cambios sociales en materia económica, cultural, ecológica, que generaciones anteriores no pudieron o no quisieron liderar, por alguna “ineptitud” o mala intención. Algunas y algunos han convertido la acción política progresista o revolucionaria en una tendencia estética, y he ahí un profundo error.
Quien pretenda transformar la sociedad debe mirar la historia buscando comprenderla, no juzgarla. Eso vale para también para los hechos y los personajes de la historia. El juzgar liviano, el pensamiento lineal y la incomprensión de los fenómenos históricos sólo le son funcionales a las fuerzas conservadoras y reaccionarias de la sociedad, que no pierden ocasión de sembrar la confusión entre el campo progresista y popular. Ante ese peligro debemos estar siempre alertas, y la única manera de contrarrestarlo es promover el razonamiento crítico y dialéctico en torno a la realidad.
Si leemos la historia de las luchas de los pueblos por la democracia política y económica, por las libertades sexuales, por la protección de la ecología y el territorio, buscando hallar la perfección en el pensamiento, la pureza en la acción, la intachabilidad en quienes nos antecedieron, nos encontraremos totalmente decepcionados. Ni siquiera los elementos más destacados de las luchas democráticas, revolucionarias o populares fueron divinidades perfectas, sino que fueron humanos como ustedes y como yo, imperfectos. Exigirles adecuarse a un estándar de pensamiento o acción según estos tiempos presentes equivale a tratar de “teletransportarlos” al presente, cuestión inútil e insensata. Es muy importante que leamos el pasado “desde el presente”, pero nunca “como si fuera el presente”. Entre una y otra actitud existe un abismo de distancia.
Por supuesto que Salvador Allende fue un machista, como lo fueron todos los hombres del pasado salvo alguna rarísima y cuasi milagrosa excepción. No existió ninguna política pública en los socialismos de Europa del Este destinada a combatir el daño ecológico, por el contrario, se trabajaba sobre la creencia en el “progreso infinito” y las ilimitadas capacidades de la tecnología. Federico García Lorca, que por el hecho de ser de izquierda y homosexual (y haber sido asesinado por el fascismo a causa de lo anterior) genera mucha mayor simpatía entre la “new left” juvenil chilena, fue un férreo defensor de la tauromaquia, que hoy consideraríamos una brutalidad contra los animales, una muestra de “especismo”.
No digo esto con el afán de desprestigiar a García Lorca ni a nadie, sino todo lo contrario: si escarbamos en la vida y pensamiento de cualquier referente de las luchas de los pueblos del pasado en todos encontraremos defectos o faltas, o al menos así aparecen ante nosotros hoy. ¿Por ende hay que hacer tabula rasa de todo el pasado? ¿Nada tuvo valor, ningún esfuerzo, porque fue inacabado o inexacto? Sería ridículo concluir eso.
Es imposible pedir a las mujeres y hombres que nos antecedieron que manejen los conceptos e ideas que manejamos hoy.
Las fuerzas progresistas y populares extraen del pasado “el mayor tendón de su fuerza”, pues en él es posible encontrar las posibilidades y limitaciones de lo que alguna vez puede llegar a ser. En el pasado se ubica la inspiración y las lecciones necesarias para pensar y llevar a efecto las luchas del presente. Y no debemos olvidar el papel “prefigurativo” del pasado, y la directa conexión que establece entre todas las luchas contra la injusticia, sin importar el lugar, el tiempo y la especificidad que adquieran. Con ese afán debemos tomar la historia, y no con el de sentarnos ante un tribunal para separar lo bueno de lo malo. El verdadero revolucionario es un científico, no un religioso.
Es imposible pedir a las mujeres y hombres que nos antecedieron que manejen los conceptos e ideas que manejamos hoy. Mucho menos que actúen en consecuencia. Es cierto que las luchas ecológicas, animalistas y sexuales fueron poco tratadas por las izquierdas del pasado, nadie lo niega. Pero mucho más preocupante aún es que la generación presente, que sí conoce todas estas dimensiones, olvide o menosprecie dimensiones tan importantes de la lucha social como las de raza, clase, etnia o nación. Debemos ver la viga en nuestro propio ojo antes de ponernos a criticar con tanta liviandad. Y también hay que ser justos: a quienes se han dejado la vida entera en educar y sanar a sus congéneres, a quienes han luchado contra la esclavitud y el colonialismo en distintas latitudes, a quienes han ofrendado su vida misma en la lucha contra la injusticia, no van a venir a ponderarlos quienes no han hecho nada más rebelde que fumar marihuana.
De la comprensión acabada y científica de la realidad pasada y presente depende el éxito de la acción política que pretenda transformar la sociedad. Sinceramente espero que las nuevas generaciones de jóvenes chilenos y chilenas podamos ser parte de la construcción de una Patria mejor. Si lo hacemos, podremos mirar y hablar el pasado con mucha mayor legitimidad.
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Javi-Al
Discrepo profundamente de «El verdadero revolucionario es un científico, no un religioso», siempre es al revés, es por «creencia» que se es revolucionario. Como científico se tendría al menos la noción que al dislocar cualquier estructura, al triturar cualquier sistema no se consigue nada, sí por la la comprensión profunda de los problemas, después de pruebas y pruebas y con los mismos resultados.
Sebastien
un religioso se basa en un conjunto de dogmas y de ahi no sale, solo definiciones. un cientifico critica lo que esta viendo e intenta comprenderlo, no impone su verdad a la realidad.
revolucion no es seguir una verdad revelada, porque cuando lleguemos a la revolucion que hay despues de eso? el paraiso o una nueva revolucion?
saludos
Javi-Al
“El verdadero revolucionario es un científico, no un religioso” esta tomado de su texto, » un científico critica lo que esta viendo e intenta comprenderlo, no impone su verdad a la realidad » esta tomado de su respuesta ¿encuentra la contradicción?, una revolución es imponer una verdad por la fuerza, esa verdad es una «creencia» y como tal es religiosa, la verdad científica no existe, lo que hay son aproximaciones.
solopol
Todo bien con esta columna, + 1