El gobierno ha expresado su voluntad de impulsar un conjunto de reformas políticas, para lo cual el ministro Cristián Larroulet ha explorado las posibilidades de consenso con la oposición. Entre las materias en discusión, estarían la realización de elecciones primarias vinculantes para elegir candidatos a todos los cargos de representación; resolver si el voto será voluntario u obligatorio; el derecho a sufragar de los chilenos que viven en el exterior; la iniciativa popular de ley en materias no reservadas a la iniciativa del Ejecutivo o el Congreso; etc.
Se trata de materias de distinto rango y que obligan a definiciones específicas. Por ejemplo, el gobierno ha planteado que el voto a los residentes en el exterior debe cumplir con el requisito de un tiempo de permanencia en Chile, a lo que la Concertación se opone. Pero quedarse sólo en ese debate es perder el norte.
Si el objetivo es perfeccionar el régimen democrático y mejorar la calidad de la política, el asunto crucial es cambiar el sistema electoral que rige las elecciones parlamentarias, es decir, reemplazar el sistema binominal por uno proporcional. Si ello no se hace, todas las otras reformas valen muy poco. El binominalismo es un lastre vergonzoso luego de 20 años de recuperación de la democracia.
Recordemos una vez más en qué consiste. Se eligen sólo dos diputados por distrito y dos senadores por circunscripción, lo que se traduce en que uno es elegido por la primera fuerza y el otro por la segunda, salvo que la primera doble en votos a la segunda y se quede con los dos cargos en disputa, situación que es muy excepcional. De este modo, si una fuerza obtiene, por ejemplo, 55% de los votos, y otra obtiene 28%, ambas consiguen un parlamentario, lo que significa, en los hechos, burlar la voluntad de los electores.
Antes del golpe de 1973, con otro mapa de distritos, regía un sistema proporcional corregido, mediante el cual se elegía un número impar de parlamentarios en cada lugar, lo que permitía que las mayorías y minorías se reflejaran en los cargos obtenidos. Y el sistema estaba concebido de modo tal que las fuerzas menores obtuvieran alguna representación. Con el binominalismo, en cambio, la tercera fuerza queda siempre marginada. Por eso, el PC sólo pudo conseguir representación cuando se asoció con la Concertación.
¿Quiénes idearon este sistema tan singular, que no se aplica en ningún otro lugar del mundo? Las llamadas comisiones legislativas de la Junta Militar, en las que predominaban los abogados cercanos a la UDI. Su propósito fue neutralizar o entorpecer la acción de la mayoría no derechista que iba a surgir en las primeras elecciones libres.
El sistema binominal es peor que el sistema uninominal (que pone un solo cargo en disputa en cada lugar), y que está vigente en Francia. En ese caso, la fuerza mayoritaria se lleva el único cargo, pero esa mayoría varía de un lugar a otro. Si se aplicara en Chile, el resultado sería, por ejemplo, que el único diputado de Ñuñoa-Providencia lo elegiría la derecha y el único de La Florida, lo elegiría la Concertación. El mejor símil es la elección de alcalde.
Lo que el país necesita es un sistema proporcional que mejore el vínculo entre votación y representación, favorezca la competencia política y, por extensión, sanee la vida política, puesto que el binominalismo ha derivado en un pacto tácito entre los dos grandes bloques para repartirse el pastel: “un cargo para ti y otro para mi”. Su efecto directo ha sido la oligarquización de la política.
No dan muchas ganas de votar cuando se sabe que el candidato fuerte de una coalición tiene el cargo en el bolsillo antes de la elección. Ni siquiera se pueden inscribir más candidatos que los cargos en disputa. La experiencia demuestra que la verdadera lucha –en muchos casos, encarnizada-, se plantea entre los miembros de una misma coalición para superar al compañero de lista y quedarse con el cargo.
Eliminar el binominalismo es una cuestión de sanidad cívica. Sin embargo, la derecha ha bloqueado sistemáticamente los esfuerzos por cambiarlo. El argumento de que garantiza la estabilidad es francamente especioso. Por desgracia, numerosos parlamentarios de la centroizquierda parecen sentirse cómodos con el sistema. No ponen buena cara cuando se habla de modificar el mapa de distritos y circunscripciones, que fue diseñado por la dictadura para favorecer a la derecha. Un solo ejemplo de sus incongruencias: ¿Por qué la comuna de La Florida (con 168.849 inscritos a diciembre de 2009) constituye un distrito por sí misma, y no Maipú (con 176.022 inscritos a igual fecha), la cual debe elegir diputados junto a Estación Central y Cerrillos?
Ha llegado la hora de poner fin a esta anomalía, aunque los actuales parlamentarios no muestren mucho interés en que ello ocurra. Esta es una gran oportunidad para, expresar en los hechos, la iniciativa popular de ley, que podría manifestarse por ejemplo mediante una campaña nacional de firmas para establecer un sistema proporcional que empiece a regir en la próxima elección parlamentaria. Sería útil también que las organizaciones ciudadanas pidieran un pronunciamiento a cada diputado y a cada senador. Y ahí veremos quién es quién.
Hay que oponerse a las operaciones de maquillaje del binominalismo. El senador Longueira ha mencionado la posibilidad de “suavizar” el sistema mediante el aumento de los diputados a 150 y de los senadores a 50, ajustando la representación poblacional. Ha sugerido también un mecanismo de compensación para favorecer la representación de las fuerzas pequeñas. ¡El problema es cómo se eligen los parlamentarios! ¿De qué sirve aumentar el número de escaños si, en definitiva, 55% seguirá eligiendo lo mismo que 28%?
Los expertos electorales de la derecha han mencionado la idea de establecer un sistema mixto, que mantendría el binominal pero incluiría la elección aparte de un cierto número de parlamentarios en una lista nacional, en la cual, al parecer, se aplicaría el principio proporcional. O sea, un caballo con jorobas.
La pregunta elemental es esta: ¿por qué los concejales pueden elegirse hoy de acuerdo al sistema proporcional, y no pueden elegirse del mismo modo los parlamentarios? Y la respuesta, lamentablemente, es que hasta hoy prevalecen los intereses creados.
Los dirigentes de los partidos de centroizquierda deben levantar con fuerza la bandera del cambio del sistema electoral aunque sus propios diputados y senadores no lo deseen. Si no lo hacen, significará que aceptan la existencia de una casta.
Esta es una batalla decisiva para mejorar la calidad de la política y alentar la participación cívica de miles de jóvenes, lo cual es crucial para que nuestra democracia gane vitalidad.
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