La intervención del Arzobispo es un compendio de lo que siente la inmensa mayoría de nuestros jóvenes y de los ciudadanos de este país, sobre la calidad de nuestra democracia y sus evidentes limitaciones. Pero también nos muestra el significado del momento político y de lo que puede ser una verdadera crisis de crecimiento de nuestras instituciones, de nuestros liderazgos y de la renovación absoluta que necesita nuestro actual modelo democrático.
La crisis de liderazgos existente en el país; el adormecimiento durante largos periodos de la clase política, que no percibía lo que se estaba gestando al interior de la comunidad nacional y que se traducía en la insatisfacción, estaba manifestando sus notorias deficiencias e incapacidad para construir una sociedad diferente.
Los liderazgos políticos y partidarios, claramente deficitarios, no percibían el significado de las crecientes demandas de participación, que movilizaban a la ciudadanía para asumir los desafíos de nuestra sociedad, desde de un modelo excluyente y generador de grandes desigualdades. En este modelo, la economía pone a su servicio muchos de los liderazgos políticos y toda una estructura política, de tal manera que el sistema de derechos y deberes al cual tanto hemos apelado, no sólo se queda reducido a una mínima expresión, sino que es claramente violentado.
El llamado de Monseñor Ezzati llega en un momento oportuno y significativo. Una Iglesia fuertemente criticada a nivel local e internacional, que tiene que sobreponerse a los errores de su propia historia, enfrenta esta situación con lo mejor de sus tradiciones: la preocupación por los Derechos Humanos y los problemas sociales, que reclaman urgente solución en nuestra patria. La homilía recupera un discurso comprometido con las profundas transformaciones políticas, sociales y económicas propiciadas en Chile por la Iglesia de los años 60 y de la dictadura militar. Los conceptos invocados por el arzobispo son una clara propuesta, a la luz de los acontecimientos, a refundar Chile, “a orientar la mirada a su mejor futuro, a consolidar el alma de Chile”.
Entiende la iglesia que las movilizaciones sociales y estudiantiles nos están invitando “a una reflexión sincera y profunda”. Los desafíos significan hacer un profundo discernimiento de las verdades que contienen los postulados de estos movimientos. La pregunta, según Monseñor Ezzati, cuestiona profundamente las formas y maneras como hemos interpretado la idea de progreso y la idea de desarrollo. Si el actual modelo en este país, nos ha hecho mejores, si ha dignificado a las personas, si ha entregado mayor dignidad, sobre todo a los más débiles y mas necesitados. La iglesia se pregunta ¿será suficiente fomentar una “antropología instrumental”, es decir, centrada en preparar personas competitivas en el mercado global, capaces de enfrentar los requerimientos de la tecnología mas avanzada, olvidando la “antropología de sentido” que se pregunta por la esencia de la persona humana, por su vocación personal y social, que es conciente de si y de sus talentos y capaz de desempeñarse éticamente en la vida personal y social? La pregunta es clave para reformular una ética de la democracia, del modelo económico, de nuestra educación, y de todo aquello que hace parte de nuestra estructura como país.
Esta generación de jóvenes, necesariamente llega para quedarse, porque siendo ya la generación del hoy, es con toda propiedad la generación del mañana. La que ejercerá nuevos liderazgos y la que en algún momento estará conduciendo diversos procesos de la vida nacional. Una nueva educación, como dicen los obispos, debe encontrar un equilibrio entre libertad y disciplina. Los jóvenes de Chile están negociando con el Gobierno para generar nuevos procesos de socialización que representen un mejor de proceso de humanización. Por definición, los conservadores nunca podrán liderar los cambios positivos más profundos.
Hemos constatado dolorosamente que la mayoría de las grandes empresas y que el modelo mismo, han actuado sin ética. Esto ha llevado que Chile sea percibido como una sociedad sólo con logros muy parciales en el desarrollo humano: (…) “Investigaciones internacionales nos sitúan todavía como uno de los países con mayor desigualdad en el mundo ¿no será este un campo privilegiado donde la política pueda buscar y arbitrar mayor bien común? ¿La comunidad política, no nace justamente para buscar la justicia, la solidaridad y todas aquellas condiciones de vida social, a través de las cuales personas, familias y asociaciones pueden lograr mayor plenitud y felicidad?”.
Nos parece oportuno destacar estas ideas en torno a esta reflexión el día del Te Deum, porque, sin duda enaltece la dignidad en la política, recuerda que la solidaridad es el único elemento articulador de la sociedad y que los derechos humanos en todas sus dimensiones constituyen en definitiva los principios inalterables de una Democracia Solidaria, mas allá de la diversidad legitima de las variadas opciones.
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Foto: Simenon / Licencia CC
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