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Sobre la desigualdad: y ahora, ¿Cómo?

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Hoy les hablaré sobre Héctor. A sus 30 años, este hombre contrajo matrimonio con María, una mujer esforzada, trabajadora y concentrada en su familia. A los 33 años ya tenían dos hijos, y ya a los 37, seis. El señor Héctor, contra toda barrera social de esos tiempos, luchó impetuosamente para que sus hijos, al menos, tuvieran la posibilidad de estudiar algún grado académico superior. La historia no prosperó, una enfermedad que paralizó por completo el lado derecho de nuestro protagonista limitó la posibilidad (que sí estaba entre sus objetivos de vida) que sus hijos pudiesen salir adelante al menos en términos educacionales. Estos 6, pudieron superar la educación secundaria, y con ello, mantener la enfermedad de Héctor por casi 30 años de cuidado y preocupación. Pero, ¿qué hubiera pasado si Héctor no se hubiera enfermado? ¿Hubiese sido posible que sus hijos al menos hubiesen tenido un grado técnico y así superarse profesionalmente? O mejor aún, ¿Qué hubiera pasado si Héctor hubiese nacido en otro país o en una sociedad capaz de asegurar “oportunidades” realmente equitativas para todos?

En un caso tan simple como el expuesto, se refleja fielmente la realidad latinoamericana, marcada por altos niveles de desigualdad y escasez de oportunidades “realmente justas” y no así “oportunidades de mercado” como muchos sectores políticos defienden. De acuerdo al informe PNUD 2010 sobre desarrollo humano, se tiene que existe una muy alta y persistente desigualdad que, acompañada de una baja movilidad social, han llevado a la región a caer en una “trampa de desigualdad”, observándose en la región un círculo virtuoso difícil de romper. Es en base a tal contexto que surgen inmediatamente cuestionamientos que incluso van más allá del cuestionamiento de la existencia de desigualdad y que buscan entender el “cómo” solucionar esta problemática (teniendo en consideración el “qué” entendemos como desigualdad [1]). La “cuestión” entonces recaería en qué políticas públicas se debiesen diseñar para evitar que la desigualdad se siga transmitiendo de una generación a otra y cuestionarnos acerca de por qué el sistema político y los mecanismos de redistribución no han sido eficaces en revertir el patrón. ¿Existirá una problemática aún a nivel conceptual respecto a lo que es desigualdad? ¿Seremos una sociedad intelectualmente incapaz aún de poder entender esta problemática y dar así una solución? ¿O será que esta sociedad no ha querido conscientemente cambiarla? La respuesta a todos están interrogantes incluso es más simple de lo que se cree: “La  desigualdad per se es un obstáculo para el avance en desarrollo  humano y su reducción debe incorporarse explícitamente en la  agenda pública”. La discusión por tanto, en la actualidad, es cómo haríamos que un señor como Héctor, a través de su familia, pudiese haber desarrollado su más mínimo sueño: el poder educar a sus hijos, la única herramienta que veía factible para el desarrollo de estos al no existir grandes riquezas por parte de nuestro protagonista. El objetivo de esta sociedad debiese ser el “desarrollo de una sociedad tal que asegure igualdad de capacidades en donde los individuos tengan acceso a un conjunto equitativo de opciones de vida”.

Más allá de lo que entendemos por “desigualdad”
La “igualdad de oportunidades” (Roemer, 1998) pudiera entenderse como una condición necesaria pero no suficiente para el objetivo fundamental que cualquier sociedad debiera buscar: la “igualdad de capacidades”, en el sentido de no simplemente considerar una visión ex-ante al entregar condiciones iniciales equitativas para todos. Vemos así como el “acceso a un conjunto de bienes y servicios o la posibilidad de que todos puedan acceder a ellos no garantizan la igualdad en espacios de elección o de libertad efectiva, porque los funcionamientos disponibles –las opciones que se vuelven efectivas a partir de dicho acceso– pueden ser muy diferentes”. Es ahí donde la “igualdad de capacidades” y la labor del Estado toma fuerza y sentido: en la capacidad de entregar espacios de elección o de libertad efectiva vía funcionamientos disponibles equitativos.

A partir del enfoque propuesto, debiera entenderse el desarrollo como el incremento de las alternativas reales de vida, entre las cuales las personas pueden optar vía expansión de la libertad (Sen, 1999) y la escala del conjunto de opciones de vida –posibilidades de “ser” y “hacer”– disponibles para un individuo. Se entiende de esta forma la necesidad de considerar la multidimensionalidad del bienestar y la relevancia de la “libertad del proceso” para conseguir los objetivos individuales y colectivos al dar la posibilidad de que los individuos puedan incidir en sus propios planes de vidas. Posibilidad, que en concreto, personas como Héctor, no tuvieron.

Las causas de la desigualdad
A grueso modo, pudiese entenderse la presencia de dos grandes dimensiones causantes y reproductoras de desigualdad: Las de índole restrictiva y las de tipo sistémica. La primera de ellas considera la relación que pudiese observarse por efectos subjetivos relacionados al hogar y las propias condiciones socioeconómicas tanto del grupo como de la sociedad en que se habita. Particularmente se apreciaría en esta dimensión la “reproducción continua inter-generacional de la desigualdad” reflejada en la alta correlación entre los niveles de activos, ingresos y escolaridad de una generación y la anterior, observándose concretamente cómo es que restricciones del contexto determinarían el nivel de aspiraciones y percepciones que los miembros de un hogar tienen acerca de la posibilidad de alcanzar los objetivos que se han planteado. La segunda gran dimensión a analizar, respecta a la de origen político y social vía factores históricos y desigualdad de oportunidades y de acceso (directo o indirecto) al poder, en un contexto de exclusión, opresión y dominación estructural, que indican la naturaleza endógena de la desigualdad. Se aprecia así, un proceso político que responde de manera diferenciada a la necesidad de los distintos grupos vía baja calidad de representación política, debilidad en las instituciones, acceso diferenciado a la influencia sobre el diseño y la aplicación de políticas específicas, problemas clásicos de la acción colectiva y  fallas institucionales que derivan en corrupción y captura del Estado.

Lo que queda por hacer
Entender la desigualdad a través de una visión de “capacidades” y como “limitante de la libertad efectiva” conlleva a que su reducción sea vía el desarrollo de una política pública comprensiva, que tenga por objetivo lograr la disminución de las grandes distancias que existen entre los distintos estratos que componen las sociedades de ALC. No es tan solo una cuestión de ideas, principios, programas o proyectos, sino que del deber y necesidad de romper con la transmisión inter-generacional de la desigualdad. Para lograrlo es necesario actuar tanto a nivel de los hogares, en el contexto inmediato en el que estos se desenvuelven, como en el sistema de redistribución y regulación por parte del Estado, atacando así las causas que ya han sido expuestas. A modo de ejemplo, se requeriría concretamente a nivel sistémico la modificación de la estructura de incentivos de los actores políticos mediante un incremento en el costo y en la visibilidad de las políticas “regresivas”. Para el caso de la lucha contra la desigualdad de los hogares y su contexto, programas a nivel nacional como “Chile Solidario” pudiesen ser un ejemplo de inclusión en el propio proceso de “superación de la pobreza”, o “La Escuela de desarrollo de talentos de la Facultad de Economía de Universidad de Chile” a nivel más local, u organizaciones como “Enseña Chile” y “El Ayllú”.

La “igualdad de oportunidades” (Roemer, 1998) pudiera entenderse como una condición necesaria pero no suficiente para el objetivo fundamental que cualquier sociedad debiera buscar: la “igualdad de capacidades”, en el sentido de no simplemente considerar una visión ex-ante al entregar condiciones iniciales equitativas para todos. Vemos así como el “acceso a un conjunto de bienes y servicios o la posibilidad de que todos puedan acceder a ellos no garantizan la igualdad en espacios de elección o de libertad efectiva, porque los funcionamientos disponibles –las opciones que se vuelven efectivas a partir de dicho acceso– pueden ser muy diferentes”.

Dentro de los elementos relevantes para entender el “cómo hacerlo” respecto a este tema en particular, y los temas sociales en general,  se observa cómo es que la labor de quiénes sean partes de una “nueva política y gestión de esta” toma un rol fundamental. Se hace necesario así  agentes de cambio” ante las problemáticas del mundo actual (desigualdad, pobreza, discriminación) que incentivan la necesidad de “nuevas ideas y actores comprometidos a fondo con la suerte del prójimo”. Asumiendo su presencia, recaen a su vez ciertas competencias que debieran desarrollarse tales como las de índole axiológicas (identificación vía compromiso de valores, alta sensibilidad frente a injusticias, transformar la realidad), modos de pensar (innovador, enfocado a las causas), actitudes como interés real y respeto por la cultura, capacidad de convocatoria (capacidad de atraer recursos y apoyos), orientación a la acción (resultados concretos y medibles) y forjador de alianzas estratégicas y redes. Esa es creo yo, mi labor, y la de todos, ¿no?.

 

Referencias:

-Kliksberg, Bernardo (2011): “Reflexiones estratégicas sobre cómo impulsar la formación de emprendedores sociales en América Latina”, Fundación Claritas, Buenos Aires, 2011.
-Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo Informe Regional sobre Desarrollo Humano para  América Latina y el Caribe 2010: “Actuar sobre el futuro: romper la transmisión intergeneracional de la desigualdad”. –1a. ed. – San José, C.R.: Programa de  Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), 2010.
[1] Véase , donde Olav Kjorven explicita: “Respecto a la igualdad el debate se ha movido desde el “si” hacia el “cómo” incluirla en la agenda de desarrollo 2015”.

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Emilio José Acevedo Caro

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