Sobre el Autonomismo y la SurDA en Chile: entre el movimiento social y la organización política
A raíz del reciente triunfo Autonomista en la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, FECH, nuevamente surge entre muchos las preguntas sobre de qué se trata el asunto de la autonomía, a qué nos referimos quienes nos identificamos con ella cuando decimos autonomismo, por qué es tan complicado definir con precisión sus características y cómo ha ido abriéndose paso poco a poco en el mapa político de nuestro país. Sin querer agotar el tema ni dar a entender que todo autonomismo en Chile haya emergido de la historia de la SurDA, aquí abordaremos algunas claves explicativas de esto enlazando el recorrido de la SurDA en cuanto espacio político relativamente definido, con el autonomismo en cuanto corriente político-social.
La SurDA se fue construyendo en los noventa como una de las tantas "reinvenciones" de la izquierda que llegaron a la idea y práctica del autonomismo, una corriente política que formulaba una dura crítica a las izquierdas tradicionales tras la derrota y el fracaso que evidentemente mostraban a fines del siglo pasado. Tal crítica, en algunos referentes a nivel mundial, adoptó explícitamente el término autonomismo o autonomía (los zapatistas, o antes, el PT en brasil, por ejemplo), pero en muchos otros casos no fue así, a pesar de lo cual se puede identificar una especie de sentido común "autonomista" (o como se le llame) extendido en un multitud de movimientos sociales y políticos del último tiempo: el impulso de la democracia participativa, el empoderamiento de los actores sociales, y la crítica al vanguardismo, el dogmatismo, la verticalidad en la toma de decisiones, la relación enajenada entre organización política y organización social, etcétera.
La SurDA tuvo la virtud, en el caso de Chile, de instalar ciertas ideas y prácticas que abordaban esos puntos, y junto con ello, de generar espacios más amplios en que participaba un anillo de personas mucho más diverso y masivo que la pura militancia surda, la que, a pesar de una relativamente alta visibilidad entre el mundo del activo político del país, nunca fue muy grande en números. Esos espacios más amplios fueron (y son) las franjas y colectivos autonomistas extendidos en muchas universidades del país, donde la militancia surda participaba (y la mayoría de las veces conducía), y le daba un carácter "nacional" al colectivo o franja autonomista local. En otras palabras, la Surda era el referente político transversal que aportaba en cuadros políticos y discusiones y planteamientos "nacionales" a las localidades universitarias autonomistas.
Esta forma de organizarse tuvo sus pros y contras: por una parte, se resguardaba la amplitud de los espacios locales (no era necesario tener una gran visión de la política nacional o mundial para entrar a un espacio autonomista), y la militancia surda, se suponía, debía intentar "empapar" al esfuerzo local de problemáticas mas transversales, politizándolo, articulándolo con los otros espacios surdos (casi exclusivamente universitarios). El problema estaba en que tal conexión no siempre fue clara ni muy eficaz, entonces la Surda aparecía como "montada" sobre esfuerzos mucho más amplios que ella, aún cuando, por lo general, la actuación de la militancia surda fue bastante democrática, abierta, con una cultura política que aportaba bastante al espacio local. Y así fue que se ganaron todas esas elecciones de federaciones: en casi ningún lugar nos presentábamos y actuábamos "como Surda", sino que como directamente dirigentes de esas franjas o colectivos autónomos o autonomistas. En todos esos lugares, los militantes surdos eran una proporción muy chica del universo de compañeras y compañeros autonomistas.
De todas formas, como no había una orgánica nacional propia del conjunto de esos espacios más amplios, la Surda actuaba como tal, ejerciendo una relación de conducción "informal" (no institucionalizada) sobre aquéllos. Y eso servía para ganar una que otra elección de federación o centro de estudiantes (a veces bastantes), y para instalar al Movimiento como una fuerza con mucho anclaje estudiantil, pero no para que "emergiera" una nueva fuerza política nacional, que era el deseo de la Surda desde, al menos, el 2002. Como el círculo de los militantes surdos que se sentía convocado a tal tarea de "emergencia politica" era tan reducido , como la mayoría de la militancia una vez egresada de las universidades no sabía qué hacer, y como hubo muchos desgajes de cuadros que se fueron alejando o saliendo de la organización, el movimiento comenzó a estancarse, la emergencia se perdió en una que otra "maniobra" y alianza sin mucha trascendencia, y tras esa situación surgieron las discusiones y desprendimientos de los últimos años (sobre todo desde el 2007), en que desde distintos ramajes se continúa una política autonomista en múltiples expresiones y organizaciones, sin la SurDA como organización aglutinante y centralizadora, pero prosiguiendo, a grandes rasgos y en forma de red más que como orgánica, con una identidad, un sentido y un lenguaje común, y un bagaje político-ideológico que mantiene su fuerza, y en muchos sentidos, sigue creciendo y madurando. En otras palabras, la Surdez, sin una táctica en común para el presente inmediato, pero con un amplio horizonte estratégico compartido, se ha seguido abriendo paso y masificando en diversos espacios y formas.
Todo lo anterior, quizás tiene que ver precisamente con la misma identidad política que se ha ido forjando bajo el nombre de autonomismo, o movimientos autónomos, y como se dijo antes, con un cúmulo de saberes y experiencias emergidas desde el mundo de los movimientos sociales a lo largo y ancho de todo el orbe. El poder y la fuerza de la descentralización, de la inteligencia colectiva que funciona de manera enredada y difusa, de una movimientalidad donde el límite entre el interior y el exterior del espacio organizacional es difícilmente diferenciable, donde la militancia política se disuelve en buena medida en la participación en espacios sociales o bien en otros espacios de articulación política más amplios, justamente son algunas de las características y contextos del presente, del mundo en que vivimos. Las actuales características del capitalismo y el orden político global explican (y comparten) muchas de esas dinámicas y formas, a tal punto que es sensato plantear que los mismos contornos y conceptualizaciones acerca de qué es lo que define, hoy en día, a una organización en cuanto tal, o cuáles son las formas y dinámicas organizativas más adecuadas para el presente, tanto a partir del contexto mundial y continental, como de las particularidades del Chile actual, han sido transformadas de manera radical y profunda. Una de esas, transformaciones, de particular resonancia en la política de nuestro continente durante la última década sobretodo, es la relación entre lo político y lo social, o entre organización política y movimiento social, pero claramente no se agota en estas dicotomías: abarca un sinnúmero de asuntos en un mundo que ha pasado por una reconfiguración global en sus formatos políticos, sociales y económicos.
Y, si algún mérito hemos tenido los autonomistas y las y los surdos, es que precisamente hemos andado ese camino de contradicciones y tensiones, alimentándolo de nuevos aprendizajes, logros, y contextos, y, desde cada lugar en que se está y participa, intentando aportar para un proceso refundacional de la política en Chile. Nos habremos equivocado muchas veces y tomado posiciones y decisiones a veces muy contrapuestas, pero el río ha seguido creciendo y haciéndose camino, con nosotros como cauce y caudal, a la vez.
Hay más motivos que nunca para la esperanza intacta.
Por: Héctor Testa Ferreira, integrante de redes SurDA, militante del Partido Progresista de Chile, PRO.
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