La derrota de la centroizquierda chilena es antes que nada política y como consecuencia de ella es también una verdadera debacle electoral. La elección presidencial se pierde cuando los dirigentes de los partidos de la Nueva Mayoría dejan de privilegiar el mantener unida a la alianza que gobierna el país y no crean las condiciones para definir en una primaria verdaderamente competitiva el candidato presidencial del sector, decidiendo, además, llevar dos listas parlamentarias cosa que en el nuevo contexto de una ley electoral proporcional corregida representa un verdadero suicidio.
Hay partidos que, por razones mezquinas y autoreferenciales, abandonaron el rol histórico de ser eje del equilibrio de una alianza de izquierda y de centro que ha permitido, después de la dictadura, tener cinco gobiernos reformadores. Hay quienes se han concentrado en destruir la obra progresista de los gobiernos de la Concertación por la Democracia y de sus líderes, y con ello las bases ideales y de identidad con que nace y se distinguió, como un ejemplo en el mundo, la centroizquierda chilena.
Pero, con franqueza, hay también ausencia de liderazgo de la propia Presidenta Bachelet que es jefa de Estado, jefa de gobierno, pero también líder de la alianza que la acompañó en sus dos victorias presidenciales y con la cual gobierna, pero que no ejerció para mantener unida a la Nueva Mayoría.
Este ha sido el gran vacío de conducción política de una Presidenta que, llevando a cabo en ambos gobiernos reformas que marcarán la historia del país, deberá por segunda vez entregar la banda presidencial a un exponente de la derecha y terminar su segundo gobierno con su alianza quebrada, sin ideas y sin horizonte.
Por ello, la derrota de diciembre, es una derrota política, porque se pierde gobernando el país, sin que quede vestigio de un proyecto de futuro, con una coalición que ya no existe, con un debilitamiento electoral de varios de los partidos de lo que fue la Nueva Mayoría, con dispersión y división en el centro y en la izquierda y con el grave riesgo de que estas fuerzas no logren articular una nueva alianza.
En tanto, la derecha obtiene el mejor resultado de su historia, con un líder, como Sebastian Piñera, que aglutina más allá del sector y construye, especialmente durante la segunda vuelta, una mayoría transversal que la derecha no tenía.
Sostener que se ha perdido electoralmente pero se ha ganado en el plano de las ideas, como han planteado personeros del gobierno, es, como ha dicho irónicamente Ernesto Ottone, una interpretación gramsciana hecha por el Tony Caluga. Lo que ha ocurrido es que la secularidad de la modernidad avanzada, los cambios globales en materia de derechos civiles y la comunicación digital, a la cual tienen acceso hoy la mayoría de los chilenos, cambia la subjetividad y la forma de vivir de las sociedades y desplaza las postura más conservadoras. La sociedad civil, organizada temáticamente, ha incorporado en las agendas políticas en Chile como en otros países del mundo, temas como la diversidad sexual, aborto, derechos de género y el mérito del gobierno consiste en haber comprendido este fenómeno y haberlos plasmado, sin duda en medio de una batalla ideológica, en leyes que liberalizan culturalmente al país.
Pero de ahí a haber construido una hegemonía de las ideas progresistas hay un trecho enorme y justamente porque esto no se logra, por múltiples falencias en la gestión de las políticas públicas, es que las reformas del gobierno no han contado con una mayoría ciudadana que las respalde y que el propio gobierno tenga un importante grado de rechazo.
Sin embargo, las elecciones se ganan en la forma como se enfrentan las campañas, en las premisas políticas en que se apoyan y en la credibilidad que los candidatos alcanzan en los temas que más preocupan a la población. Hay que reconocer que la campaña de la Nueva Mayoría parte con su división, sin primarias, sin franja ni debates, es decir dando una ventaja casi irremontable al resto de las candidaturas y en particular a la derecha y creando un profundo desánimo en su militancia y un rechazo en sus electores.
La primera vuelta de la Fuerza de Mayoría estuvo marcada permanentemente por la incertidumbre respecto de cuando se inscribía el candidato, por las dudas que insólitamente el propio Comando creó sobre la existencia del programa y por un gran abandono de los principales líderes de los partidos todos los cuales eran candidatos al parlamento. Vale decir que en primera vuelta lo único que hubo fue una campaña que se apoyó en el prestigio personal y profesional de Alejandro Guillier y en el conocimiento que la opinión pública tenía de él , pero adoleció de despliegue territorial y de ideas fuerza que marcaran la novedad que Guillier representaba y el poder de su oferta de un cambio con gobernabilidad, en continuidad pero también en discontinuidad con el gobierno de Bachelet.
El resultado fue claro: Guillier con el 22% obtuvo 12 puntos menos que lo que habían obtenido los partidos que lo apoyaban en las últimas elecciones municipales y la novedad corrió por cuenta de la candidata del Frente Amplio que obtiene un inesperado 20%.
Esta derrota sume a la centro izquierda en una profunda crisis que hoy aparece sin salida. Dirigentes de los partidos, refractarios a una autocrítica profunda que reconozca la multitud de errores cometidos, intentan culpar ahora al candidato y al petit comité en que se apoyó Guillier durante la campaña.
En el voto de Beatriz Sanchez hay un evidente traslado de votación desde los partidos que apoyaban a Guillier y ese voto había que leerlo como un castigo a la Nueva Mayoría. La lectura aritmética que se hizo de los resultados llevaron a centrar la segunda vuelta en atraer el voto del Frente Amplio y en medio de las presiones de sus líderes, que por momentos pareció un verdadero chantaje electoral para que Guillier asumiera el conjunto del programa del Frente Amplio, se perdió identidad, se creó confusión e incertidumbre respecto de las propuestas de Guillier y se habló prácticamente solo a ese electorado y no al conjunto del país, a ese 55% que no había concurrido a las urnas en primera vuelta y también al voto de centro que es mayor al 5% obtenido por Carolina Goic.
Ello permitió que Piñera, con un discurso completamente distinto al de la primera vuelta, garantizando que las reformas de Bachelet no se tocarían y dedicado al centro político, lograra no solo alinear la votación de Kast y Ossandón sino que además canalizara votos de electores que se habían abstenido y contrariamente a lo pensado es quien incorpora la mayor votación que se produce en segunda vuelta. La premisa creada por la candidatura de Guillier de que si votaban en segunda vuelta más electores las posibilidades del triunfo de la centroizquierda eran mayores, no se produce, aún votando 600 mil personas más, porque Piñera y la derecha comprendieron mejor que la segunda vuelta se definía en el voto de las capas medias a las cuales era necesario garantizar propuestas que apuntaran al crecimiento económico y al empleo y logró apropiarse de este tema frente a una candidatura de Guillier atrapada en posturas más radicales tendientes a canalizar el voto del Frente Amplio.
Premisas como aquellas de que bastaba el apoyo decidido de Bachelet para ganar la elección sin tener en cuenta que el respaldo a la mandataria continúa siendo minoritario y que lo que se requería era, por el contrario, que Guillier expresara con nitidez lo nuevo que significaba para la política chilena como en su momento logró hacerlo la propia Bachelet. O aquella que el anti piñerismo era muy extendido en la sociedad y que por tanto había naturalmente un amplio rechazo a su persona no consideraba que él es el mejor candidato que la derecha chilena puede expresar y que agrega, por su mayor liberalismo y su falta de prejuicios y, digamos también, de rigor en materia de principios, a electores muy diversos.
Dichas premisas no tuvieron en cuenta que hoy el voto de la mayoría es pragmático, que está ligado mas a factores de movilidad social, a vivencias personales y existenciales que a posturas ideológicas, que es volátil y puede cambiar radicalmente entre primera y segunda vuelta y donde las promesas económicas y de seguridad juegan un rol fundamental. En ambos la candidatura de Guillier adoleció de definiciones certeras que llegaran y fueran asimiladas como superiores por la población.
Piñera termina absorviendo los votos de los nuevos votantes, de una parte del voto DC e incluso del Frente Amplio y logra esa diferencia de 9 puntos que aparecía impensada después de los magros resultados que había obtenido en primera vuelta, ganando con amplitud, por segunda vez, la Presidencia de la República.
Esta derrota sume a la centro izquierda en una profunda crisis que hoy aparece sin salida. Dirigentes de los partidos, refractarios a una autocrítica profunda que reconozca la multitud de errores cometidos, intentan culpar ahora al candidato y al petit comité en que se apoyó Guillier durante la campaña.
El Partido Comunista ataca duramente a Ricardo Lagos por no haber entregado un mayor apoyo en segunda vuelta, en consecuencia que el diseño de la campaña, avalada por el propio PC, dejaba fuera de la franja televisiva y de la campaña misma a Lagos y a los liderazgos de la Concertación con el argumento que restaban votos de la izquierda. Detrás de este sectario anti laguismo y anti concertacionismo del PC está el hecho de que ideológicamente este partido no ha resuelto su relación con la socialdemocracia y permanece todavía anclado en el texto de Lenin “La Revolución Proletaria y el renegado Kaustky” y son incapaces de comprender que es el modelo socialdemócrata el que triunfa por sobre los “comunismos reales” y el que durante el siglo XX construyó los mayores niveles de igualdad, libertad y democracia en el mundo.
Coincido con el Ministro Heraldo Muñoz, lo principal hoy es recomponer la relación entre los partidos de matriz socialdemócrata y la democracia cristiana y , a partir de ello, ver cual es la relación que se establece con el PC y con el Frente Amplio tanto en las coincidencias programáticas cuanto en la labor en el parlamento donde nadie tiene mayoría por si solo y donde se requerirán alianzas para impedir retrocesos en las reformas de Bachelet y para, desde la oposición y desde la ciudadanía, hacer avanzar una política progresista que pase por reconectarse con la sociedad, que reduzca las incertidumbres que la candidatura de Guillier no logró sortear durante la campaña, que repolitice a los millones de chilenos que se quedaron en sus casas, y que en su mayoría están radicados en sectores populares, a los indeferentes y desencantados y entregue al país un proyecto claro de futuro.
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Medina Sergio
Cuál sería «la obra progresista de los gobiernos de la Concertación»? que menciona el autor
se puede hablar de «centro izquierda» de un conglomerado que defiende a rajatabla el neoliberalismo y que no se plantea, evidentemente, ningun cambio estructural al sistema? cuando no les da ni pa social demócratas…
al parecer sólo se ha tratado de una alianza electoral, para mantener cuotas de poder político, darle una mano de gato al sistema imperante, es decir un rostro humano, haceptable para la población, que tiene que contentarse con algo de chorreo.
un conglomerado compuesto por partidos que se han caracterizado por no escuchar a sus militantes, sus cúpulas aferradas a controlar las direcciones, y evidentemente sin gran apoyo de masas, a quienes manipula con un discurso a lo Padre Gatica, mientras los grandes empresarios y transnacionales aplauden, su ultimo regalito, el TPP 11, con el que perdemos la sobreanía financiera en beneficio de las transnacionales, siin recibir nada a cambio.
Javi-Al
Ud. tiene mucha razón en su análisis, es pragmático, y es cierto, el voto de mayorías también lo es. Sobre los buenos gobiernos de la concertación también estoy de acuerdo con Ud. pero sólo reconozco tres buenos.