Ser de izquierda en estos tiempos es justo y es necesario, significa optar por transformar profundamente las estructuras políticas, económicas y sociales de la sociedad.
Desde hace algún tiempo se instaló la idea en algunos sectores de la sociedad, que la forma de ver la política cambió, que no se puede seguir utilizando la clasificación de los partidos y movimientos políticos como de izquierda o de derecha, que es una disyuntiva o controversia añeja.
Es más, a partir de la caída del muro de Berlín y el fracaso de las propuestas marxistas, se impuso que ya no existirían las premisas que dieron origen a la composición política del mundo que separó a las personas en izquierda y derecha. En eso contexto afloraron propuestas alternativas desde diversas índoles conservadoras, liberales, humanistas, ecologistas y/o simplemente ciudadanas.
Esto se evidencia aún más cada vez que un candidato o elector, dice que no es de izquierda ni de derecha, que es independiente, que todos los políticos son iguales, que no le gusta la política o más aún que es apolítico. Seguro cada vez que esto pasa, habrá algún gremialista (UDI) que se llenará de regocijo, por haber logrado capturar a uno más para sus intereses.
Porque dicho fundamento no es nuevo en Chile, viene desde fines de la década de los 60 cuando nace el movimiento gremialista (base de la actual UDI), quienes reniegan y rechazan los partidos políticos, intención que se acentuará sistemáticamente durante la dictadura, en que las autoridades utilizaron su poder absoluto para denostar la política y los políticos, persuadiendo que no eran necesarios para organizar la sociedad.
Esa fue la primera gran falacia que se impuso en dictadura, que la política y los partidos políticos no eran necesarios, lo que cristalizó en su obra maestra, la Constitución Política de 1980, que negaba la participación política a vastos sectores de la sociedad.
Una vez avanzado el proceso democrático surge el segundo gran problema, hacer creer que no existe necesidad de optar por formas de sociedad distintas, que el problema político solo radica en cambiar las caras, renovar la política y mejorar las prácticas de la misma, con argumentos tales como “a esos ya les tocó, ahora nos toca a nosotros” o “todos son iguales, todos son ladrones o nunca se ha hecho nada”, sin dejar de suscribir que la renovación de la política y mejorar sus prácticas es necesario, no se le puede quitar a la discusión de fondo el contenido político.
Aquello da origen a la segunda gran falacia, que ya no existe la necesidad de separarse en opciones políticas de izquierda o de derecha.
Mientras existan en la sociedad grandes grados de desigualdad social, de pobreza, de discriminación, falta de justicia, falta de democracia, seguirá siendo crucial tomar definiciones nítidas a favor del cambio de la sociedad. Aquello es éticamente imprescindible.
En consecuencia, optar por cambiar la sociedad, hacer modificaciones trascendentes del sistema vigente, significará tomar posiciones y ubicarse en el espectro político a la izquierda o la derecha o al menos equidistante de ambas.
Ser de izquierda en estos tiempos es justo y es necesario, significa optar por transformar profundamente las estructuras políticas, económicas y sociales de la sociedad. Se podrá diferir en que sea de forma más acelerada o un proceso más continuo, con más o menos intervención del Estado, pero sí debe traducirse necesariamente traducirse al menos en:
– Cambiar la constitución política generada en dictadura, por una generada por la participación democrática del pueblo.
– Cambiar el sistema electoral binominal, por uno democrático proporcional.
– Modificar sustantivamente el sistema previsional privado, por uno público que permita pensiones dignas y justas.
– Terminar con el lucro en la educación y la salud, para avanzar a sistemas de educación y de salud pública gratuitas y de calidad.
– Nacionalizar los recursos naturales fundamentales como agua, energía y minerales.
Ser de izquierda en el Chile de hoy es tan necesario y trascendente como lo fue hace 30, 40 o 50 años. El let motiv sigue siendo la construcción de una sociedad mejor, más democrática y con crecientes grados de justicia social, para intentar aquello se requiere algunas premisas que la izquierda tenga vocación democrática y de unidad, que favorezca construir mayorías por los cambios, lo que actualmente se ve distante por la gran dispersión de propuestas, presente en diversos grupos y candidaturas, ninguna nítida por sí sola.
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