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Secretos y silencios de la Concertación

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“Aspiro a incentivar un debate imprescindible” dice Carlos Ominami en el primer capítulo de su recién aparecido libro de memorias. En lo que se refiere al Eje PS – DC ese objetivo permanecerá con gran probabilidad, incumplido. 
 
El lanzamiento del libro estuvo altamente concurrido (estaban los indignados y numerosos participantes de los movimientos sociales que luego de mucho tiempo han protagonizado la vida política del país) pero llegaron muy pocas personas del mundo político. Sobre el libro ha caído un impresionante (¿típico?) manto de silencio por parte del mundo oficial. Han sacado la voz algunos analistas políticos. No obstante, de los dirigentes políticos que como Ominami fueron protagonistas de la creación de la Concertación, de la victoria en el plebiscito y de las sucesivas victorias presidenciales, de las negociaciones que permitieron el remozamiento de la Concertación y de las políticas que produjeron lo bueno y lo malo de esos 20 años, no se ha escuchado palabra. Más precisamente pocas palabras. El presidente de un partido de la Concertación señaló que “no tengo ganas de leer ¡nada más de Ominami! ¿Para qué leer algo más?". Un ex asesor del segundo piso dijo no sentir interés por este tipo de textos: "No me gusta ni la literatura fantástica ni la chismografía". 
 
¿Por qué este silencio?¿No debería acaso interesar debatir con un protagonista relevante de los 20 años de Concertación que por las razones que explica en el libro lo llevaron a poner en juego una reelección senatorial segura y formó parte de una candidatura que atrajo un 20% del electorado en la primera vuelta de la última elección presidencial? ¿No es de primordial importancia conocer las posiciones respecto de la derrota de la Concertación de dirigentes políticos que interpretaron el sentir de un 20% del electorado que pudo incluso haber sido mayor si hubiese existido inscripción automática? En el proceso de construcción de la oposición a la actual Administración y en la generación de una nueva alternativa presidencial, ¿no sería acaso indispensable discutir la visión crítica de la gestión gubernamental de los cuatro presidentes de la Concertación?
 
El libro parte con la declaración del autor de que es un sobreviviente, que por un tris pudo haber sido asesinado por la dictadura. Explica las razones de un temprano alejamiento del MIR. Realiza una radiografía profunda del Chile que creó la Concertación y cuyos resultados explican las razones profundas de la derrota: “No comparto la idea de que se perdió por no saber representar la sociedad que nosotros mismos habíamos creado. El problema es el tipo de sociedad que finalmente construimos, demasiada lejana a nuestras convicciones más esenciales”. Como economista analiza las causas de que la promesa del desarrollo haya permanecido incumplida. Indaga en las razones que explican el dinamismo declinante de la economía nacional y esboza una crítica profunda de la institucionalidad económica vigente. Busca luego profundizar en las causas que explican el derrotero indicado. Fundamenta la tesis de que se impuso una “transición mal pactada” (que acertadamente describe como una verdad incómoda); llama la atención al deterioro de los partidos de la Concertación que con rapidez se transformaron en partido de funcionarios gubernamentales; la presencia de una capa de dirigentes que más que posiciones desarrolló intereses (tesis compartida incluso por Ricardo Solari y Ángel Flisfisch en su artículo “Las siete vidas de la Concertación”). 
 
Son interesantes y polémicos, los retratos de los cuatro presidentes de la Concertación y la caracterización de su gestión. Es aguda su crítica a la alianza establecida bajo la administración Bachelet entre la “Nueva Izquierda” del partido socialista y el grupo “Expansiva”, el sector más fundamentalista de mercado de la entonces coalición de gobierno. Será importante para la historia política el relato sobre la fase final de la campaña del entonces candidato presidencial Ricardo Lagos y sobre la forma como se definió la última candidatura de Frei y la campaña presidencial que permitió la victoria de la derecha. 
 
El subtítulo del libro es “Recuerdos para el futuro” y en el último capítulo Carlos Ominami realiza la reflexión más importante que se ha hecho sobre los desafíos de la izquierda para construir una nueva alternativa política. Bajo el sugestivo título “Para volver a creer” enumera los problemas que enfrentamos. Sostiene que el desarrollo actual genera serias y reales amenazas para la sobrevivencia del planeta; que el capitalismo no logra contralar y eliminar sus desequilibrios, que las finanzas subordinan la producción y que sobre esa situación se construye “el imperio del corto sobre el mediano y largo plazo”. Destaca que pese a estos problemas no ha sido posible levantar una alternativa. La socialdemocracia, en particular en su versión escandinava, expresa lo mejor que han producido las luchas sociales. No obstante, con la Tercera Vía, ella renunció a toda transformación de las estructuras básicas del capitalismo por lo que su gran lucha en contra de las desigualdades sigue como tarea pendiente. Es sugerente su llamado de atención respecto de que en la defensa de la desigualdad, la izquierda puso a la democracia en un lugar subalterno; que ha tenido dificultades para encontrarse con la ecología (quizás por “que son subculturas que responden a orígenes muy diversos”) y que ha sido renuente en materia de los nuevos derechos y libertades. 
 
A todo esto contribuyó, según Ominami, la bancarrota intelectual de la izquierda (algunos de cuyos hitos explora) y las debilidades teóricas del marxismo. Para Ominami no se trata de reconstruir utopías globales, pero si se requiere un marco teórico de referencia. En tal sentido aparecen como elementos importantes, el pensamiento complejo y la política de civilización, la idea bersteiniana de que “el fin no es nada, el movimiento es todo”, la necesidad redefinir la noción de progreso, la necesaria expansión de los bienes públicos y el rescate de las dimensiones positivas de las diferentes experiencias progresistas en América Latina, en particular la brasileña y la uruguaya. 
 
Cerca del final se refiere a la hegemonía del pensamiento neoliberal, que traspasa fronteras partidarias, que impone sus recetas al margen de la deliberación política y donde subyace la visión de que el destino nacional está mejor servido por los “tecnócratas” presuntos depositarios del saber, no “contaminados” por la política. En este cuadro, los partidos y el Congreso Nacional instituciones fundamentales de la democracia, terminan como estorbos. Aquí radican, probablemente, las razones del silencio de la política oficial. La razón pragmática es poderosa en los asuntos de la retención del poder pero no es buena consejera cuando se trata de abrir nuevos horizontes a un país que los necesita con urgencia. Cuando se cree contar con una carta de triunfo pero cuyas virtudes persisten solo si se hace la vista gorda respecto de su desempeño, lo imperativo es eludir el análisis crítico y la deliberación política. 
 
No deja de llamar la atención que en el momento de escribir esta columna se informa que el Eje DC – PS organiza una gira nacional para reforzar el pacto. Más allá de pretender reemplazar a la actual coalición en el Gobierno, no son de conocimiento público las líneas fuerza que inspiran dicho acuerdo. Probablemente piensan que ya habrá tiempo para preparar un programa que diga lo que las encuestas de opinión dicen que dicho programa debe postular. Esta “estrategia” recuerda el intento de Jaime Ravinet de volver a la alcaldía de Santiago que con la consigna “carta probada” sufrió una aplastante derrota prefigurando los resultados que la Concertación obtendría un año después en la elección presidencial. 
 
El libro es un aporte clave al debate político. Está bien escrito y es entretenido. Quizás la principal debilidad radica en la presunción de que existe una amplia convergencia programática entre lo que fueron las tres opciones presidenciales distintas a Piñera. Creo que eso es un espejismo, que se expresa en la grave distancia entre el movimiento social y la Concertación. La defensa irrestricta de lo obrado no es compatible con el descontento generalizado aunque fragmentado de la ciudadanía. Como señala Ulrich Beck, la contradicción entre los que insisten en que la economía debe dominar a la democracia y los que pensamos que la democracia debe predominar, constituye el clivaje fundamental que separa a la vieja Concertación y la derecha de un nuevo progresismo con vocación mayoritaria.  
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16 de noviembre

Un marco teórico de referencia es indispensable. El pensamiento complejo, tal cual lo discute Edgar Morin, es sin dudas un camino correcto.

Afirmar que “el movimiento es todo” es el comienzo de los problemas teóricos. Una debilidad fundante también del marxismo en todas sus manifestaciones. La definición del movimiento como único atributo de todo “fenómeno” de la realidad (la materia) no permite fundamentar la relación de dos movimientos. El marxismo clásico hace uso de un concepto hegeliano al definir el movimiento como automovimiento, para después “fundamentar” la relación de dos automovimientos.
Una lógica de la “complejidad” tiene que trascender de la visión del “objeto” de la ciencia, y definir como un mínimo la relación de dos objetos en el mundo. La transformación interaccional o la interacción transformadora como parte de un campo interaccional universal en permanente transformación. Interacción-Transformación son constituyente de toda realidad, conforman una unidad indivisible de nuestra dimensión de existencia: el espacio y el tiempo. Recién a partir de esta generalización de la experiencia humana se puede formular una lógica dialéctica que trasciende a Hegel y el Marxismo.

Andrés Zöllner Sánchez

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