He reflexionado mucho sobre si era o no necesario escribir esta columna. Qué puede importar en este momento de reflexión nacional las letras de un hombre de 40 que nació casi 3 años después de instalada la dictadura, que sólo era un niño de 12 años en octubre del 88 y que inauguraba sus 14 por esos días que la banda y la piocha pasaron de la sangre a la tinta.
[texto_destacado]Mi reflexión me dice que importa. Hoy, en que los noventa son expuestos en la plaza de la historia y juzgados con excesiva dureza; hoy, en que aquellos jóvenes que nos parimos a la política en esa época y que le debemos mucho y acreemos otro tanto a la transición seguimos peleando por nuestro lugar en la política; Hoy, en que los tiempos del miedo y de la derrota ética cambian sus vientos, creo que este hoy es un gran momento para aportar nuestra mirada al réquiem de la transición que representó Don Patricio, haciendo un merecido homenaje al Aylwin que conocimos, al de la alianza democrática, al del comando del NO, Al que recibió la Banda en 1990 (no hablaré del Carmen Gate), Al que pidió perdón, al que hizo la obra de un titán al entregar la Banda, aunque hoy le parezca a algunos menos importante de lo que fue.
Pertenezco a la generación que entró en política por herencia de la democracia perdida relatada por de mi padre socialista y admiración de la década inmediatamente anterior que me tocó mirar con ojos de niño. Admiraba la épica de la lucha contra la dictadura, mi experiencia más clara fueron las jornadas de protesta contra el régimen. Yo vivía en la Av. Brasil de Valparaíso, Frente a la Facultad de Ingeniería de la Universidad Católica del puerto, y tengo memoria de esos jóvenes más grandes que yo gritando con una convicción innegable y una alegría arrebatadora «El que no salta es Pinochet» «Y va a Caer, Y va Caer, el asesino Pinochet». Los vi correr, los vi hacer barricadas, lanzar panfletos, cortar calles, hacer peñas, los vi votar la primera federación de estudiantes electa de Chile. Aún recuerdo cuanto quería crecer y estar allí. A veces creo que, en mi fiebre infantil, en mi falta de conciencia, hasta prefería que la caída del dictador esperara un poco para poder estar allí y sentirme autor.
Pero no, cuando llegué a ese «Allí» entrábamos en la mucho menos sexy transición. Y allí estuvimos. Recuerdo haber estado en la calle, con mis padres ese marzo de 1990. Vi pasar al presidente sin uniforme.
La política juvenil de los 90 se centró en recuperar la libertad: No a la detención por sospecha (Sí, esa misma), legalizar la mariguana (Sí, esa misma, consolidar la existencia de las federaciones y centros de alumnos. Durante esa década, me tocó participar en las primeras movilizaciones estudiantiles criticando el modelo educacional. Pero era difícil, Chile acababa de salir de la dictadura y no “había que hacer olitas”. Un dirigente estudiantil de la época llamó al dictador asesino en público y fue procesado, condenado y perdió sus derechos políticos. Fue asesinado Jaime Guzmán, secuestrado Edwards, y los pinocheques hacieron temblar la naciente transición y nos recordaban que la victoria electoral del 88 tuvo su precio y que las elecciones que llevaron a Don Patricio a la Moneda se hicieron en el marco de un acuerdo: El Modelo. Muéstrenme algo menos sexy que esto para un joven de 18 años.
La sociedad no quería escuchar. Estaba recuperando la experiencia de vivir en libertad, estaba accediendo a la tarjeta de crédito, la matrícula en la Educación Superior aumentaba y aumentaba, el jaguar estaba desatado. Además, locos nosotros, no entendíamos que el muro había caído y que el capitalismo liberal era la hegemonía. ¿Resultado? «No estoy ni ahí», la frase más repetida se podría completar diciendo: «no estoy ni ahí, estoy comprando». No vi ninguna capucha, no escuché ningún grito, éramos pocos y solos cuando las boinas salieron para proteger la fortuna del dictador. Menos mal que como dijo el presidente, quedó en una bravuconada.
Su muerte nos da la oportunidad de poner en perspectiva, de balancear juicios y valoraciones. Partir justo en el momento en que se inicia el debate constitucional no recuerda lo difícil que ha sido llegar acá, que cada paso cuesta, que la república y la democracia no son una obviedad.
Visto desde hoy, paz alcanzada de por medio, resulta fácil no valorar los pasos que se dieron. Yo los valoro. Pero no por valorar lo hecho, olvido lo que faltó por hacer y el camino que queda por recorrer.
Yo valoro al Presidente Aylwin que conocí. Hubo que ser algo más que político para consolidar la inmadura democracia alcanzada. Lo valoro pues más allá de cualquier consideración, los silencios de ayer permiten las voces de hoy. Precisamente por eso hay que hablar, dialogar y producir una nueva constitución que termine la transición y consagre el derecho a vivir una democracia plena y una república solidaria.
Nadie elige cuándo morir, pero si se me permite la licencia, creo que el último servicio a la República de Don Patricio ha sido la oportunidad en que se va del mundo. Su muerte nos da la oportunidad de poner en perspectiva, de balancear juicios y valoraciones. Partir justo en el momento en que se inicia el debate constitucional nos recuerda lo difícil que ha sido llegar acá, que cada paso cuesta, que la República y la democracia no son una obviedad. Nos permite construir un réquiem armónico no sólo para la figura del Ex Presidente, sino que también terminar el luto por la transición concluida, por el pacto agotado y tomar con fuerza la misión de escribir uno nuevo que tendrá sus propias luces y sus propias sombras. No me imagino un mejor homenaje para un político como el, que decirle que su trabajo, que seguramente será reemplazado por uno nuevo, permite hoy seguir viviendo en una República y que esta será más democrática. Adiós don Patricio.
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