Durante la década de 1990 se consolida el trabajo terapéutico del antropólogo neozelandés David Epston y el trabajador social australiano Michael White (periodo para nosotros de “regreso” a la democracia). Sus esfuerzos orientados a la clínica adquirieron el epíteto de una terapia de mérito literario. También conocida como terapia narrativa. Pero, ¿cuáles fueron los elementos gravitantes que hicieron tan especial este trabajo terapéutico con NNA y sus familias, adultos, parejas, etnias, etc.? Su núcleo, a grosso modo, fue el carácter político de sus intervenciones en torno a los relatos de los y las pacientes. Relatos y política. Elementos inseparables.
Gracias a las investigaciones genealógicas de Michel Foucault, la dinámica del poder fue incluida en esta perspectiva narrativa de la terapia. Poder, conocimiento y subjetividad es una tensión que no acaba. Las relaciones humanas, nuestras identidades móviles, los vínculos singulares con el mundo y la vida, están supeditadas a perspectivas de poder que se materializan en la vida cotidiana. Espacios que Marcelo Pakman, médico y terapeuta argentino, ha denominado micropolíticos. Lo que está en juego constante es el entendimiento de lo normal y lo patológico, salud (mental) y enfermedad, así como los discursos sobre el éxito y el fracaso, lo correcto o lo inmoral, la verdad, la vida misma…
Se trata de la apropiación de la vida y de cómo se debe ser y existir. Lo cual no es un juego. La dupla denominó relatos dominantes a las narraciones hegemónicas que restan poder a las personas y relatos alternativos a las narraciones y experiencias subyugadas, en resistencia frente a los relatos dominantes. La analogía del texto les permitió mirar a las personas como escritoras de sus propias experiencias singulares. Además, reconocer que en ocasiones “la persona no es el problema, el problema es el problema”. Sin olvidar el entramado social y político, terreno desde el cual cada quien escribe su propio capitulo, postularon precisamente que aquél puede ser el problema. En nuestro caso el gran libro de dogmas y verdades es la constitución de 1980, escritura de sangre y horror, narrativa de Pinochet. La Biblia es otra épica narrativa que irrumpe en la vida política y personal. De aquí emanan gran cantidad de leyes.
Este largo preámbulo para afirmar lo siguiente: la recién inaugurada Convención Constituyente es precisamente una escritura de lo alternativo. Y, sin obviar el horizonte de las próximas elecciones presidenciales – incluidas las primarias del 18 de julio –, procesos heterogéneos pero convergentes, es posible realizar un símil con ambos relatos en cuanto a la histórica asamblea.
Cuando la Dra. Elisa Loncón, mapuche y activista destacada de su pueblo, toma la palabra al asumir la presidencia de la Convención, no es cualquier palabra la que toma. Habla primero en mapudungún. La presencia de su palabra, presencia misma de Loncón y su pueblo, resquebraja para siempre la historia. La resistencia se torna poder. Este acontecimiento importantísimo nos remite al caso maorí en Nueva Zelanda (y a nuestros autores). Luego de años de políticas colonialistas y negacionistas, el pueblo maorí fue paulatinamente reconocido en su dolor histórico. Reconocer quiere decir estar dispuesto a reparar políticamente con verdad y justicia. Ese país cuenta con un Ministerio de Asuntos Maoríes. Nosotros estamos lejos todavía.
En nuestro caso, injustamente, la histórica militarización del Wallmapu es un claro ejemplo de relato y prácticas dominantes. Las políticas actuales niegan toda vida multiforme, plurilingüe, singular. Los poderes del estado, sus leyes, discursos y acciones, crean un escenario en el cual la otredad no tiene lugar. El caso mapuche es brutal: desterrados en su propia tierra. Asesinados en su única tierra. Quienes tendrían derechos legítimos a vivir en esas tierras serían principalmente descendientes de colonos, empresas forestales y las hidroeléctricas protegidas por el Estado. Chilenos normales. Pero, cuando la Convención emite una declaración reivindicando a los presos del estallido social y del pueblo mapuche, ese evento, escritura de lo alternativo, resistencia en trasformación, aunque evidentemente sin poder legislativo tan sólo simbólico, provoca toda una serie de desacreditaciones.
Me pregunto: ¿Qué vuelve una vida – un relato – más valioso que otro? ¿Por qué los periodistas de los medios hegemónicos tradicionales, en materia presidencial, insisten en el caso de Cuba y Venezuela en lugar de situar la atención en los atentados a los Derechos Humanos en Chile? ¿Por qué el terror a un candidato comunista? ¿Por qué los y las mapuches serían terroristas?
Los relatos dominantes son poderosos y se expresan en formas cotidianas de ser y relacionarse. Por ejemplo, ¿Qué entendemos por democracia? Para la «política de los acuerdos» de los últimos 30 años, concertación, pasando por la siempre neutra Democracia Cristiana hasta Chile Vamos, la democracia está supeditada al dinero, a los conglomerados empresariales, colusiones, montajes y a valores mercantiles y cristianos (piénsese en la falta de políticas del matrimonio igualitario o el acuerdo de unión civil). Una democracia neoliberal y patriarcal que excluye con fronteras legislativas y cotidianas a cualquier otra persona que no calce en su molde. Así, nacen cuerpos maltratados, excluidos y sin presencia: excéntricos, anormales, antisociales, antidemocráticos, terroristas, violentistas, también la mujer, las comunidades LGBTIQ+, trabajadores y trabajadoras agotadas bajo el imperativo del éxito y el yugo de la felicidad. ¿Cómo no entender el feminismo sino como fuerza insubordinada a la opresión patriarcal, relato inequívocamente alternativo a la dominación?
Si la escritura sutura nuestros mundos, la Convención podría ser un relato que incorpore lo históricamente excluido y desechado, convirtiéndose en una forma de aproximación a un perdón que nos lance al futuro. Ese relato será signo de una nueva salud.
En el caso de la salud mental, recordemos la pregunta insidiosa e injusta de Pavlovic a Boric sobre su capacidad para gobernar por padecer TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo). Podría no ser una pregunta incomoda, pero está formulada en base a narraciones dominantes. Políticas. Es injusta porque asocia el malestar psíquico con la ingobernabilidad, el padecimiento con lo anormal. Es estigma. Como si la salud fuera un elemento meramente individual desconectado del cuerpo y el entramado social. Es el relato neoliberal del individualismo y la salud asociada al éxito. Todo dolor es reducido a signo de debilidad. Me pregunto, ¿cuántos hombres son capaces de llorar sin ser vistos como enfermos o débiles?
Volvamos a la Convención. Fue noticia lo siguiente: diputados RN solicitan eliminar el término «todes» de los diálogos constituyentes. Sin embargo, esa “instancia universalizante que es el lenguaje” como dijera Jacques Derrida, procede de una tradición normalizante del idioma. Creer que el lenguaje es vehículo de acceso al mundo y la verdad. Creer que entre las palabras y las cosas existe un isomorfismo universal. Creer que el lenguaje permite la representación original del mundo. Son problemáticas refutadas desde diversas disciplinas. No olvidemos, honrando la memoria de Francisco Varela y Humberto Maturana, el lenguaje no es sólo comunicación entre emisores y receptores, el lenguaje construye nuestra realidad. Objetividad entre paréntesis. “Todes” no es un neologismo caprichoso, es la materialización fonética de una nueva realidad que se resiste a sucumbir ante la dictadura del signo que tantos y tantas profesan.
Por otro lado, merece un escrutinio la aparente neutralidad de las palabras de un ciudadano más como se denomina Cristián Warnkén, quien desde “su jardín” escribe preocupado por la emisión de la Convención sobre la «declaración de los presos del estallido social y presos políticos mapuchesC, llamando según él a indultar “actos violentos”. Este acto sirve como ejemplo de lo cotidiano. Empleando la figura y las parábolas de Jesús hasta la reflexión Heideggeriana, psicoanaliza en sintonía con Jung a Chile. Su conclusión es que todo nuestro futuro depende de si la izquierda tomará el modelo de Mandela o Pinochet en cuanto a su vínculo con los adversarios. Habla de humillación ante la minoría de Chile Vamos y de no repetir la lógica del parlamento. Sin embargo, comparar lo que acontece en la Convención con la figura de Pinochet es de una inmensa irresponsabilidad que sólo un psicólogo del alma, desde su jardín, es capaz de cometer. ¿Por qué? Porque utilizando imaginarios sociales de la psique y la política, reduce todo a una fórmula de cambio de consciencia y no de fronteras políticas o estructurales. ¿Desde qué lugar traduce lo violento?
Un día después de la ejecución del weichafe Pablo Marchant, a quien no le dedica una sola palabra, publica una carta de la paz aludiendo a fórmulas incorpóreas como “trasformación integral” y “duelos catárticos”, suscitando más el olvido que la memoria (misma imagen de plaza Dignidad vestida de blanco). Su propia plataforma «Conversando en positivo» sucumbe a la lógica de lo dominante. Incluso su mentor, Gastón Soublette, toma las reflexiones del filósofo Byung-Chul Han, pensamiento precisamente de lo «negativo». El sistema neoliberal, su filosofía y modelo económico, producen efectos positivos en el sentido de lo irrefrenable (medios de comunicación, relaciones virtuales, rendimiento, productividad, apariencia), así como identidades individualistas que niegan la otredad singular, lo negativo del encuentro con otros. No obstante, lo positivo no es bueno y lo negativo no es malo. Negativo quiere decir pausa, contemplación, vinculo sin apropiación, sostener la distancia infinita del encuentro no sólo humano, sino animal y con la vida. Es preocupante su desconexión con los otros relatos, excluidos y marginales, alternativos, porque son parte de un discurso disfrazado de lo apolítico, discurso positivo. No realiza balances sobre los discursos valóricos de la derecha, los cuales excluyen toda pluralidad de formas de existencia. No emplaza a esa violencia. Su visión es crecer espiritualmente, optar por Mandela. Así es en ocasiones la retórica de la belleza de pensar, la contemplación insípida sin política. Palabras neutras, reflexiones ideales.
Por último, el llamado a lo político de White y Epston, en el campo de la salud mental, es un llamado a visualizar las prácticas y gestos políticos cotidianos. Salud (mental) y política, política y salud (mental) son indisociables. Los relatos dominantes dejan en ocasiones sin oxígeno la vida y sin vitalidad a las personas. Traer a la luz las hegemonías lingüísticas, sus acciones materiales, es un acto de rebeldía. Es mirar lo que somos y resistirse al disciplinamiento forzoso de lo que estamos mandatados a ser. En lo que respecta a nuestra actualidad, la Convención es un relato alternativo que nos convoca a todos, todas y todes. Es un llamado a lo terapéutico en el sentido de re-escribir la realidad. Sin olvidarse de la memoria o las heridas, es atreverse a lo desconocido. Si la escritura sutura nuestros mundos, la Convención podría ser un relato que incorpore lo históricamente excluido y desechado, convirtiéndose en una forma de aproximación a un perdón que nos lance al futuro. Ese relato será signo de una nueva salud.
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