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Reivindicando la vieja política

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Aunque cada vez nos alejamos más de una concepción política donde la lucha ideológica, la aspiración legítima de organizarse por alcanzar el poder y la distribución equitativa de la riqueza se transforman en acción pública para el bienestar del conjunto de la sociedad, creo conveniente instalar una nota disonante en este enrarecido ambiente de denostación gratuita y permanente sobre quienes se dedican a la política.

Reflexionando junto a Hanna Arendt y asumiendo que la política es la expresión más sublime de la condición humana, constructora de civilización al confrontar el deseo del individuo arrojado al mundo que busca su propia satisfacción hasta que toma conciencia de formar parte de una comunidad cuya coexistencia le permitirá alcanzar su plena libertad.

Ello explica que en el hacer política se deba poner tanta pasión y no poca razón, que no se escondan los sentimientos y que la ambición, salvo la de quien carece de méritos, sea tan legítima como erigirse en auténtico representante de la soberanía popular.

Basta recordar a Allende al celebrar el triunfo de la Unidad Popular cuando invocaba: “Esta noche, cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante” o a Frei Montalva ante el Congreso Pleno exclamando de manera dramática: “Porque no se humilla quien ruega en nombre de la Patria”. La decisión de Alessandri de no condenar a Cuba en 1960 por considerar “en primer lugar el interés patrio”, para darnos cuenta de la  profunda responsabilidad de nuestros líderes de la vieja política, que asumían con pasión y coraje su carácter de servidor público.

Sin embargo, se ha hecho un lugar común desconfiar y poner en dudas toda actividad pública, instalando en el imaginario colectivo la inutilidad de los Partidos Políticos y el actuar culposo de quienes dedicándose a la política viven despotricando contra el viejo modo de hacerlo. Para ello, ponen en acción un lenguaje descalificador, débil en contenido pero fuerte en términos mediáticos.

Desde que el golpe de estado se llamó pronunciamiento militar hemos  asistido a un uso abusivo del lenguaje tendiente a socavar el sistema democrático, pero con un recurso poderoso, según Gramsci, que es el dominio del sentido común acuñando frases como: políticos profesionales, gobierno de turno, políticos corruptos, parlamentarios ociosos y otros propios de una ideología fascista que repiten sin rigor tanto a la derecha como a la izquierda.

Lo curioso es que entre los portadores de una nueva visión de la política, entre los que prometen hacer las cosas de manera distinta ya se expresan malas prácticas que, viejas o nuevas da lo mismo, hacen desconfiar de la sinceridad de su postulación. Es preocupante escuchar explosivas declaraciones de un candidato que jamás estuvo en la primera línea de combate contra la dictadura, u otros que para instalarse en la política hicieron uso y abuso de los partidos tradicionales, que decir de otros  que han creado un Partido para satisfacción de sus propios deseos o que con recursos de la derecha han agitado banderas de la izquierda.

Sólo cabe ir al fondo, rescatando de Norberto Bobbio un pensamiento: concebir la Política como un instrumento necesario para la realización de cualquier forma de convivencia civil pero enfatiza: que se trata de un instrumento que no tiene fines propios, sino que sirve a  los fines últimos  que los hombres se proponen. Es decir, la política como un medio para de-construir el andamiaje social cuya finalidad es perfeccionar la obra humana.

Es por ello que sólo cabe reivindicar la vieja política, con sus líderes que fueron capaces de imprimirle un sentido ético y moral a la acción pública, para relevar un sistema democrático que nos asegure:

Se ha hecho un lugar común desconfiar y poner en dudas toda actividad pública, instalando en el imaginario colectivo la inutilidad de los Partidos Políticos y el actuar culposo de quienes dedicándose a la política viven despotricando contra el viejo modo de hacerlo.

*Que las mayorías gobiernen y las minorías fiscalicen, haciendo que todos respeten y cumplan las reglas del juego democrático.

*Que la disciplina partidaria no permita que el oportunismo se disfrace con una autonomía sólo al alcance de su desmedida ambición.

*Que junto con la elección de un Presidente o Presidenta se garantice constitucionalmente la concreción de su programa de Gobierno.

*Que cada vez se profesionalice más la gestión política a partir del conocimiento acumulado, siendo la voluntad popular el único medio de revocación.

*Que las Corporaciones de ambas cámaras estén obligadas a contener toda injuria, denostación pública o menoscabo moral contra la función o ejercicio individual de cada parlamentario.

El cambio constitucional que se avecina pondrá mayores atributos a la función pública, fortaleciendo el sistema democrático y en ningún caso limitando el acceso a los cargos de representación popular, a pesar de que una jauría analfabeta ideológicamente pretenda desplazar todo lo existente so pretexto de reemplazar la vieja política aunque sea con prácticas más viejas aún que ni siquiera pretenden la toma del poder sino la ingobernabilidad total.

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1 Comentario

Carlos Riquelme

Buena Carlos, la vieja política no confundir con políticos viejos, trabajar, luchar, por un mundo mejor, una país mejor, una comuna mejor, todavía no se inventa algo tan potente como la política.
Los viejos, mas de alguno sigue con la intención de morir con las botas puestas, lo otro hay malos entre los jóvenes, los viejos, pero eso es otra cosa.