El debate sobre la reforma al sistema electoral binominal ha estado permanentemente en la agenda política, pero 2013 se ha transformado, gracias a la salida de libreto de Carlos Larraín, en un año particularmente intenso en la discusión sobre este tema. Al transcurrir el tiempo se percibe un creciente desajuste entre una sociedad que ha experimentado cambios económicos y sociales, por un lado, y estructuras y liderazgos políticos que aparecen más y más distantes de la población, por otro. Esa brecha entre la ciudadanía, gobierno y la “clase política” en vez de revertirse se agrava aún más. El desencanto con la política en Chile tiene que ver con lo que puede entenderse como una seria crisis del sistema de representación.
Por consiguiente, el cambio del sistema electoral binominal, es una de las tantas reformas pendientes para garantizar mayores niveles de representatividad y competencia política. La solución a las carencias de nuestro sistema electoral no es subdividir los distritos y circunscripciones sino hacer una verdadera reforma. Se han hecho diversos esfuerzos en el pasado para viabilizar este cambio sin obtener hasta ahora resultados. Esta es una de las áreas de frustración y pérdida de credibilidad del sistema político, que lleva hablando de este tema hace 20 años sin lograr acuerdos sustantivos.
Se trata de democratizar el actual sistema político para representar en mejor forma los intereses ciudadanos. El 63,2% de los chilenos quiere cambiar el actual sistema electoral (estudio Universidad Mayor-El Mostrador).
El sistema electoral implantado por la dictadura de Pinochet fue diseñado conscientemente para cambiar la tradición multipartidaria de Chile. El nuevo sistema electoral tendría dos objetivos: transformar el sistema de partidos en un bipartidismo “moderado”, como el de los Estados Unidos, y garantizar que los sectores de derecha que apoyaron al régimen dictatorial, contando sólo un tercio y un cuarenta por ciento del electorado, pudiesen tener una representación parlamentaria paritaria, generando un empate artificial que frustra todo accionar programático que tienda a cambiar el statu quo.
En un país como Chile, con una larga trayectoria multipartidista, un cambio en el sistema electoral no cambió el sistema de partidos. La literatura académica en ciencias políticas ha demostrado que es altamente improbable poder cambiar la fisonomía básica de un sistema de partidos políticos fuertemente enraizados en una sociedad con un simple cambio en las leyes de partidos y las leyes electorales. “Los partidos simplemente se adaptan a la ley hasta que tengan la oportunidad de cambiarla”.
El sistema electoral binominal no permite reflejar de manera equitativa la diversidad política y social existente en el país y, con justa razón, la mayoría de la población considera que carece de representatividad al generar barreras de entrada e impide que las mayorías se exprese genuinamente, bloqueando o invisibilizando otras tendencias políticas que no están en las dos principales coaliciones. El binominal ignora algo fundamental que, en una democracia, el sistema electoral tiene como función representar la diversidad de la sociedad.
Esta función no la cumple el mencionado sistema, debido a las barreras de entrada que conlleva, no abre el paso a nuevas fuerzas políticas ni a los independientes, lo que trae aparejado el nulo tiraje de la chimenea, cerrando toda posibilidad a los recambios de liderazgos.
Los sistemas electorales binominales y uninominales tienden a sobre o subrepresentar las opciones políticas (más o menos representación de la que deberían tener), ya que no asignan a cada partido los representantes que corresponden a su fuerza electoral. El uninominal mayoritario simple, conocido también como “el primero pasa la posta” (winner takes all), agudiza aún más esta contradicción. En el caso que en un distrito se presentaran 3 candidatos, solo sacará el escaño quien obtenga una simple mayoría (más del 33%) y todos los demás votos no valdrán para nada. Ambos sistemas electorales benefician claramente a los partidos grandes y favorecen el bipartidismo.
El sistema electoral binominal no permite reflejar de manera equitativa la diversidad política y social existente en el país y, con justa razón, la mayoría de la población considera que carece de representatividad al generar barreras de entrada e impide que las mayorías se exprese genuinamente, bloqueando o invisibilizando otras tendencias políticas que no están en las dos principales coaliciones.
¿Cómo resolver la necesidad de traducir en representación política el principio de la soberanía popular y la voluntad ciudadana expresada en el voto? El sistema de representación proporcional (RP) intenta resolver los problemas de la sobre y la subrepresentación, asignando a cada partido tantos representantes como correspondan a la proporción de su fuerza electoral. En teoría es el método más justo de repartir los votos puesto que todos los que se presenten a unos comicios tendrán las mismas posibilidades, dándoles, adicionalmente, a los votantes un amplio grado de elección entre candidatos y partidos, además que reduce así las disparidades entre el porcentaje de la votación nacional obtenida por un partido y los escaños parlamentarios que le corresponden, lo que no acontece con los sistemas electorales arriba mencionados. Garantiza también un mejor reflejo del estado de las opiniones y los intereses de la ciudadanía en un momento determinado.
La calidad de los partidos y los sistemas de representación son de interés público y por ello la constitución y las leyes deben estar enfocadas a establecer reglas del juego que garanticen una real representatividad y gobernabilidad, puesto que ambas tienen un valor intrínseco e independiente.
Finalmente, la propuesta firmada por senadores de Renovación Nacional y la Concertación para reformar el sistema binominal tiene la virtud de romper el cerrojo y la muralla mantenida por la UDI para impedir cualquier cambio al respecto. Permite iniciar un proceso de discusión para superar un sistema ajeno a la cultura y poco representativo de la realidad territorial y demográfica del país. Sin embargo, aunque algunas de las modificaciones que contempla, como limitar la reelección de los parlamentarios, creemos que la creación de senadores nacionales agrava aún más el hipercentralismo político existente. Por otro lado, desincentiva a los partidos a buscar personalidades locales con arraigo popular para potenciar las listas en las respectivas regiones para elegir parlamentarios con una genuina voluntad para impulsar una mayor descentralización. El redistritaje para los diputados que se pasa de 60 distritos a 28, es una materia también opinable. Y el mantener las actuales circunscripciones senatoriales con binominal es altamente incongruente.
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jose-luis-silva
Tema interesante lo felicito. Es un capricho que saldrá muy caro esto de cambiar el sistema
En las democracias mas estables, mas gobernables y que generan mas prosperidad a sus ciudadanos, los votos se distribuyen en dos grandes bloques. Y mientras mas diverso se hace el pais, mas necesario se hace aglutinarse y ceder mucho en pasiones e ideologias hasta terminar en dos grandes bloques, para ir facilitando la gobernabilidad en la medida que se hace mas complejo y diverso el pais, no ir trabandola.
Imaginese si los ciudadanos de Inglaterra o en el mismo Estados Unidos tuviesen ese criterio (o capricho) de maximizar la representatividad de cada grupo transando lo menos posible en alianzas politicas con esa pretensión de estar reflejado de la manera mas genuina posible en el poder. Obviamente esa misma diversidad haria ingobernable al pais, empantanado desde las cúpulas en una bolsa de gatos, ya no seria tan estable ni tan próspero.
El perido de mayor estabilidad, crecimiento global (dije global para dejar afuera el vector de discución x la desigualdad) y gobernabilidad, probablemente en toda la historia de Chile, ha sido este periodo con el sistema biominal.
Obviamente un sistema electoral debe tener respaldo ciudadano concluyente o seria una contradicción en si mismo, habrá que hacerlo, hay que cambiarlo, pero con este cambio tenemos mucho que perder y muy poco que ganar. Una pena pero Chile ya no será tan estable, tan gobernable ni tan próspero, y como con cualquier revéz, los que sufrirán no son los ricos.
«Los grandes logros parten con humildad, trabajo y sacrificio pero los grandes desastres parten por un capricho»
Saludos