Como se ha dicho centenares de veces a partir de la frase de Antonio Gramsci, “lo viejo no termina de morir ni lo nuevo termina de nacer”, en los intersticios de esa dicotomía, seguirá corriendo mucha agua en uno u otro sentido. Esta vez, sin embargo, la balanza se ha cargado para el lado de las transformaciones, proceso que transcurrirá en un contexto difícil y complejo, pero al mismo tiempo lleno de oportunidades para avanzar en la perspectiva por hacer de Chile un país más justo.
Previo a meternos en el objeto de este artículo, vamos a contextualizar las facciones que se están moviendo en la derecha y los factores externos a la política local que de una u otra manera podrían incidir en el tipo de oposición que buscará instalar este sector en la realidad nacional.
A la derecha no le interesa mucho recuperar la política, esta es principalmente una labor de la izquierda y de las almas comprometidas con un mejor país. Como dijera tiempo atrás Pepe Mujica, la derecha se mueve por intereses, se ordena y se divide a partir de ellos; la izquierda, en cambio se divide por ideas. En cualquier caso, como el partido por la justicia social, no lo juega solo un equipo, conviene analizar, aunque sea de pasada al adversario, que mal que mal sacó el 46.4% de la votación en la segunda vuelta presidencial y logró una considerable fuerza parlamentaria. En rigor, la primera complejidad que se le plantea al gobierno del presidente Boric es cómo llevar adelante su programa, en medio de un Parlamento empatado y además fragmentado.
Para empezar, entonces, tendríamos que señalar que en el reordenamiento político que es posible observar al interior de la derecha, aparecen tres posiciones, algunas que no terminan de decantar del todo. Por descarte, surge la más ridícula y añeja de todas: el “gabinete en las sombras” que ha estado levantando el senador y presidente en ejercicio de Renovación Nacional, Francisco Chahuán, que nadie sabe en que termina ni qué efecto positivo produce para el país, si es que algo tan oscuro pudiera producir alguno.
Luego, se avizora la emergencia de un sector de derecha joven, eventualmente una fuerza de recambio a la actual dirigencia, proceso que podría resultar interesante a condición que logre romper el cordón umbilical que la derecha chilena ha tenido con el pinochetismo y logre levantarse como opción política democrática y republicana y en donde su adscripción a la democracia sea sustentable en el tiempo. Ha habido antes intentos en ese sentido, siendo quizá el más avanzado el que protagonizó Mario Desbordes hasta poco después de la firma del acuerdo por la paz, pero aunque se diga que con su apoyo llevaron a Kast hacia el centro, lo concreto va más bien hacia el lado de la capitulación. Si bien personalmente me inclino por el lado de aquellos que ven necesaria la existencia de una derecha democrática, ello nunca ha cuajado e incluso en la elección pasada mostró un claro retroceso.
Finalmente, está por verse cuál será la actitud del Partido Republicano de JAK, es decir, con qué niveles de trumpismo hará oposición y si logrará imponerse sobre el resto de las facciones que conviven en ese sector. Al respecto, un factor que con toda seguridad influirá en la actitud que asuma la derecha y la ultraderecha en Chile, dependerá de la evolución del conflicto de las principales fuerzas políticas en pugna a nivel mundial, es decir, entre las corrientes democráticas, progresistas y de izquierda y aquellas fuerzas políticas que en el marco del actual ordenamiento del capitalismo globalizado han abrazado como salida a la crisis de la democracia representativa, posiciones racistas, misóginas y xenófobas. Esto ya lo hemos visto en Chile en el pasado inmediato, cuando Trump se hizo del poder en EEUU, lo mismo que con Bolsonaro en Brasil. Recordemos que prácticamente toda la derecha le hacía ojitos a ambos. Si nos adentráramos algo más en la historia política de Chile, las evidencias del peso de la política mundial en nuestro país concita tanto la atención de fuerzas amigas, como también de aquellas fuerzas abiertamente hostiles al cambio, que con descaro planificaron, por ejemplo, el golpe de estado en contra del presidente Allende hace ya casi 50 años.
Por eso es que será conveniente considerar la política internacional como un elemento altamente incidente en el comportamiento de las fuerzas políticas a nivel local y regional. De acuerdo con esta mirada, será necesario avanzar en todas aquellas iniciativas que signifiquen fortalecer relaciones en nuestra región con corrientes políticas democráticas y progresistas, lo mismo que avanzar en acuerdos y convenios que ayuden a fortalecer sistemas de colaboración entre Estados, con el claro propósito de abordar los muchos problemas que han quedado al desnudo con la pandemia.
En síntesis, recuperar la política supone superar la concepción ideológica que la derecha logró implantar con éxito en todos los tejidos de nuestra sociedad y que fundamentalmente consiste en anular al ser humano como sujeto social, limitando su libertad a su capacidad individual por obtener bienes en el mercado, para lo cual la política y el Estado como una importante expresión de su opuesto es sencillamente un estorbo.
Recuperar la política como eje, plantea la pregunta inevitable de cuando comenzó a perderse. Sin pretender establecer el día y la hora, el periodo del deterioro de la política, (que como contrapartida significó un triunfo para la ideología antipolítica y antipública), como proceso comenzó en el año 1998, que es cuando en el contexto de las dos almas de la ex – Concertación, se empieza a imponer la corriente conservadora y pro-neoliberal en su interior. En lo sustantivo, además de la impronta privatizadora que se desata a partir de ese momento, la lucha política e ideológica entre la derecha pinochetista y el mundo democrático y por los cambios, que caracterizó los primeros años de los gobiernos democráticos, pasa a un segundo plano y con el tiempo se abandonó. A partir de allí, se abre paso a un tipo de gestión política de corte administrativo-burocrático-clientelar. Su primer efecto fue elitizar la toma de decisión política, radicándola en los ministerios por encima de las realidades de los territorios. Un segundo efecto derivado de lo anterior, fue perder capacidades para detectar a tiempo las problemáticas sociales emergentes e incluso para poder medir el impacto de las políticas sociales implementadas por los gobiernos de la exconcertación. Otro efecto se comenzó a vivir al interior de los partidos, que aun como en el caso del PS mantuvo su fuerza política territorial viva y presente incluso hasta el día de hoy, el nivel de despolitización en el que cayó debido al peso de las fracciones, a su régimen interno y a su política de alianzas, lo debilitó en lo interno y principalmente en su relación con la sociedad, no obstante haber adoptado ciertas definiciones en materia de género y feminismo.
El tema de la participación de los socialistas en este periodo histórico amerita una reflexión crítica a la luz de los hechos que se desencadenaron a partir de la revuelta social, y que están incubados antes, y en esa reflexión, que es un capitulo en sí mismo, corresponde que de ella participen los socialistas del PS de Chile y quienes, por distintos motivos lo abandonaron. La idea socialista, que es la que me convoca y desde la cual me planto, sigue siendo trascendente para el futuro de Chile, incluso a pesar de los propios socialistas.
Hoy es muy poco entendible concebir la política sin la sociedad civil organizada y mucho menos no jugársela por representarla
Recuperar la política es, por tanto, una tarea particularmente significativa e importante para Chile. Si bien como se ha dicho y documentado ampliamente por distintos analistas, la democracia representativa atraviesa por una crisis de legitimidad a nivel global, no es lo mismo que ella se manifieste en países con instituciones democráticas sólidas, como es el caso de la mayoría de los países del mundo capitalista desarrollado. Países que cuentan con diversas otras capacidades, respecto a las manifestaciones de esta misma crisis en países con sistemas democráticos más precarios como los latinoamericanos y en los que las crisis políticas y/o sociales pueden significar grandes retrocesos en los más diversos ámbitos de la vida. Un ejemplo claro de estos retrocesos es que en Chile, después de haber vivido la más cruel de las dictaduras, se haya vuelto a violar los derechos humanos por parte de agentes del Estado.
En la recuperación de la política en su nexo con la sociedad se juega en parte el éxito del nuevo gobierno, pero también se juega la posibilidad de asegurar que el proceso de cambios lo trascienda. Con esto, estamos diciendo que el gobierno que encabezará el presidente Boric enfrentará condiciones limitantes objetivas de índole económico local e internacional en cuyo marco las necesidades sociales generadas por el orden neoliberal no podrán ser absorbidas ni resueltas en un periodo presidencial de cuatro años.
Además de contar con un Parlamento empatado, la propia coalición de gobierno empieza a vivir su propio proceso de consolidación. Si bien es auspicioso, en todo caso, que el Presidente Boric haya resuelto incorporar a su gabinete a fuerzas políticas más allá de su propia coalición de origen, darle consistencia a la gestión política de toda la diversidad reunida en el gabinete, no se prevé nada de sencillo. En rigor, si la formación de equipos es en general compleja, en política suele ser algo más exigente y problemática. Desafiante labor le ha quedado planteada al núcleo duro más cercano al Presidente.
Clave será en el anterior sentido, la creación de mecanismos institucionales que ayuden a resolver conflictos, advirtiendo que conflictos de poder, siendo parte de la política pero que solo incumben a los interesados, son elementos que poco o nada ayudan a vincular la política con la ciudadanía. Si existe una lección categórica del ejercicio del poder político en el pasado reciente, esta es que la política se vuelve autorreferente cuando su único propósito es el ejercicio del poder a secas. Genera desconexión y resulta claramente insuficiente para comprender las dinámicas sociales.
Lo claro es que en materia de recuperar la política existe una dimensión propia del gobierno y otra del sistema político en su conjunto. En cuanto al gobierno del presidente Boric, además de los temas de los equilibrios de poder en el contexto de una coalición (o dos coaliciones con un presidente) en formación, pero finalmente responsable de la conducción del país, determinantes serán las primeras medidas que este implemente.
En esa dirección, avanzar desde el inicio del gobierno en aquellas demandas populares que originaron este proceso político, debieran marcar el sello de su gestión. Fortalecer la simbiosis que ya existe entre la próxima gestión del gobierno del presidente Boric y la vasta y amplia mayoría que le otorgó el triunfo, es una de las llaves para mantener una relación virtuosa evidente y palpable en lo cotidiano entre el Presidente y amplios sectores sociales. Por lo mismo, hoy sería muy poco entendible concebir la política sin la sociedad civil organizada y mucho menos no jugársela por representarla.
Por consiguiente, apuntar a resolver positivamente esta brecha entre lo político y lo social, es además crítica para el fortalecimiento de la democracia así como para las transformaciones estructurales que el país requiere en el mediano y largo plazo.
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