Han pasado pocos meses desde que cuajara lo suficiente la idea de convocar a una asamblea constituyente y ya se nos vino encima la avalancha de críticas de quienes, impulsados por múltiples intereses y motivaciones, se han convertido en guardianes de la institucionalidad vigente. Han dedicado extensos artículos con la intención de impedir que tal propuesta se instale con fuerza en el ideario colectivo y ciudadano, espacio en el cual muchos hoy ya la consideran como el único mecanismo viable para dotar, de una vez por todas, a Chile de una Constitución legítima, acorde con el interés común mayoritario, tras décadas de reflexión nacional en tal sentido.
El cuestionamiento que se escucha cotidianamente deja un sabor amargo. Es la sensación de que existen dirigentes -si no una mayoría, por lo menos con poder e influencia- que se sienten cómodos con el sistema institucional actual. Aunque se muestran angustiados por la desigualdad y la falta de democracia, en el fondo éstas no les duelen tanto. Acusan de fumadores de opio a los que plantean un proceso de refundación nacional democrática. Les tildan de extremistas, fundamentalistas y radicales, mientras otros los tratan de maximalistas e incluso ingenuos.
Se recurre así a una variada y muy colorida lista de conceptos que encierran la idea que si los cambios no se basan en los formatos que ellos –cobijados bajo instituciones diseñadas en la negra noche de la dictadura- consideran correctos, no esposible llevarlos adelante. ¿Desde cuándo la política pasó a ser la administración de determinados modelos institucionales? ¿Desde cuándo la historia se debe escribir encorsetada por un sistema al cual cada día menos chilenos y chilenas respetan?
El intento de asustar a los ciudadanos menos conscientes de la necesidad democratizadora del país con la imagen de hordas asaltando La Moneda, ahogando la llama de la libertad (¿existe aún, virtual o literalmente?) o tumbando las estatuas de O’Higgins, Carrera y Rodríguez, tiene eco sólo en ciertos sectores. Los que se sienten ganadores con este modelo injusto e inequitativo, porque quienes, a pesar de sus posibilidadesmateriales, consideran que el crecimiento económico no lo es todo y que, más aún, son demasiados los que pagan la factura para que otros, unos pocos, sean beneficiarios de la vía chilena al neoliberalismo, sí estiman viable el camino que el ciudadano de a pie está trazando.
Hace un par de días, el ex diputado, ex ministro y ex embajador, Luis Maira, en una conferencia sobre la socialdemocracia en Europa y América Latina, señalaba que aunque en los años 60 y 70 ellos –suponemos se refiere a los políticos profesionales de aquella época que siguen comandando la actual- creían posible cambiar el mundo y construir el hombre nuevo, hoy ya no son tan optimistas.
He ahí el principal problema de quienes se niegan a embarcarse en la épica de dotar a los chilenos y chilenas de una nueva Constitución, no a reformarla ni actualizarla. No apunto aquí a quienes idearon e implementaron el modelo socioeconómico actual, basado en una mirada individualista, falsamente meritocrática (Chile no tiene condiciones para apostar a aquello, y más aún el concepto en sí mismo es cuestionable) y donde el progreso material es la medida de todas lascosas.
Hablo de quienes supondríamos tienen otra concepción de mundo. Su problema es que dejaron de soñar. Dejaron de vibrar con el anhelo de cambiar la sociedad desde el actuar colectivo, desde el hacer en común. En el fondo, abandonaron históricas y necesarias banderas para convertirse en administradores del modelo heredado de Pinochet. Ese económico, valórico, social, político, en el fondo, institucional.
Ante tal escenario, y sin dejo alguno de chovinismo, ¿por qué no pensar que podría ser esta la ocasión de marcar la pauta en la generación de un proceso constituyente democrático, utilizando todos los elementos que nos entrega la modernidad, como ya se hizo en Islandia?
No hay nada más triste que un político que deja de soñar y deviene en funcionario, en un ser funcional a batallas ajenas. Cuando tal ocurre, aunque esté en el poder, no será más que el mayordomo de ideales de otras causas, de otros patrones.
Que no nos hablen de fanatismo. Porque el peor de todos es el que anuncia la inmutabilidad de la realidad. Chile fue elprimer país en abolir completamente la esclavitud en su Constitución de1833. Fue el primero, también, en el cual un socialista llegó al poder por mandato de las urnas. Y, aunque nos pese a muchos, fue elprimero donde se aplicó con ortodoxia, cual laboratorio, el modelo neoliberal de Milton Friedman y sus Chicago boys.
Ante tal escenario, y sin dejo alguno de chovinismo, ¿por qué no pensar que podría ser esta la ocasión de marcar la pauta en la generación de un proceso constituyente democrático, utilizando todos los elementos que nos entrega la modernidad, como ya se hizo en Islandia?
Que la globalización no sirva sólo para hacer negocios y explotar comunidades y recursos naturales, es algo que se viene planteando desde hace mucho. Es extraño que existan aún políticos chilenos que se sientan cómodos con el solo hecho de administrar y relatar la historia.
Sintámonos afortunados de que todavía queden ciudadanos cuyo principal afán en esta hora crucial sea escribirla.
Los contenidos publicados en elquintopoder.cl son de exclusiva responsabilidad de sus respectivos autores.
Te invitamos a conocer nuestras Reglas de Comunidad