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A la luz del resultado de la última encuesta Adimark, en la cual, entre otros aspectos, se señala que el apoyo al Presidente Piñera se cifra en un 33%, me pregunto, ¿quiénes son aquellos que se encuentran satisfechos con el desempeño del Jefe de Estado?
Al pensar en el modo de conocer las características del respaldo que las encuestas manifiestan sobre el trabajo presidencial, creo que es posible optar, al menos, por dos vías. Primero, un análisis estadístico que pueda relacionar los altos y bajos en la aprobación con respecto al rechazo a la gestión política en curso, el cometido del gobierno en general (tomando en cuenta al gabinete) y los contextos sociopolíticos y económicos en que se realizan las mediciones. En segundo término, también podríamos centrar nuestra atención en los posibles imaginarios colectivos que dieron forma a la elección de Sebastián Piñera y el desarrollo que ha tomado el “relato” gubernamental con respecto a quienes todavía confían en su labor.
Adoptando esta última idea como eje articulador, creo que es oportuno destacar que el primer elemento que debemos descartar para un análisis de tal naturaleza es el sentido común. Lo planteo así, pues creo que el apoyo al Presidente es bajo si consideramos que durante su gestión se han aprobados normas importantes: post-natal, reducción del 7% de previsión de salud para los jubilados, crecimiento económico sostenido, por mencionar algunos. También es necesario indicar que las razones para restar crédito a su desempeño son abundantes y variadas. No siendo la intención de este articulo dar cuenta de estos factores, sólo diré que el pasado año fue nefasto para la hoja de ruta del gobierno. Resulta difícil creer que para la derecha sea positivo tener como resultado del 2011 el debate sobre la reforma al sistema electoral y las consecuencias derivadas del acercamiento entre RN y la Democracia Cristiana. Con todo, lo cierto es que el Presidente comienza el 2012 con un respaldo poco feliz.
Ahora bien, inicialmente, la elección de Piñera pudo ser atribuida, fundamentalmente, a dos dimensiones. Primero, el descontento con la Concertación. Y segundo, el hecho de presentar una alternativa de desarrollo concreta. En esos segmentos, ¿quién era quién? Veamos. Aquellos que apoyaron la candidatura del ahora Presidente, en desmedro de la Concertación, lo hicieron, principalmente, bajo la idea de terminar con una forma de administración del Estado que consideraban anquilosada. Si bien, la ex Presidenta Bachelet terminó su gobierno con altos índices de apoyo político (y con una positiva imagen emocional en la ciudadanía), la Concertación fracasó por no adaptarse, por no interpretar las transformaciones de la sociedad chilena. En el fondo, el conglomerado político fue derrotado, principalmente, debido a su lectura atrasada sobre sus responsabilidades como agentes políticos con objetivos de cambio e inclusión. Desde esta óptica, Piñera sacó ventaja del propio aletargamiento de sus adversarios. Podemos decir que este grupo de ciudadanos castigó a la Concertación en mayor medida de lo que quiso apoyar al candidato de la Alianza.
Por otro lado, están quienes respaldaron a Piñera en función de su interés de mejorar sus condiciones (socioeconómicas, básicamente). Este grupo se subdivide entre aquellos que pensaron que el gobierno de los empresarios de algún modo podría beneficiarlos (algo así como una relectura del “chorreo” 2.0) y quienes depositaron su confianza en que éste era el mejor momento para que la derecha estuviera en el poder. Los primeros sostienen la idea acerca de un mejor manejo de los negocios por parte de aquellas personas que siempre han estado ligadas al mundo del comercio, en desmedro de los “políticos”. Mientras que los segundos, satisfechos con el desempeño económico de la Concertación (en especial, debido a su amistad con el libre mercado y sus prácticas), confían en que sus aliados políticos derechistas puedan desplegar un manejo que les permita concretar (o aumentar, dependiendo del caso) sus expectativas económicas. Ambos subgrupos representan el espíritu de la derecha chilena, no obstante, sus diferencias tienen que ver con el modo de relacionarse con la política. Intencionalmente excluyó al nostálgico sector de la derecha autoritaria (ligada al pinochetismo) pues considero que su imaginario político es “rígido” en relación a su apoyo irrestricto a las alternativas electorales derechistas.
Ciertamente, los imaginarios que sostienen el apoyo al Presidente han variado. De los grupos descritos anteriormente poco debe conservarse. En la actualidad, las características del respaldo resultan más bien difusas. Me parece que quienes pensaron que la gestión de los empresarios (encabezados por uno de sus representantes), lograría mejorar lo hecho por la Concertación deben estar decepcionados. No porque consideren superior al bloque de oposición, sino porque el gobierno de turno ha sido “más de lo mismo”. Por otro lado, aquellos que confiaron en una mejor administración económica tampoco deben haber experimentado grandes sorpresas positivas de parte de Piñera y compañía (excepto las mineras que verán reducidos sus cargas impositivas desde 2013); simplemente, pareciera que se continúa navegando de acuerdo a los patrones y principios concertacionistas como un esquema naturalizado (y obviamente, aceptado gratamente).
En suma, la desconfianza sobre la capacidad de generar gobernabilidad social debe ser el factor transversal que genera mayor desconfianza en la gestión del Presidente entre todos quienes alguna vez lo apoyaron. En este sentido, resultaría fácil descifrar algunos factores de desafección sobre la figura presidencial (movilizaciones, manifestaciones, delincuencia, desastres e incendios forestales), sin embargo, pienso que el gobierno de la Alianza posee un apoyo que va más allá de elementos periódicos de resultados negativos. El gobierno del Presidente Piñera simboliza el dominio de lo establecido, el régimen de las normas políticas, económicas, sociales, morales y jurídicas heredadas desde el pasado autoritario y que la Concertación administró anteriormente. Si existe un valor de marca que pudiéramos atribuir a la Alianza ese es el de garantes del sistema político. Son ellos los que dan forma al neoliberalismo y a la moralidad cristiana, y los perfilan como los elementos basales que deben estructurar a la sociedad chilena.
Lo cierto es que lo que está en juego, a fin de cuentas, no es sólo la credibilidad en la derecha política en relación a su verdadera capacidad de gobierno, sino que la sustentabilidad del modelo político nacional. El mismo que originaron civiles y militares que gobernaron el país entre 1973 y 1990, y que fue la carta de navegación de Concertación durante los años siguientes. Claramente, la Alianza (y Piñera) deben estar consientes de ello, así como también del valor de continuar siendo, para un tercio de los ciudadanos chilenos, defensores de un imaginario concreto, cuestionado y repudiado por muchos, pero real y vigente, después de todo.
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Foto: El Corresponsal
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