Uno de los errores más recurrentes de la política tradicional es creer que sólo se puede gobernar desde el Estado y sus instituciones, puesto que es la plataforma que garantiza que el poder se usará para ayudar a otros. Mezquina idea, si consideramos que el poder también es manifiesto cuando cada individuo conciente es capaz de gobernarse a sí mismo.
Desde ese punto de vista, la persona tendría herramientas individuales para sugerir un desarrollo sustentable y sostenido para la sociedad, pues se supone que el intercambio de ideas, reflexiones y acciones para proponer caminos al bienestar provienen de estados de paz, tranquilidad y equilibrio, producto de la aceptación plena de su identidad.
Ello promovería, creo, una convivencia sana, transparente y empática.
Lo más relevante de esto es asumir que el progreso es un estado constante en las personas. Desde ese enfoque, el Estado debiera apostar a que la transición desde “persona natural” a ciudadano es posible siempre y cuando la política comprenda que ya no es la plataforma unilateral para transformar un “territorio”.
Subir impuestos de manera permanente, mayor royalty, post natal de seis meses, mayor sindicalización. Todos estos temas, orientados a mejorar el país, a estas alturas, más que con el progresismo tienen que ver con la decencia.
Cuando a través de buenas prácticas políticas se comprenda que el Estado dependede sus ciudadanos, y viceversa, la jerarquía esquizofrénica que supone el poder quedará rezagada a los libros de historia y mostrará a las generaciones presentes que otra forma de gobernar es efectivamente posible.
Y eso sucederá, estimo, cuando cada persona, ya transformada en ciudadano(a), asuma su rol de gobernante y desde ahí utilice sus herramientas complementadas con las que el Estado le otorgue para participar activamente, desde diversas esferas, del desarrollo social.
Comprometida, responsable, fraterna y solidariamente.
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