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¿Quién quiere ser oposición?

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Esto es como en el barrio: cuando se dispone de una sola cancha, hay que turnarla; por lo general, el que la lleva no es el equipo más ganador, sino el más poderoso; él elige con quién jugar. En la pobla los equipos van jugando en la medida que hay espacio, en la política sucede lo mismo. Empero, la chilena, en particular, tiene una versión mucho más imaginativa de cómo administrar ese ethos. Dado que el mundo político criollo es de inspiración y acción cupular, bien poco y nada importa lo que digan las bases partidarias.

Es evidente que los ganadores de la segunda vuelta adquirieron el privilegio de ocupar el espacio público del poder, para articularlo desde la legitimidad que le dieron las urnas. A partir de esa certeza, el gobierno de Piñera tendrá que elegir su rival para jugar, estrategia que primero requiere una definición en la otra vereda. En un futuro inmediato –marzo a más tardar– los dos competidores que llegaron detrás del abanderado de Chile Vamos, tendrán que ponerse de acuerdo en cuál de ellos entrará primero a la cancha y, sobre todo, afinar la garganta para hallar el tono con el que le enrostrarán su desacuerdo al nuevo gobierno.

Según versiones post segunda vuelta –algunas más autoflagelantes que nunca, otras provocadoras, otras burlescas, todas llevadas al paroxismo de la perversión– ese conglomerado que sucedió a la Concertación, llamado Nueva Mayoría, dejó de existir por muerte natural el mismo domingo 17 de diciembre, aunque hay quienes sostienen que la causa de muerte fue un politraumatismo, agudizada por una falla multisistémica. Cualquiera sea la causa, lo que aquí importa es el efecto. Eso cambiaría mucho las cosas, claro porque la oposición con la que se encontrará Piñera no estaría formada por lo que hoy constituye el oficialismo (Nueva Mayoría) y el debutante Frente Amplio, con sus 21 soldados con dedo biónico para pulsar la botonera en el Congreso, sino, en primer lugar, por el Frente Amplio como la niña  bonita del baile y, en un segundo desmejorado plano, los restos de la Nueva Mayoría, algo así como lo que quedó después de una elección que no solo se perdió, sino donde todos resultaron dañados y sin ganas de quererse de nuevo.

Aun cuando la bancada socialista acaba de fichar al único senador frenteamplista electo (Juan Ignacio Latorre, RD), invitándolo a aunar fuerzas en lo que se supone será la nueva oposición, y considerando que el propio Latorre lo dejó claro de inmediato, afirmando que se integra a «un comité mixto PS y RD, para efectos administrativos de participación en comisiones. No me sumo a la bancada política; es decir, mantengo mi independencia para votar proyectos de ley», cabe preguntarse si tal contubernio estaba previsto, y si acaso los votantes que despreciaron a los partidos tradicionales de izquierda y derecha consentirán sin chistar.

El escenario con el que se encontrará la administración debutante, es del todo o nada: o juega solo y se inventa dentro de los suyos algún rival, tipo Evopoli –tal como hizo Bachelet con el PDC–, o elige a los otros debutantes: el Frente Amplio.

¿Qué posiciones se supone adoptarán ante el nuevo gobierno los ex candidatos presidenciales Alejandro Guillier (independiente, pro NM) y Carolina Goic (DC), conscientes que sus casas se desplomaron? Ni la Nueva Mayoría existe como conglomerado, ni el Partido Demócrata Cristiano tiene suficiente representatividad popular como para pedir el micrófono. Mientras ambos senadores estaban en campaña, sus casas empezaron a derrumbarse por dentro, y nadie hizo nada para evitarlo. ¿Sería por tanto exigible ratificar o reclamar alguna pertenencia? Es probable que Goic tenga las ganas y el valor de juntar las ramas del nido que el viento dispersó, pero de seguro Guillier no tenga ánimo alguno de seguir apangando tanto fuego amigo, sobre todo después de haberse dejado arrastrar a una lógica absurda e insostenible, como la de evitar que ganara Piñera, en vez de labrar su triunfo con argumentos propios; todo ello visto con inexcusable laxitud desde los partidos y el propio gobierno.

En suma, el escenario con el que se encontrará la administración debutante, es del todo o nada: o juega solo y se inventa dentro de los suyos algún rival, tipo Evopoli –tal como hizo Bachelet con el PDC–, o elige a los otros debutantes: el Frente Amplio, dejando para una mejor oportunidad a los viejos tercios del club de la NM. Habrá que esperar en qué posición jugará el senador por Antofagasta, habrá que ver si luego de tanta patada en las canillas de su propio equipo tendrá ganas de seguir vistiendo la casaquilla. Una incógnita tan difícil de dilucidar como tratar de adivinar a qué sabe esa mezcla de una piel ácida y otra salada.

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