A raíz del último artículo de Carlos Parker sobre aquel segmento del activo político denominado “ultra” surgió una avalancha de comentarios, muy interesantes algunos, hilarantes otros, en defensa o en agravio de este grupo de jóvenes y no-tan-jóvenes que desde el 2011 se han vuelto elementos increiblemente visibles en la agenda pública.
Es menester aclarar que la Ultra siempre ha existido. Parker lo dice muy bien, cada generación de activistas y militantes de la izquierda tiene que enfrentarse a su propia generación de ultrones. Desde la Comuna de París o desde la I Internacional del movimiento obrero, siempre están, siempre gritan harto, siempre son poquitos. Existían en 2006 y en 2008, pero saltaron a la palestra en 2011, conjuntamente con el problema de la educación, la crisis del endeudamiento y la mediatización de la organización estudiantil.
Parker analiza el arquetipo propio del ultrón, desarrollando características que son sumamente visibles en la praxis política de estos sujetos y que causan mucha risa cuando se leen con el criterio suficiente. Desgraciadamente para el ultrón leer algo sobre la ultra que no este escrito por otro ultra siempre es una ofensa, una felonía terrible, maxime si es escrita por un militante de izquierda, con lo que la falta se agrava al ser para ellos cualquier militante de un partido tradicional de la izquierda una especie de sub-humano, un ser despreciable cuya opinión debe ser necesariamente invalidada y su práctica restringida.
Pero volviendo a la ultra, esta claro que antes de 2011 nadie en su sano juicio aceptaba de buena gana ser llamado “ultra”. Aun resulta un poco traumante enfrentarse a un sujeto que se autodefine en función de cómo lo definen sus adversarios políticos. Una vez en cierto bar, conversando con un compañero de facultad le pregunté (mientras sonaba un buen reaggeton y la cerveza estimulaba nuestra conversación) cómo se definía políticamente, el me expreso “soy ultra” lo que me provocó un pequeño ataque de risa y retruqué diciéndole “no te puedes definir como ultra, es como si yo me definiera como humanoide”.
El concepto de ultra nace desde los militantes de izquierda. Es una forma de denominar a los que deliberadamente se posicionen a nuestra izquierda, “más allá del Partido y sus propuestas” aunque en la práctica sus propuestas no difieran demasiado de las nuestras en el fondo, y la diferencia sea más tangible en la forma. Vivíamos tranquilos, odiándonos abiertamente pero trabajando juntos hasta el 2011. Entonces el tema explotó y la ultra ganó presencia mediática, impulsada claramente por la prensa tradicional, que encontró en ellos una buena forma de demonizar al movimiento estudiantil tras fracasar su agenda mediática anticomunista. Atacando a la ultra se entendía que, si los comunistas eran malos, la ultra ya estaba al borde del abismo y representaba un nuevo paso en el camino hacia la barbarie.
Nada de esto es verdad en la práctica, pero existe en la discusión mediática y existen hoy gran cantidad de colectivos políticos universitarios que se sienten aludidos al hablar de Ultra. Su presencia es gravitante en casi todas las universidades tradicionales de Chile, algunas privadas e incluso de a poco incursionan en el espacio territorial y sindical. Existen candidatos a la presidencia de la República que se sienten parte de este gran movimiento ulta izquierdista, aunque seguramente cuando se pasean por ferias y poblaciones evitan asegurarlo.
Todo esto nos conduce a pensar que la Ultra llegó para quedarse. Así como existe políticamente en la gran mayoría de los países civilizados. Son una expresión de la democracia, de la sencibilidad de sujetos que no quieran afiliarse a partidos de izquierda tradicional de matriz liberal o leninista. En un país despolitizado crecen en tierra fertil, conforme se politiza el país van madurando, transformándose y ampliando su rango de acción.
Hasta aquí vamos bien. El problema no es que sean ultrones, ni que idolatren la violencia y la capucha, ni que griten mucho exigiendo reformar a las organizaciones y que luego no las suelten, ni que critiquen constantemente a las organizaciones donde no tienen presencia, ni que dediquen más tiempo a criticar al resto de la Oposición que a la Derecha, ni que no quede claro qué tipo de sociedad quieren construir, ni nada de eso. El problema es el sectarismo.
Una buena pleyade de cuadros políticos, educados en los valores humanistas de la tolerancia y el respeto por la diversidad, con capacidad de diálogo franco y abierto, provistos de las herramientas más avanzadas de la teoría revolucionaria y con capacidad de insertarse en sus espacios de masas a través de la dirección, la expresión y la gestión, resultará mucho más nociva para la derecha y para la desigualdad en Chile que un ejercito de jóvenes encapuchados y armados con artefactos explosivos.
El sectarismo se define como la imposibilidad de analizar bien la realidad, lo que nos lleva a formular un marco de alianzas políticas erróneo, lo que deriva en una actitud irresponsable a la hora de asumir los desafíos del presente. El sectario es por definición autoreferente, mira constantemente su propio ombligo, se exalta a si mismo como el depositario de la verdad y del mecanismo más útil para concretar los cambios que la sociedad requiere. Esto es lo nocivo de la ultra, y no de toda la ultra, ciertamente, sólo de ciertos grupos, de individuos dentro de los grupos, de corrientes de opinión entre los grupos.
El sectarismo puede existir al interior de partidos políticos tradicionales (de hecho existe) y a través de la historia es el gran talón de Aquiles para la izquierda chilena. Es lo que nos impulsa a dividir nuestros conglomerados y a fraccionar nuestros colectivos. Es lo que nos impide relacionarnos con otras fuerzas fuera de nuestros conglomerados y lo que dificulta llegar a esa gran mayoría independiente y apática que no se siente convocada por los discursos doctrinarios que esgrimimos en nuestra práctica política.
Es esta la verdadera debilidad de la izquierda, la incapacidad de construir espacios de diálogo y trabajo en conjunto. Esta claro que cuando el sectarismo se sortea y se pueden construir plataformas de trabajo, espacios y esfuerzos unitarios para la voluntad colectiva de los militantes y activistas de la izquierda, se avanza a pasos gigantes hacia la concreción de objetivos específicos. El problema esta en darle continuidad a estos proyectos, en darles contenido más allá de la superación de lo coyuntural. Para esto lo fundamental es el diálogo, el sincerar posturas, el superar la consigna para darle contenido. En el debate es preciso exponer las diferencias, para luego comprender cuáles son los mínimos que permiten la unidad, sin embargo esto siempre va a implicar respeto, contenido y hasta cierto punto la necesidad de tranzar en beneficio de la unidad y el proyecto común.
Es en este momento del proceso unitario donde el sectarismo, sobre todo entre los grupos que reivindican aquella consigna que tantos dolores de cabeza le causara al compañero presidente durante la Unidad Popular. “Avanzar sin tranzar” con lo que nos autoexigimos el no ceder e imponer al otro la necesidad de modificar su postura en beneficio de la nuestra. Eso es mezquindad política, la misma mezquindad que evitó que Revolución Democrática participara en las primarias de la Oposición, la misma mezquindad que obliga a colectivos políticos que piensan básicamente lo mismo en materia universitaria disputarse la misma federación., etc.
El sectarismo se combate y se supera por momentos, es un proceso natural en el desarrollo de la política y debe ser una preocupación permanente. Al ser una expresión de la poca capacidad de analizar la realidad, en la medida que somos capaces de formar cuadros políticos más maduros y con mejores herramientas para desarrollar un buen análisis del momento político, fomentamos y ganamos espacios en la batalla contra el sectarismo, en el seno de nuestras organizaciones.
En este sentido, una buena pleyade de cuadros políticos, educados en los valores humanistas de la tolerancia y el respeto por la diversidad, con capacidad de diálogo franco y abierto, provistos de las herramientas más avanzadas de la teoría revolucionaria y con capacidad de insertarse en sus espacios de masas a través de la dirección, la expresión y la gestión, resultará mucho más nociva para la derecha y para la desigualdad en Chile que un ejercito de jóvenes encapuchados y armados con artefactos explosivos.
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Esperanza Uribe Ramírez
Seremos los ultrones entonces, los que sin vendernos por escasos cuoteos, daremos la batalla y llevaremos la consigna de la mal entendida democracia..Guardar fidelidad y condescendencia partidista ,me parece a lo más, añejo y falta de absoluta consecuencia..no se puede estar con dios y con el diablo
Fernando Castillo
Que mal le hacen estos señores , al tratar a la sociedad que se moviliza y lucha por sus derechos , en encasillarlos de ULTRA. Aquello deja en evidencia que los realmente sectaristas son ellos pus denotan el no aceptar otras opiniones , otras ideas de sociedad y de pais.
Al parecer a los señores “socialistas” que hoy en día de socialistas no tienen nada … mas bien defensores de este nuevo orden económico neoliberal y su institucionalidad ad’hoc, le molesta que exista gente que pregona los derechos de los trabajadores y hable como la izquierda verdadera debiera hablar…
Pero se han camuflado tanto en esta institucionalidad heredada de la dictadura , que ya epiezan a tener esa misma genética , de negar lo inegable y de neutralizar todo intento legítimo de las reivindicaciones ciudadanas.
No será extraño verificar en lo sucesivo como los partidos de la Concertación , hoy nueva mayoría , le dan la espalda a la cuidadanía, apostando a su propios intereses partidarios, de poder y de disfrute de las bondades que el libre mercado y el sistema binominal les ha brindado…
El dios dinero compra todo , hasta las conciencias de quienes dicen defendernos…
Lo que hay en Chile no es Democracia, pues el poder no reside en el pueblo , ese pueblo que cada vez mas esta aplastado y cansado de esta clase política…