El diálogo político del Chile actual – que a veces es en realidad un monólogo – sigue girando en torno a las izquierdas y las derechas, como ocurre hace muchos años, sólo que algunos o casi todos los parámetros anteriores no tienen hoy validez alguna. ¿Qué significa, hoy por hoy, definirse como persona de izquierda?
Desde luego, hay que descartar algunas imágenes que quedan del pasado y que se derrumbaron estrepitosamente junto al muro de Berlin. Ser de izquierda significa, en primer término, aceptar que el paradigma del marxismo leninismo, la cortina de hierro y los demás parámetros que describen el “paraíso socialista” de Lenin no tienen hoy ninguna vigencia.
¿Significa eso que la izquierda está muerta y sepultada? De ninguna manera. ¿Qué todo fue malo y perverso o, en el mejor de los casos, inútil? Tampoco. ¿Que la batalla ideológica del siglo XX tiene por resultado el triunfo definitivo del capitalismo? Menos aún. Pero eso último, que lo respondan ellos.
Ser de izquierda significa desplazar el centro de gravedad de la economía desde su lugar actual, regido por la codicia, hacia la solidaridad. Del crecimiento ilimitado en beneficio de algunos, hacia el desarrollo sostenible para todos. Y del privilegio del capital sobre el trabajo hacia un equilibrio entre ambos. Es muy probable que esta definición – tal vez demasiado amplia – pueda ser utilizada también para definir los principio de la gente de derecha.
¿Cuál es, en definitiva, la diferencia?
La práctica. Así de simple. Si la meta es lograr un mayor grado de igualdad. Esto se demuestra en los hechos, no en la teorización. Significa, en resumen, pagar los impuestos, permitir la negociación colectiva entre empleador y empleado. Estar a favor de los impuestos progresivos, entender y aceptar que la educación debe ser una herramienta de nivelación y no un generador de desigualdad. Proveer a la comunidad de una política ambiental que vele por los derechos de todos y no por las inversiones de unos pocos.
Cuando la codicia impera sin límites, como ocurre en muchas partes del mundo y, en especial, en nuestro Chilito, claramente tenemos un sistema que es de derecha. Cuando las tablas de ingresos no coinciden con las tablas de impuestos pagados, impera un sistema de derecha. Cuando una minoría insiste porfiadamente en desoír el clamor por una educación mejor para sus hijos, estamos hablando, nuevamente, de una mentalidad de derecha.
Teóricamente, no habría problemas para que un operador privado cree y desarrolle una universidad de primer orden. Pero sería desconocer o negar la naturaleza humana afirmar que ello es posible a mediano y largo plazo. Más temprano que tarde llegará un ingeniero comercial formado por Friedman a “optimizar” la gestión, a “racionalizar” los costos y una serie de verbos nacidos en Chicago, que tienen como lógica consecuencia que la universidad va a engrosar las filas de la mediocridad, sacrificada en aras del beneficio, de la codicia. Después comenzaremos a escuchar clamores de “medidas”, “controles” y “regulaciones”. La respuesta serán dos o tres medidas que generan de inmediato, por acción y reacción, las consiguientes medidas para engañar estas mismas regulaciones y burlar sus normas. No falla. En el proceso de generación de respuestas humanas, siempre una regla será capaz de generar una contramedida.
La única manera de asegurar la calidad para siempre es la de eliminar el lucro. No nos engañemos: estamos hablando del lucro generado por el capital y no el sueldo de los docentes, administrativos y obreros que trabajan en el campo de la educación.
¿Qué estamos diciendo con todo esto? ¿Es esto una revolución o una insulsa reforma?
Desde luego, no es necesaria una guerra civil para hacer los cambios. Para ello hay un arma mucho más poderosa: la democracia.
Confrontar opiniones, no armas. Su calibre debe medir las ideas y no el diámetro interior de los cañones. No queremos que los jóvenes sean golpeados hasta la inconciencia y falsamente acusados de crímenes que no cometieron. Recaredo ha cometido sólo un crimen: el de ser joven, pensante y comprometido. Lo demás que se le imputa –verdadero o falso, no lo sé – es impaciencia, desesperación y deseos de cambiar la injusticia que impera en el país y en el mundo.
Tenemos la democracia, la hemos reconquistado en 18 años de lucha, muchos cayeron por lograrlo. Y, una vez que la tuvimos, no hemos hecho uso de ella. No creemos en ella, no nos inscribimos, o nos abstenemos. Es verdad, los políticos no han estado a la altura que corresponde. Pero, en vez de condenarlos al silencio, debemos escucharlos, discutir con ellos, exigirles que propongan soluciones. Y luego apoyarlos, darles una amplia mayoría para que puedan trabajar. Y nosotros, los ciudadanos, estaremos atentos, los criticaremos, los apoyaremos, aportaremos nuestras ideas y nuestra presencia. Y dejaremos fuera de los foros de la democracia a aquellos que sólo persiguen sus propios intereses.
La crisis actual es la ocasión de hacerlo. El tiempo es propicio, la ciudadanía está en las calles. Están todas las condiciones dadas para hacer los cambios profundos que se requieren. Ahora, ya.
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Foto: spDuchamp / Licencia CC
Comentarios
26 de julio
Estimado : Decidí no comentar más en este medio, y no voy a volver a hacerlo, pero no puedo dejar de pensar tu articulo y pienso que te equivocas, para todo lo que dices y desea, no es necesario ser de izquierdas, tampoco al cuidar el medio ambiente ni preocuparse por el que sufre, ni por el deseo de mayor justicia social, solo basta ser un buen hombre, bien nacido y desear que las cosas mejoren. Tampoco por supuesto se requiere ser de derechas..
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26 de julio
Querido Javier, te agradezco el haber cambiado tu anterior decisión.Una lástima, por lo demás.
Tienes mucha razón en lo que escribes, estoy de acuerdo contigo, pero entonces, habría que cambiar la pregunta: ¿ Qué es ser un buen hombre, bien nacido y desear que las cosas mejoren?