Hace unos meses escribí una columna sobre el dilema constitucional que vendría a revelar Su Excelencia. Prometido para Septiembre y anunciado en Octubre. Será, ya pasó. Navidad se nos adelantó, junto a Halloween, para todos los que estamos interesados y ansiosos por el proceso, que lamentablemente ha sido más noticioso que el contenido. Proceso que ha generado más dudas urgentes que respuestas. Y me considero abierto a una Nueva Constitución si un referéndum lo dice así, pero pienso, como bien señala Ramiro Mendoza, que es más prudente una reforma que una hoja en blanco, otra metáfora acuñada por el ministro Eyzaguirre.
Y aunque nadie puede negar que esta Constitución tuvo un irregular proceso de ratificación, sí fue legitimada por ejercicio, como Ginsburg plantea, mediante las más de 17 reformas, siendo la del 2005 la más celebrada en un gobierno de centro-izquierda. Hemos avanzado con estas reglas, obviamente mejorando lo que debía serlo y si Bachelet ha podido llevar a cabo medidas de tinte socialdemócrata, es porque tiene la capacidad de hacerse. Creo que si algo ha funcionado y respeta la idea de una democracia liberal, aunque haya tenido su origen en dictadura, se debe mantener. No debe llegarse a tener un país que elimine un modelo beneficioso por el momento de su creación. Si caemos en eso, nos cegamos por ideales, algo peligroso en el proceso de redactar un texto que nació con la intención de limitar al Estado. Courcelle-Seneuil se avergonzaría profundamente.No debe llegarse a tener un país que elimine un modelo beneficioso por el momento de su creación. Si caemos en eso, nos cegamos por ideales, algo peligroso en el proceso de redactar un texto que nació con la intención de limitar al Estado.
El proceso de redacción ya ha comenzado con un problema de raíz. La población, según la última Cadem, aunque apoye un cambio constitucional (71%) es mayor el porcentaje que asume no haber leído el famoso libro hace 5 años (75%). Y el que venga un monitor iluminador, contratado por el Gobierno, a enseñarme qué es una Constitución debería generarle dudas a cualquiera. Más peligroso cuando se ofrecen “cabildos” para asegurar nuestra participación. Las AC en el mundo no tienen más de 200 miembros por lo general (la cubana no cuenta, basta leer la columna de Ampuero). Y esos miembros no serán tipo Doña Juanita, como bien señala David Altman. Estos miembros serán activista y dirigentes (seguramente con influencia partidista) que querrán asegurar sus demandas en una carta de deseos. Y la población, lamentablemente, cree tal teoría de la Constitución salvadora. La misma Cadem muestra que sus efectos esperados son propiciar una mayor justicia social y confianza en las instituciones.
El asambleísmo no ha sido nunca el camino, pregúntenle a los griegos que lo aprendieron de una mala forma. Estos espacios se dan para que una minoría militante abogue por el “interés general” inexistente sobre una postura. Entendamos que ningún Estado ha estado a los pies de su pueblo.
Finalmente, Chile está ejerciendo su derecho a ser estúpido, como Niall Ferguson dijo en su última visita. Quizás este derecho nos llene por un túnel, como el de Juan Pablo Castel. Y tal como Juan Pablo, Chile cree que su túnel es paralelo al de sus dirigentes y promesas, imaginando que la Nueva Constitución será la intersección entre los dos. Cuando nos demos cuenta que, al igual que en la novela, nos están viendo desde una ventana lejana, lograremos llegar al Chile que sí genera desarrollo.
Comentarios
14 de enero
Abajo el capitalismo patriarcal,por una sociedad sin clases!!!!!
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