El Presidente Piñera, ha sido enfático, claro y contundente. Aunque no lo veamos la educación tiene código de barras, se baraja en la ley de la oferta y la demanda: quien puede la compra, quién no, la puede pagar en cuotas por una buena cantidad de años. Así no más es la cosa.
Los profesionales endeudados que de ella surgen, se hacen funcionales al sistema, pues no le queda otra que acceder a los puestos de trabajo que le permitan saldar la deuda que arrastran. ¿Qué médico endeudado en 30 millones de pesos va a poder pagar su deuda rabajando en un SAPU? Ninguno.
El diagnóstico es por todos conocidos: la educación es una enferma crónica, con falla multisistémica, agónica.
Chile es un país con una tasa de industrialización muy baja. Según el historiador Gabriel Salazar hay menos industrias hoy, que en el 1911: “En aquel entonces Chile tenía, por ejemplo, una tremenda fábrica de trenes, hoy en Chile no se produce ni la tuerca de un tren. Nuestros empresarios son comerciantes, solo nos ha llenado de grandes tiendas que compran en el extranjero. Nos han llenado de mega mercados , de malls, pero no de industria, aquel motor que moviliza la innovación de un país. Este modelo productivo se replica en la cultura, pues también somos consumidores de una cultura extranjera, por sobre nuestra cultura. Los chilenos somos civilizados para consumir, pero bárbaros para producir”.
Una de las desventajas de nos tener industria es que tampoco tenemos un robusto sector privado que invierta en innovación e investigación que le haga generar valor agregado a los productos y servicios que ofrece. La investigación sigue principalmente en manos del Estado y de las universidades y se realiza bajo las mismas condiciones que funciona la desfalleciente educación de pregrado.
Los estudios postgrado no ha estado en el tapete en las movilizaciones. Si bien en rigor un estudiante de postgrado le aquejan casi los mismos males que los otros estudiantes de las casa de estudios, su rol es distinto y también lo es su naturaleza.
Quienes estudiamos un magíster o doctorado, somos en la mayoría de los casos profesionales que debemos trabajar todo el día para poder pagar los elevados aranceles. La dedicación exclusiva y las becas que permiten algunos estudiantes solo vivir de estudiar, son más bien escasas. En la Universidad de Chile de un total de 24.000 alumnos, alrededor de 8.500 somos estudiantes de postgrados, dispersos con poco o nada de tiempo para organizarnos, pero poco a poco nos hemos ido constituyendo en la Asamblea de Investigadores de Postgrado de la Universidad de Chile, para levantar las demandas justas y legítimas de nuestro conglomerado, pues si la educación superior es clasista y elitista , más aun lo es la educación de postgrado.
La gravedad de aquello no solo afecta a los estudiantes (y a quienes la falta de recursos le impide incluso llegar a serlo), sino al país entero, pues son estos estudiantes quienes tendrán en sus manos la labor de generar avances, profundizar y difundir el conocimiento en ciencias, en humanidades, en arte, en gestión, etc. El peso y la responsabilidad de no ser una nación que consuma soluciones externas sobre los hombros de ellos y ellas se posa.
Repensar el rol, la naturaleza y el financiamiento de la educación desde la cuna hasta el postgrado, es fundamental para contar con las herramientas que un país necesita para proyectarse en el futuro a partir de lo que somos. Pensar en un Chile que camine hacia el desarrollo humano, que no solo se sienta orgulloso de su (mal repartido) crecimiento económico requiere del diseño de un sistema educativo inclusivo, diverso y comprometido en la construcción de un país justo y democrático, en el cual la investigación e innovación son piedras angulares.
Repensar nuevas formas en que la investigación académica se vincule más fuertemente con la sociedad civil, con los sectores más vulnerables, creando nuevos y mejores mecanismo para profundizar , multiplicar y difundir el conocimiento, deben ser parte también del ejercicio de repensar esa educación y la fuerza investigativa e innovadora que necesitamos para sanar a un país enfermo y dañado cuya sintomatología se refleja en cada no de los elementos que lo constituyen.
El conocimiento no puede ser un botín. El conocimiento que emerge de una educación pública le debe pertenecer a todo el país que lo ha financiado con sus impuestos y recursos naturales, solo de este modo este estará al servicio del desarrollo de Chile y al servicio del desarrollo humano.
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