Recordemos, en primer lugar, los resultados del plebiscito que dio origen a este proceso:
«¿Quiere usted una nueva Constitución?”
Apruebo: 78.28% … 5.876.418 votos
Rechazo: 21.72%… 1.630.778 votos
“¿Qué tipo de órgano debiera redactar la nueva Constitución?”
Convención Mixta Constitucional (incluía parlamentarios): 21.01%… 1.495.989 votos
Convención Constitucional: 78. 99%…5.624.971 votos
Cuando comenzó su trabajo la Convención Constitucional –con las votaciones que ya vimos- me extrañó que alguien se opusiera o que propusiera alternativas (“rechazar para reformar”). Mal que mal, ¿no habíamos elegido a los Convencionales para que realizaran esa labor? Pero por angas o por mangas, porque bogas o no bogas, las críticas llovieron. Obvio que se podía esperar eso de quienes han sido absolutamente privilegiados durante este último medio siglo: el gobierno completo del nefasto Piñera, Ponce Lerou, las madereras, las 7 familias dueñas del mar, los Luksic, los Matte, los Angelini, los Paulmann, los Kast, El Mercurio, la UDI, Renovación Nacional, los payasos del Partido Republicano y el infaltable sector corrupto de la ex Nueva Mayoría…
Obvio y esperable. Pero sobrepasó cualquier expectativa la campaña destemplada de desprestigio de prácticamente toda la prensa escrita, radio y TV –chismes, mentiras y comentarios mal intencionados de un proceso en marcha- acerca de incidentes generados a propósito por algunos constituyentes –algunos se dedicaron a hacer escándalos periódicos, claramente para ensuciar el proceso–. Incluso la radio Bío Bío, de fuerte arraigo popular –para comprobarlo basta oír a la gente cuando llama a la radio- ha divulgado mentiras y continuos comentarios en contra, supuestamente “objetivos”. Excepción meritoria fue La Red, que acabó hundiéndose por falta de apoyo económico.
Con 50 años en que la educación pasó a ser “un bien de consumo”, en que cantidad de chilenos no entiende lo que lee, esa campaña destemplada puede ser extraordinariamente nefasta para torcer la opinión del ciudadano medio. Como dije, muchos no entienden lo que leen, así que incluso si leen la propuesta, puede que se dejen llevar por la opinión de su canal o radio favorita…
Se han multiplicado los patanes que, con una increíble arrogancia, tienen el descaro de asomarse a un medio de comunicación y declarar con todo desparpajo que el texto que nos ofrece la Convención Constitucional -después de un año de arduo trabajo- es una “mala” Constitución. Por supuesto, no se molestan demasiado en justificar su opinión –lo que quizás dejaría en evidencia su pobreza intelectual–, sino que se limitan a repetir y repetir la idea (“miente, miente, que algo queda”).
Desde mucho antes de la finalización del plazo establecido -es decir, mucho antes de que hubiera algún material definitivo que analizar- llovían críticas de periodistas y políticos… sospechoso, ¿no? Estos últimos ni siquiera tuvieron la decencia de respetar la voluntad popular –véase la segunda votación– que explícitamente declaraba una abrumadora preferencia por la alternativa de que la Constitución fuese redactada por una Convención, y no por los políticos profesionales, de la mayoría de los cuales la ciudadanía tiene una muy bien ganada pésima opinión.
Respecto a mí
Por mi parte, soy un privilegiado. Vengo de un hogar donde –a pesar de que mi padre faltó tempranamente- mi mamá era culta, de pensamiento extremadamente independiente y feminista. Trabajaba en una Embajada, pero en un sencillo puesto de secretaria. Nos mostró lo que era pensar diferente, y nos enseñó idiomas: aprendí a hablar francés antes que castellano, y fundamentos de inglés que se asentaron con la práctica a través de los años. Ponía música de Beethoven con frecuencia, y la desaparecida radio Andrés Bello -similar a la Beethoven- para despertarnos en la mañana. Durante mi infancia y adolescencia éramos de verdad de clase media: teníamos una citroneta que había que empujar con frecuencia para que partiera. A pesar de eso, en mi casa se votó por Alessandri, Frei Montalva y luego (en 1970) de nuevo por Alessandri. Hasta se aplaudió el golpe de Estado.
Estudié Psicología gratis en la Universidad de Chile (antes de 1973, claro!), e insertarme laboralmente fue rápido y fácil. Ganaba poco… pero la partida fue fácil, y después he trabajado como mula. He vivido períodos de estrechez, pero nunca me ha faltado nada. Pero en la Universidad comencé a sentirme –y a ser visto como- privilegiado. Mis compañeros venían literalmente de Arica a Punta Arenas, y algunos de ellos eran de verdad pobrísimos. Tuve que recorrer sectores de Santiago en los que nunca había estado: Recoleta (Hospital Psiquiátrico, Hospital de la Universidad de Chile, Clínica Psiquiátrica) y poblaciones aledañas.
Entonces, si no soy comunista, ni resentido, ni ricachón… ¿por qué votaré APRUEBO? Porque me ha interesado la gente, porque he mirado a mi alrededor, porque desde la Universidad he conocido a muchos que no tuvieron tanta suerte como yo, y que especialmente en la dictadura fueron discriminados y abusados, porque me duele el abuso de que es objeto la gente sencilla. En el campo, desaparecieron los pequeños productores y se instalaron las frutícolas internacionales, las madereras… prácticamente desapareció la manufactura chilena. Y se empezó a cobrar por todo: desapareció también la buena voluntad y la relativa inocencia de los años 60. Aparecieron los oportunistas y los abusadores –la “picardía chilena” en su peor expresión-.
Se instaló una cultura del abuso… pero legal. ¿recuerda el famoso proyecto de las 40 horas presentada por dos diputadas comunistas? Fue declarado inconstitucional… junto con el proyecto de la titularidad sindical de Bachelet, el proyecto que fortalecía las facultades sancionatorias del Sernac, la gratuidad para las Universidades estatales; y también dejó instalada la “objeción de consciencia” de las instituciones para practicar el aborto… el Senado rechazó en 2020 declarar el uso del agua como “bien público”… todas iniciativas destinadas a favorecer al ciudadano común.
El criterio de esa Constitución que muere es, entonces, favorecer a la empresa privada en todos los ámbitos: bienes, alimentación, servicios como electricidad, gas, agua, transporte, vivienda, también salud y educación.
¿Cabe alguna duda de que en una jornada de 44-45 horas hay muchas “horas muertas” en que no hay productividad? ¿Por qué? Porque para un ser humano, en condiciones normales –no un esclavo- esa cantidad de horas continuas, día tras día, año tras año, es un exceso… No logra mantener el mismo nivel de concentración y productividad en la tarea, además del simple hecho de que, ya en el siglo XXI, nadie debiera vivir para trabajar –ni para desplazarse hacia y desde su lugar de trabajo, al amanecer y al anochecer- sino también para compartir con su familia, divertirse, tener momentos de ocio. Entonces, disminuir la jornada en 4 o 5 horas, ¿era razonable? Claro que sí. Pero ya por décadas hemos vivido en una cultura –legal- del abuso de los que tienen menos poder, menos educación, menos influencias.
La Nueva Constitución
El Artículo 1 inciso 1 dice: “Chile es un Estado social y democrático de derecho. Es plurinacional, intercultural, regional y ecológico”. El 2, “Se constituye como una república solidaria. Su democracia es inclusiva y paritaria. Reconoce como valores intrínsecos e irrenunciables la dignidad, la libertad, la igualdad sustantiva de los seres humanos y su relación indisoluble con la naturaleza”. Agradezco el aclarador conversatorio al respecto que hicieron los prestigiosos abogados Mauricio Daza, Pablo Ruiz-Tagle y Rodrigo Pica.
¿Qué implica esto? Bajo la Constitución del 80 hemos vivido en un Estado Subsidiario, término que debe haber oído antes. El concepto del Estado Subsidiario determina que al Estado no le corresponde absorber aquellas actividades que son desarrolladas adecuadamente por los particulares. El criterio de esa Constitución que muere es, entonces, favorecer a la empresa privada en todos los ámbitos: bienes, alimentación, servicios como electricidad, gas, agua, transporte, vivienda… y también salud y educación. Creo que no necesito extenderme en las consecuencias de un enfoque como ése, y que dieron origen al estallido social de Octubre 2019 (me extiendo más en esto en mi columna anterior, Ese valor olvidado: la Solidaridad). Quedan de inmediato en segundo plano, entonces, los ciudadanos que no tienen poder adquisitivo: ciudadanos de segunda clase. Si usted recorre la Alameda en la capital, los va a ver instalados en carpas en el bandejón central o en los numerosos campamentos que hay en todo Chile. Y no todos son inmigrantes.
Naturalmente, este estado de cosas ha favorecido a quienes han corrido con la ventaja del poder económico: fueron los que compraron cantidad de empresas estatales a precio de huevo al inicio de la dictadura, los que se han beneficiado de increíbles subsidios y exenciones de impuestos… “increíbles” porque precisamente los que más tienen son quienes se han beneficiado de esas medidas.
Para cambiar este estado de cosas –para que el Estado comience a favorecer a los individuos comunes y corrientes-, naturalmente que debe contar con recursos, a través del cobro de impuestos y, en general, lo que se ha llamado “emparejar la cancha” de las oportunidades –lo que por supuesto explica la oposición cerrada de los sectores conservadores-. ¿Qué significa? Muy simple: que todos –sí, todos- son considerados y tienen, de verdad, igualdad de oportunidades. En el acto de presentación oficial de la propuesta de Nueva Constitución, Gaspar Domínguez, médico rural y vicepresidente de la Convención, dijo: “Amar la Patria es mucho más que amar Ios emblemas patrios: es amar y respetar a las personas que la componen. Escribir una Constitución democrática que fortalezca la protección de los derechos es un profundo acto de patriotismo». Estoy totalmente de acuerdo, y creo que la gran mayoría de los 155 convencionales se tomó muy en serio la tarea, la que debió incluir horarios extraordinarios y largas noches de vigilia. El contraste con algunos próceres del Parlamento -por todos conocidos- con una asistencia a las sesiones que deja mucho que desear, es enorme.
Y, ¿valió la pena esa dedicación? Pienso que la respuesta es un rotundo sí: la propuesta “empareja la cancha” para todas las regiones, para hombres y mujeres, para todas las edades -niños, adolescentes, adultos, ancianos-, etnias, diversidades sexuales, nivel socio–económico, discapacidad física o cognitiva –sin depender de la Teletón o de bingos solidarios- y otras categorías que se me escapan. Esos derechos que el Estado se compromete a satisfacer -obviamente en la medida de sus capacidades-, son la salud, la educación –gratuita en las universidades estatales, hasta 1973-, la alimentación, el derecho al agua, a un techo, trabajo digno, seguridad social, mayor democracia –se da cabida a los Plebiscitos-, a vivir de verdad en un ambiente libre de contaminación, acceso a una Justicia que no distingue entre pobres y ricos…
Mencionemos el ejemplo de la salud. Las isapres nos acostumbraron a pensar que, por ejemplo, las mujeres en edad reproductiva y los ancianos debían cotizar más para obtener el mismo servicio que los hombres jóvenes, pero ése es sólo el criterio mercantil que ha primado en la sociedad hasta ahora, y que espero que comience a desaparecer con la aprobación de la nueva Carta. En el Artículo 44, inciso 1, dice: “Toda persona tiene derecho a la salud y al bienestar integral, incluyendo sus dimensiones física y mental”. Por razones de espacio no me quiero extender mucho, pero en los 11 incisos que hay respecto a salud se señala que el Estado se hará básicamente cargo de la salud de los chilenos, financiado por los impuestos y dejando además espacio a las instituciones privadas que deseen estar. En mi opinión, como debiera ser. Conocí un caso de cerca en que, para intentar salvar a su padre, una mujer modesta debió vender su casa para pagarle a la Clínica… y el papá ni siquiera se salvó.
¿Por qué la salud pública ha sido un desastre en las últimas décadas, a pesar del enorme presupuesto que se le asigna año a año? Pues porque debido a un sistema perverso –y debido a la crónica carencia de infraestructura adecuada de la Salud Pública- la gente termina atendiéndose en Clínicas privadas ¡pero financiadas por la Salud Pública! De no creerlo, ¿no? Ahí se van los recursos públicos para la salud… Y ¿qué hay de la Educación? Las escuelas públicas se han quejado crónicamente de mala calidad de los baños, de que se inundan en invierno, de vidrios rotos… ¿esto es descuido del Estado? Sí, pero es intencional. Más del 70% de las escuelas privadas del país reciben subsidios del Estado.
Increíble, ¿no? El Estado, bajo esta Constitución fraudulenta y llena de candados que han evitado modificarla -salvo por el arranque de generosidad solidaria que súbitamente han mostrado los sectores conservadores en las últimas semanas-, ha favorecido crónicamente los negocios privados, incluso en el ámbito de la salud y la educación, descuidando a los ciudadanos comunes y corrientes que no pueden pagar las instituciones “del mercado”. No es de extrañarse que hayan florecido económicamente Universidades, Clínicas y Colegios privados, algunas de las cuales se han hundido producto de la codicia…
El mundo cambia y ya los pueblos originarios no son considerados “animales”, las mujeres dejaron de ser consideradas como “parte del mobiliario” y ya pueden votar y tomar sus propias decisiones –incluso abortar en muchas partes del mundo-, la esclavitud se abolió en casi todo el planeta, los señores feudales son una reliquia del pasado, y todas las variantes de la clásica sexualidad entre hombres y mujeres se han abierto paso vigorosamente en nuestro mundo y en la legislación.
Lo lamento por los espíritus más conservadores o por quienes gustan de ser esclavizados, pero nos tocó vivir en un tiempo sumamente dinámico, y más les vale esforzarse un poco por abrir la mente y eI corazón si no quieren seguir jugando eternamente el papel de dinosaurio en las infaltables discusiones familiares.
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