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¿Por qué ganó Trump?

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Seguramente tomará mucho tiempo antes de que culminen los análisis respecto a los motivos por los que Donald Trump se ha hecho nuevamente del poder en EEUU. Se escribirán libros y tratados aportando sesudas elucubraciones de por qué en una democracia liberal como la norteamericana, un sujeto que no cree en ella, gana la elección presidencial por segunda vez y obtiene, además, contundentes triunfos en ambas cámaras, alterando sustancialmente los pesos y contrapesos del poder.

De entre todos los análisis, los más reprobables serán aquellos que culpen a los electores por el triunfo de Trump. Claro, porque es el modo más fácil y sencillo de pasar por alto el hecho político más gravitante de los últimos 50 años signados por el abandono del Partido Demócrata de las clases trabajadoras y a su asimilación progresiva pero sistemática al legado neoliberal de Ronald Reagan.

Algunos dirán que eso siempre fue así. Que es la naturaleza inalterable de dos partidos políticos convencionales, uno más apegado a la tradición que el otro. Lo cierto es que no lo fue para quienes creyeron en los Demócratas durante varias décadas y en especial tras la postguerra, que es cuando la economía se apreciaba fulgurante y el papel hegemónico de EEUU en el mundo occidental, era incontrarrestable.

¿Por qué ir tan atrás, al periodo de Ronald Reagan?  Porque es durante su época   cuando el neoliberalismo comienza a adoptar forma de gobierno y se abre este largo proceso de precarización de las condiciones de existencia de millones de trabajadores y sus familias a partir de entonces. Si Reagan fue para EEUU quien asume en propiedad las ideas matrices de Hayek, haciendo del chorreo su consigna insigne, en Inglaterra lo sería Margaret Thatcher, resistida por los sindicatos acereros y la opinión pública que vieron venir la pérdida de derechos sociales.

En lo que respecta a EEUU, un claro ejemplo del inicio de la precarización del trabajo es lo que pasó con la poderosa industria automotriz norteamericana. En un lapso de tiempo no mayor a los diez años, se desmanteló dicha industria y a partir de ahí se inicia un proceso de desindustrialización del país que comenzó afectando primero a obreros blancos.

De este modo, del “sueño americano” pasaron a la pesadilla del desempleo, pérdida de beneficios sociales, teniendo por horizonte empleos precarizados y de mala calidad. Para ellos no existió la “gestión del cambio”. Simplemente se les desechó, todo ello con el beneplácito de la elite Demócrata, salvo algunas excepciones.

Una de ellas, el Senador Sanders. Sanders y el sector en el que se apoyó tuvo la agudeza de comprender que entregarle el apoyo político Demócrata al capital financiero y a la banca, a la industria armamentista, a las compañías de seguros, a los grandes laboratorios, en desmedro de las clases trabajadoras y el cuidado de la industria nacional, sería a la larga un cheque en blanco con fecha de vencimiento.

Y el cheque lo cobró Donald Trump. Desde su más hondo populismo, desprecio a las instituciones y habituales groserías, recogía el malestar subyacente de los trabajadores, ya no solo blancos, que venían siendo desplazados desde la época de Regan y por la globalización que le siguió.

Luego vendrían los adelantos tecnológicos, la robótica y la automatización de los procesos productivos con su estela de nuevos marginados y para quienes solo existía la “destrucción” nada de “creativa” de puestos de trabajo, porque en la realidad nunca pudieron conocer la otra cara de la moneda.

De la mano de Elon Musk, magnate de la Inteligencia Artificial, Trump solo profundizará esa tendencia, habrá más cesantía y consiguientemente nueva fuerza de trabajo precarizada.

Se abre así un nuevo escenario político en el que se consolida una tendencia populista de extrema derecha a escala planetaria que hace presagiar tiempos complejos para la democracia. No se trata, pues, solo de un triunfo electoral

Para que los logros tecnológicos beneficien más allá del círculo de trabajadores y profesionales especializados, con educación universitaria en la mayoría de los casos, se requieren políticas públicas universales de inclusión social, que hagan la pega que el mercado no hace. Pero la elite Demócrata no quiso ver la realidad y mientras ahondaba en su desfase con las clases trabajadoras, haciendo más de lo mismo, crecían las brechas sociales generadas por la desigualdad.

Todo eso de conjunto explica que, entre los países capitalistas más desarrollados, sean EEUU y el Reino Unido, los que destaquen por altos niveles de desigualdad medida de acuerdo con el índice de Gini.

Ello no es casual. Las altas diferencias salariales, políticas fiscales que tienden a favorecer a los más ricos, menor acceso a la salud y educación pública, en comparación con países con Estados de Bienestar, son algunos de los pivotes del neoliberalismo implantados allí en la época de Reagan y la Thatcher, que acá se hizo en el marco de la dictadura de Pinochet.

El epilogo de este largo recorrido, culmina en un aplastante triunfo político y cultural de un sujeto que desprecia la democracia. Si ya en la elección anterior Trump había empezado a mostrar sus cartas, y las profundiza siendo presidente -entre ellas la vía insurreccional para alcanzar objetivos políticos- en esta última la decanta aún más añadiéndole un componente dictatorial que no podrá realizar en un solo día. Pero la convicción la tiene.

Se abre así un nuevo escenario político en el que se consolida una tendencia populista de extrema derecha a escala planetaria que hace presagiar tiempos complejos para la democracia. No se trata, pues, solo de un triunfo electoral.

Es el cierre de un periodo histórico preciso, con actores políticos determinados e identificables, que entrega lecciones y aprendizajes que tendrán que hacer reflexionar a fondo a quienes creemos en la democracia y el pluralismo político y nos reconocemos en el progresismo y la izquierda en Chile.

Por el largo proceso de deterioro de la democracia en EEUU y otros lugares del orbe, incluyendo a la nuestra, sabemos que cuando esta no se profundiza en el sentido de darle contenido social y económico, además del político y sus mecanismos, el peligro de involucionar hacia formas autoritarias y retrogradas, aumenta.

Desde este otro lado del mundo, todavía estamos a tiempo.

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2 Comentarios

cristian barria

La respuesta es bastante simple, la mayoría de los norteamericanos ( para su desgracia y del resto del planeta ), son como homero simpson.

hdskjfghdkj

Trump ganó porque la gente está cansada de la cultura woke de las izquierdas, llena de sus inventos mentirosos, como algunas líneas de esta columna que solo acomodan circunstancias a los objetivos woke de la izquierda, que dicho sea de paso, ya camina hace rato hacia el vertedero político, que es donde merece estar, por su puesto…