A raíz de un escándalo por corrupción, hace casi 30 años, siendo un joven diputado, Lula, quien después llegaría a la presidencia de Brasil, declaró: «En Brasil es así: cuando un pobre roba, va a la cárcel; pero cuando un rico roba, lo hacen ministro».
Más allá de que se trate de una campaña para sacar a Lula de escena, de ejecutar un golpe blando, se trata de un tema doloroso, particularmente para la izquierda, y revela la crisis, la pérdida de la brújula, por la que atraviesa a nivel latinoamericano y mundial.
Hoy, la prensa nacional e internacional se solaza con esta frase para el bronce que me hace recordar tanto a Fidel Castro como al innombrable, quien aseguró en su momento que en este país no se movía ni una hoja sin que lo supiera. Fidel, porque hace ya casi 40 años afirmó que para reestablecer las relaciones entre USA y Cuba, tendría que haber un presidente negro en USA y un papa latinoamericano. Asumo que eso lo dijo imaginando que eso no ocurriría nunca.
El innombrable, o el intocable, o el capitán general para los suyos, siguiendo el modelo de Franco en España porque dejó todo atado y bien atado, no solo para que el modelo de sociedad que instauró a sangre y fuego permaneciera vigente más allá de su presencia, sino porque también adoptó todas las providencias para evitar ser procesado en caso que se le diera vuelta la tortilla, como ocurrió cuando perdió el plebiscito del 88.
En efecto, no obstante haber perdido, siguió ejerciendo la presidencia por más de un año, tiempo de sobra no solo para empacar bártulos, fondear horrores, quemar documentos comprometedores, ocultar fortunas indebidas y trasladarlas a paraísos fiscales caribeños, junto con seguir protegido del fuero presidencial para no ser sometido a proceso.
Una vez que, de mala gana deja la presidencia, lo hace para continuar siendo comandante en jefe del Ejército, y de este modo, continuar con fuero y bajo el manto protector de las armas. Y cuando deja la comandancia, lo hace para saltar al senado como senador vitalicio.
En ningún minuto pisa tierra, siempre por los aires, sin que pudiese ser sometido a proceso. Hasta que se le ocurre salir del país y dirigirse a Inglaterra para someterse a una operación. Creyó que su fuero era extensivo a nivel mundial, sin percatarse que sus crímenes eran de lesa humanidad. Cautivo en Inglaterra, por compasión, lo soltaron sobre la base de las afirmaciones de un gobierno chileno que aseguraba que la justicia era independiente y que nada impedía que fuera procesado. A pesar de que nadie se creía estos argumentos, finalmente lo dejaron regresar. Si bien fue procesado, se las arregló para dilatar mediante sucesivas argucias para no ser condenado por la justicia.
Más allá de que se trate de una campaña para sacar a Lula de escena, de ejecutar un golpe blando, se trata de un tema doloroso, particularmente para la izquierda, y revela la crisis, la pérdida de la brújula, por la que atraviesa a nivel latinoamericano y mundial. Una crisis donde las convicciones parecen haber sucumbido a la tentación de intereses personales. Ese ha sido el gran triunfo de la derecha, no obstante las batallas electorales que ha perdido.
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