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Populismos ‘digitales’: un fenómeno comunicacional

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Se ha insistido en los últimos meses que el populismo ha regresado con una fuerza inusitada al contexto político de una serie de naciones. Con ello, se ha elucubrado con un conjunto de alarmantes escenarios que no dejan indiferente a nadie que tenga una real preocupación por la democracia y el mejoramiento de la calidad de la política a nivel global.

Surge una primera interrogante. ¿El populismo retornó de algún sitio o ha estado muy presente desde larga data en la política del mundo occidental? Para responder a esta inquietud, que la considero central con la finalidad de proyectar potenciales efectos, es necesario conceptualizar lo que entendemos por populismo. Y aquello no es fácil. Si existe un término complejo para definir en la dimensión política, es el populismo. 

Ingresar a su comprensión es encontrarse con contornos escurridizos, con una serie de manifestaciones que lejos de acotarlo, lo difuminan, lo convierten en un espectro que, supuestamente, concentra los males de la política y que termina por reducir su palabra a una connotación negativa del oponente, a un ataque que tiene más de agresión despectiva para deslegitimar al otro, que sentido real de la política.

De hecho, tradicionalmente, se señala que representa desde lo simbólico los defectos del ejercicio del poder, exhibiendo artilugios para engañar o para seducir a supuestas masas de sujetos fácilmente manipulables e ignorantes. Lo anterior, a esta altura del desarrollo intelectual humano, es un reduccionismo mayúsculo.

Incluso, se le ha vinculado con un periodo histórico, caracterizado por la aplicación de políticas económicas de sustitución de importaciones y por la incorporación de grandes sectores populares a los procesos electorales. En definitiva, la interpretación y estudio del populismo es tan amplio como la variedad de perspectivas que alimentan las ciencias sociales. No obstante, otro aspecto es importante puntualizar: el populismo no tiene ideología única, puede estar tan albergado en la derecha como en la izquierda.

Este momento puede ser adecuado para analizar el populismo en profundidad e integrando nuevos paradigmas, como la comunicación política estratégica. En efecto, la sociedad red ha condicionado los formatos de expresión política a lo audiovisual, que ha expandido el conocimiento y abierto las agendas informativas a una ciudadanía digital. Ésta resignifica y reelabora esos contenidos, incluso posicionando temáticas que rompen con el control de los medios tradicionales que establecen lo que es noticioso.

Respondiendo a la interrogante inicial, ¿el populismo retornó de algún sitio o ha estado muy presente desde larga data en la política del mundo occidental?, debo señalar que el populismo siempre ha estado, nunca se ha ido y evoluciona con la interacción de los sujetos que conforman el tejido político. Es decir, forma parte de la cultura política de cada territorio, es una manera en que la exclusión, la desigualdad o lo invisibilizado se articulan para influir en la toma de decisiones. Por eso el populismo no tiene patrones idénticos en todas las latitudes.

Ahora, la silueta es diferente, es digital, propia de las redes sociales, de las opiniones destempladas, las informaciones falsas y la viralización de las ideas fuerza, es la política de los memes y que habita en los smartphones.

Es un proceso de intercambios ascendentes, que se encarna en un líder que muchas veces no agrada, como es el caso de Trump, Le Pen o Wilders, pero que comprende la lógica de sus apoyos. En la actualidad, esa articulación también puede ser virtual, por lo que se hace más dinámica, intensa y desestabilizadora para la crisis en la que está el sistema político global.

El populismo clásico, que podríamos situarlo en un formato analógico, dio paso a un neopopulismo en los noventa que vino de la mano de mandatarios, para el caso latinoamericano, como Fujimori, Menem y Collor de Mello, con la televisión como soporte predominante y amplificador de sus acciones.

Ahora, la silueta es diferente, es digital, propia de las redes sociales, de las opiniones destempladas, las informaciones falsas y la viralización de las ideas fuerza, es la política de los memes y que habita en los smartphones. Coproduce sus mensajes con electores cansados y molestos, por lo que no es un fenómeno aislado, unidireccional o pasivo. Es orgánico, se mimetiza y expande. Como se nutre de la comunicación online y se replica en lo offline, puede ganar elecciones contra todos los pronósticos y su mejor forma de aprovechar el entorno, es que se le minimice.

Para una próxima columna quedará pendiente discutir, si finalmente el populismo puede caracterizarse como algo intrínsecamente perverso o como una manifestación comunicacional que transita hacia algo que puede mejorar/empeorar el difícil contexto en el que está situada la democracia global.

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Claudio Elórtegui G.

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