Los sucesos de los últimos días en materia política han evidenciado que, para muchos partidos, movimientos y coaliciones políticas, el criterio esencial a la hora de definir representantes presidenciales es la popularidad. Por supuesto, ser popular no es lo mismo que ser líder. Y para cualquier grupo político, es ideal que el liderazgo y la popularidad vayan de la mano. Sin embargo, asistimos a una degradación del liderazgo político, asimilándolo con la popularidad.
¿Cómo se mide el liderazgo y cómo se mide la popularidad? El primero se mide por muchos factores: una trayectoria de servicio en cargos públicos, ideas bien definidas, discutidas, trabajadas y manifestadas en el ejercicio de los cargos anteriormente señalados, un background teórico político general que permita establecer vínculos entre las distintas tradiciones representadas en el juego político, entre otras. El segundo se mide… en las encuestas. Para muchos de estos grupos, las encuestas se han transformado en el barómetro político esencial, y para cualquier candidatura, ésta es viable si y sólo si rankea bien en las encuestas.
No es difícil imaginar las implicancias políticas – de corto y largo plazo – de esta situación: liderazgos potentes – aunque impopulares – quedan en el camino. El ejemplo del PS es el más evidente: teniendo a un estadista como Lagos, a José Miguel Insulza – con una vasta trayectoria en organismos internacionales – o a Fernando Atria – destacado académico – el partido decide por una figura sin peso político real, y cuya trayectoria en los medios, siendo importante desde la perspectiva periodística, no basta para configurar un liderazgo real, de experiencia política y peso intelectual.
El Frente Amplio no está tan lejos de la decadencia deliberativa descrita anteriormente: dos de sus movimientos más importantes postulan a Beatriz Sánchez. Los méritos de ella son los mismos que los de Guillier, aunque en un grado mucho menor. De experiencia política y peso intelectual, nada. Su contendor, el sociólogo Alberto Mayol, poseyendo más experiencia política, tiene además un peso intelectual mucho mayor al de Sánchez. Sin embargo, teniendo mayores argumentos, es probable que no sea el abanderado. ¿Por qué? Por la misma razón por la cual el PS escogió a Guillier: hay que escoger al candidato popular.
También los medios de nominación manifiestan esta decadencia: el Partido Socialista escogió a Guillier, a través de Comité Central, en voto secreto. Revolución Democrática nominó a Sánchez mediante un sistema online con más del 80% de abstención. Dicha situación manifiesta que la falta de una real deliberación es transversal a los actores políticos, por muy “nuevos” que sean o se consideren.
La mayor consecuencia a largo plazo de este oportunismo “popularista” es evidente: no existe una instancia real para diseñar políticas de Estado.
¿Y la derecha? Estando aparentemente en mejor pie (al tener, al menos, tres precandidatos en una primaria que el día de hoy ha sido confirmada), no está libre del oportunismo descrito anteriormente. Así, el PRI y la UDI no se demoraron en apoyar a Piñera, aún a sabiendas de los diversos casos judiciales en los que se le menciona. Algunos de los representantes de los movimientos “jóvenes” de ChileVamos tampoco dudaron en expresarle su apoyo antes de generar debates internos en torno a los otros candidatos. Sin lugar a dudas, Piñera, siendo el candidato más popular, está lejos de ser el mejor candidato de la derecha.
Finalmente, la mayor consecuencia a largo plazo de este oportunismo “popularista” es evidente: no existe una instancia real para diseñar políticas de Estado. Uno de los ejemplos más claros es educación: todos los estudios indican que, para mejorar sustantivamente la educación del país, los recursos deben inyectarse en los estadios más tempranos de la formación escolar. Sin embargo, no es popular apostar por un cambio en educación a largo plazo, y en general se espera que los recursos, junto con estar inmediatamente disponibles, puedan dar frutos en el corto plazo también; de ahí el énfasis en la gratuidad universitaria por sobre otros ítems en educación e investigación.
Y réditos políticos en el corto plazo, evidentemente. Por lo anterior, la “encuestitis” que afecta gravemente a nuestros grupos políticos afecta la capacidad de los mismos de tomar riesgos pensando en el bien del país a largo plazo. Si no son posibles de evidenciar logros, es muy difícil optar a una reelección.
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