“Estoy conectado con todas las autoridades locales”. Así se defendió el Senador Pizarro desde Inglaterra, cuando se le cuestionó por haber había viajado a presenciar el Mundial de Rugby, mientras la región que representa sufría los efectos de un terremoto y tsunami. Lo paradójico es que, si bien la actitud del senador Pizarro es admisible desde un punto de vista estrictamente jurídico, sus acciones y la forma como las defiende revelan que está completamente perdido respecto al valor simbólico que le cabe a su cargo y a la clase política en general. El asunto es grave, pues caídos los símbolos del poder, no hay gestión eficiente alguna que logre restablecerlos, y ese es justamente el problema del clima político actual.
Vamos a lo primero. Si lo miramos desde un punto de vista jurídico, de acuerdo al artículo 53 de la Constitución y, salvo por algunas excepciones, la función de los senadores es eminentemente legislativa. Y, si bien los senadores son elegidos en sus respectivos distritos, a los que dicen representar, todos sabemos que la mayoría de las leyes tienen un carácter nacional más que regional, y que aún en el caso de que haya leyes de carácter regional, estas en general se votan como bancada. En caso de tragedias como la reciente, y aún cuando sea necesario dictar leyes de forma apresurada y en favor de la Región de Coquimbo, es perfectamente posible que otros parlamentarios tomen dicha función, por lo que no es problemático que un Senador que representa la región se encuentre ausente. Respecto a labores de coordinación, gestión de recursos u otras actuaciones análogas, la tarea de los Senadores es meramente testimonial, pues por ley no tienen ninguna de esas atribuciones, las que recaen exclusivamente en el ejecutivo. Así, si lo miramos jurídicamente, el Senador Pizarro tiene derecho a pedir vacaciones y a ausentarse, aún durante su semana distrital, y su ausencia no debiera alterar de manera excesiva la labor del parlamento ni las acciones que debe tomar el ejecutivo para superar la emergencia.
Sin embargo, y aún considerando todo lo anterior, las acciones de Pizarro y su patética defensa de las mismas dan cuenta del hecho de que, o bien no sabe, o bien prefiere ignorar el tremendo peso simbólico de su labor. Esto se explica porque la nación no es más que un constructo jurídico y simbólico. Este país podría haber tenido otros límites y otros símbolos patrios, podríamos haber sido parte de Argentina o de Perú, o habernos dividido en tres Repúblicas diferentes de norte a sur, podríamos ser un reino, una anarquía o una colonia británica. Jurídica y simbólicamente, sin embargo, hemos preferido (y el azar nos ha llevado a) organizarnos de otra manera, regirnos por una Constitución y un ordenamiento jurídico determinado, con tres poderes distintivos y atribuciones claras. Pero lo jurídico y normativo no es lo más relevante. Esta área es sólo la especificación de lo que se encuentra detrás. Pues sin la idea de Chile como prerrequisito no puede nacer una constitución, y sin la idea simbólica de tener representantes que nos gobiernan, teóricamente, en pos del bien común, las elecciones dejarían de tener sentido, y nuestros representantes de tener valoración.
Si bien la actitud del senador Pizarro es admisible desde un punto de vista estrictamente jurídico, sus acciones y la forma como las defiende revelan que está completamente perdido respecto al valor simbólico que le cabe a su cargo y a la clase política en general. El asunto es grave, pues caídos los símbolos del poder, no hay gestión eficiente alguna que logre restablecerlos, y ese es justamente el problema del clima político actual.
Es ese contenido simbólico el que el Senador Pizarro parece no entender. Nadie pide que tome una pala y saque escombros, ni que se meta al barro de traje y corbata (pues esas actitudes, que podríamos llamar exceso de simbolismo, son de hecho la puerta al populismo). Solo se le pide que esté, que se haga cargo no sólo de las atribuciones legales de su cargo sino de las implicancias simbólicas del mismo. Que la gente de su región pueda ver que sus autoridades se preocupan de ellos, que crean por un instante que son de verdad servidores públicos y no meros burócratas de sueldos millonarios. El consuelo de tontos de Pizarro es que no ha sido el único que no ha entendido el mensaje. Cuando se propuso bajarle el sueldo a los parlamentarios, algunos de éstos arguyeron que lo que se ahorraría el fisco era relativamente insignificante, cuestión muy cierta desde el punto de vista de la ley de presupuesto, pero que no da cuenta de la rabia que produce en la gente de a pié que nuestros parlamentarios sean los mejores pagados de la OCDE. La crisis política que vemos, a todo nivel en nuestro país, puede ser entendida también como crisis de lo simbólico. No es sólo que las reformas sean técnicamente malas (y lo son) ocurre además que nuestras autoridades no han entendido que tienen una idea de nación que cuidar.
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servallas
Es muy cierto, lo simbólico envuelve los significados que le damos a las situaciones, cosas, sujetos o acciones, y la lectura que podemos tener desde esos aspectos normalmente sobrepasa lo que consideramos puramente funcional, pareciera que a mucha gente le duele aún más su situación de pobreza, de precariedad y de sufrimiento en que se ve envuelta, cuando nota o mira desde la distancia los privilegios y prerrogativas que se dan otros, especialmente cuando son funcionarios públicos, es un tema complejo porque puede ir internalizando una rabia, una protesta interna, una mala leche que a veces explota en favor del caudillismo, de los gurúes, mesías o salvadores, sería bueno asumir eso, entenderlo, pero creo que a nuestra clase política le falta humildad y quizás practicar eso que llaman austeridad.
Angela
Las autoridades están dejando de tener valor… Ya que ellos dejaron de tener valores en su actuar…