Desde hace algunos años vivimos como sociedad una curiosa paradoja, nuestros políticos se niegan sistemáticamente a hacer política, parecen de hecho tener pavor por ejercer el rol que se supone deben cumplir y rehuyen por tanto su responsabilidad elemental, la de liderar, la de proponer ideas y compartir un sueño con la ciudadanía que sea posible abrazar, han malentendido la esencia misma de la democracia representativa, con la excusa de “escuchar a la gente”, de “sintonizar” con sus preocupaciones, se han transformado en esclavos de las encuestas y simples voceros de la calle.
“Las personas no saben lo que quieren hasta que se lo muestran”… así explicaba Steve Jobs su filosofía de innovación constante y respondía a sus críticos de los primeros días de “Apple”, que le preguntaban con sorna ¿quién dijo que la gente va a comprar computadores? Y, ¿para qué va a querer un computador una persona común?, aunque algo arrogante, la frase ilustra la diferencia entre alguien que solo sigue el camino fácil, y alguien que se atreve a proponer algo original e innovador. En nuestra clase política, la originalidad y la audacia de proponer algo se perdió hace décadas, y han sido reemplazadas por la cobardía y la comodidad de prometer lo que la “gente quiere”, sin asumir costos por ser responsable o pensar en el futuro, sino solo pensando en la próxima elección y el beneficio mediático y electoral de decir o no decir algo, de apoyar o no algo.En nuestra clase política, la originalidad y la audacia de proponer algo se perdió hace décadas, y han sido reemplazadas por la cobardía y la comodidad de prometer lo que la “gente quiere”
Programas de gobierno centrados solo en “dar respuesta” a las “demandas ciudadanas”, parlamentarios que se limitan a ser “termómetros” del “clima social” y voceros de la opinión pública, han terminado por generar el resultado opuesto a sus intenciones: nunca nuestra política ha sido percibida tan lejana por el resto de la ciudadanía, nunca en nuestra historia republicana la clase política había estado tan hundida en el descrédito y la desconfianza, paradojalmente aquellos que guían su actuar por lo que es más popular en un momento determinado han terminado siendo profundamente impopulares.
La explicación de esta paradoja está en la prostitución de la democracia representativa, en que tenemos políticos dispuestos a hacer y decir cualquier cosa que les garantice exposición pública y les permita obtener beneficios electorales pero, pasado el periodo eleccionario, sólo mantienen un lenguaje “popular” pero vacío, y no traducen esa supuesta sintonía ciudadana en hechos concretos que permitan a las personas confiar en su palabra, nuestros parlamentarios mas que representantes de los ciudadanos o de ideas, solo han sido capaces de responder a los intereses que los pusieron allí. La crisis de nuestra democracia y su legitimidad, exigen un nuevo trato para con los ciudadanos y su participación real en el proceso democrático, y no solo como meros espectadores convocados cada cierta cantidad de tiempo a ratificar a los mismos de siempre, y requiere también, un verdadero cambio cultural como sociedad, en que todos asumamos la responsabilidad de nuestros actos y omisiones, como por quién votamos, por qué lo hacemos, o por qué no lo hacemos
En la encrucijada histórica que enfrenta nuestro país en los próximos meses, la triste mediocridad de las propuestas resulta no sólo preocupante, sino también peligrosa, cuando nos aprontamos a discutir la celebración de un nuevo pacto social y político, el primero generado en verdadera y plena democracia, son más necesarias que nunca las ideas, las propuestas e innovaciones que hagan la diferencia entre solo cambiar una constitución por otra, o sentar las bases de un nuevo Chile.
Nuestra clase política insiste en contradecir tozudamente a Einstein y espera obtener resultados distintos haciendo lo mismo… abunda la retórica, pero nadie está proponiendo un norte, nadie habla de qué Constitución queremos y necesitamos para las próximas décadas, todos están preocupados de que sus palabras no causan muchas malas respuestas en “twitter”, o que alcancen a caber en un video corto de “instagram”, en una patética vanalización de la actividad política que termina por socavar las bases de nuestra democracia, y pone en serio riesgo el proceso constituyente.
Nuestros políticos tienen una muy limitada interpretación de la definición de política como el “arte de lo posible”, donde lo “posible” es lo que marca bien en las encuestas, cuando el momento que vivimos requiere una redefinición de la política, que sea entendida como “la capacidad de construir realidad a partir de los sueños”.
Comentarios
02 de septiembre
Felicitaciones muy buena columna
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03 de septiembre
Muchas gracias
06 de septiembre
Concuerdo, pero al mismo tiempo me doy cuenta que es un fenómeno mundial, quizás somos nosotros los que fabricamos ese tipo de políticos, se perdió aquello de “La imaginación al poder”.
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