El signo lingüístico que usamos a diario para comunicarnos es una construcción compleja y bi-dimensional. El signo es poseedor de un significante y una significado. El significante es lo concreto de lo enunciado. El significado es la imagen mental que nos evoca el signo. Ejemplo: Una paloma, significante de un animal con alas; significado, la libertad.
La doble dimensión del signo es concretada en todas las obras artísticas. Hay un artista y una obra en especial que utilizaré para graficar los problemas de la política chilena. El artista es M. C. Escher. La obra a la que haré referencia es “Manos dibujando”. La obra muestra dos manos dibujándose mutuamente sobre un papel clavado con tachuelas y que funciona como vinculo indefectible de la eternidad.Hemos visto desfilar desde el retorno a la democracia a los mismos actores (Escalona, Moreira, Bachelet, Girardi, Allamand, etc.) en distintos puestos a nivel de gobierno, algo así como una silla musical con los mismo jugadores que pelean por una lugar.
Ahora, explicaré cómo es posible construir una relación entre esta obra de Escher y la contingencia política en Chile.
Tras los escándalos protagonizados por la casta política de nuestro país –casta, no clase- es imposible no dudar por completo del sistema y sus cimientos. Los problemas se dan en la dinámica autopoiética de la política, suerte de «déjà vu» constante. La política es hecha por políticos como casta cerrada. Hemos visto desfilar desde el retorno a la democracia a los mismos actores (Escalona, Moreira, Bachelet, Girardi, Allamand, etc.) en distintos puestos a nivel de gobierno, algo así como una silla musical con los mismo jugadores que pelean por una lugar. No hay caras nuevas, no hay propuestas nuevas y esto ha generado un gran descontento en la ciudadanía.
Los sujetos chilenos han mutado de simples espectadores a actores de la realidad social. Este cambio lo podemos ver en las distintas marchas que buscan reivindicaciones concretas (educación) y otras abstractas (honestidad). La respuesta ha sido proyectos de ley que buscan transparentar los aportes a campañas políticas, comisión de ética y transparencia, reformas y demás parches que funcionan como tapones de un barco que se hunde. Lo que está en entredicho para la casta política es su capital más indispensable: la confianza. Lo anterior busca resguardar este capital, pero aquellos que proponen estas soluciones, aquellos que integran estas comisiones y quienes construyen las leyes ¿no son los mismos que van a ser fiscalizados? ¿Los mismos que han formado parte de los escándalos (SQM, Penta y Caval), no son quienes legislan o tienen vínculos familiares con legisladores? Claramente que sí, nuevamente la mano se vuelve a dibujar así misma. La política en Chile se ha construido como un sistema autopoiético, sistema que, elección tras elección, se crea y se recrea así mismo de manera eterna.
¿Cuál o cuáles son las tachuelas que fijan el sistema autopoiético?
La fijación principal es la idea de democracia “representativa”, basada en un sistema binominal que atornilla al revés en materia de representatividad. Un segundo fijador es el sistema neo-liberal, basado en un paradigma de producción sin fin, sin pensar en la necesidades, acaso la idea de producir por producir. Un tercer fijador es la deficiente educación, un sistema de enseñanza obsoleto, un sistema de enseñanza castrense que obliga a los niños a aprender de memoria y repetir lo aprendido, pero que no deja espacio al desarrollo de un pensamiento abstracto y la posterior creación de un pensamiento crítico. Y, por último, no sé si lo han notado, pero nuestra sociedad tiene una nula tolerancia al pensamiento distinto. Cada persona que dice algo que no es funcional es enjuiciada rápidamente, y sus argumentos -y él- son minimizados y ridiculizados por sus pares.
Una vez descrito el sistema político chileno y las tachuelas que lo fijan, me permitiré hacer un tercer postulado, una idea que va más allá de la obra de Escher, un postulado que apunta a saber quién es el «Escher» de nuestro sistema político.
La respuesta es simple, puesto en términos abstractos el autor de la obra llamada “política chilena” es el capital. En términos concretos aumentan los autores, y estos son los grupos económicos que se levantan incólumes en una sociedad que vive una de las mayores desigualdades económicas en el continente y que respira la aplicación de los postulados teóricos de Milton Friedmann.
Si deseamos ponerle nombres, los artistas son los Luksic, Paulmann, Barrick and Gold, Teck, Julio Ponce Lerou, Carlos Alberto Délano, Dávalos y Campagnon, etc. Estas personas operan más allá de cualquier ideología política, están más allá de la moral, ética y respeto por las personas o el medio ambiente. Para ellos, el capital no tiene color político, la política les es funcional a sus propósitos, desde ahí su apoyo transversal a izquierda y derecha.
“El arte de gobernar es, precisamente, el arte de ejercer el poder bajo la forma y según el modelo de la economía”.
Finalmente, hemos llegado a transformar al capital en una entelequia, es medio y fin en sí mismo. La sociedad, políticos y empresarios son funcionales a esta masa de energía magnética llamada capital, que es capaz de crear realidades, derrocar gobiernos, esclavizar y depredar personas, y medio ambiente.
Una linda obra de arte ha construido el capital y, además, ha diseñado una estructura defensiva que hasta hoy ha funcionado, ubicando, caracterizando y absorbiendo todo lo que puede causar ruido en la sociedad.
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