La clase política chilena está en crisis. Diagnóstico crudo, pero real. Y no es necesario un estudio muy elaborado para llegar a esta conclusión, es cosa de preguntarle a cualquier ciudadano por su percepción respecto del desempeño de nuestras autoridades para entender que hoy los chilenos simplemente no creen en los políticos. Nuestra democracia está, por decirlo de alguna manera, “viciada”, ya que tanto oficialismo como oposición carecen de credibilidad popular, lo que genera una incertidumbre política inusitada y muy preocupante.
El principal indicador de que algo estaba fallando en nuestro sistema político fue, contrario de lo que podría pensarse, la llegada de la Derecha a la Moneda. La alternancia, como dicen algunos, es señal de buena salud democrática, pero en el caso de Chile, la situación fue distinta. ¿Por qué? En pocas palabras, porque Sebastián Piñera llegó al poder más por hartazgo de la ciudadanía con la Concertación que por méritos propios. Muchos expertos han señalado que el llamado “voto de castigo” fue quien sacó a la actual oposición de su hegemonía veinteañera y entregó, a regañadientes, la oportunidad a un candidato de tinte político contrario. Piñera asumió sabiendo que no contaba con mucho margen de error a su favor y ese es el riesgo del voto de castigo: Si no se mejora lo anterior, sustancialmente y en un corto plazo, se origina en la gente un profundo cuestionamiento que desemboca, como hemos visto, en fuertes descensos en popularidad y credibilidad, además de las fuertes y masivas manifestaciones ciudadanas que cada día son más habituales.
Entonces, el escenario es caótico: La gente confió en una propuesta electoral que no cumple las expectativas generadas y, como si fuera poco, aquella coalición que algún día restauró la democracia en Chile, hoy se hunde en su testarudez, falta de resiliencia política e incapacidad de generar una alternativa opositora confiable.
El causante de tamaño estado de desconfianza es uno sólo y está enquistado en nuestro adn político: El sistema binominal. Tanto ciudadanos como la clase política lo tienen claro, pero los primeros no podemos cambiarlo y los segundos no tienen la voluntad para hacerlo. El binominal fortaleció la formación de lo que hoy conocemos como Alianza y Concertación, pero debilitó la competencia entre ambos. Así, ambos bloques se anclaron en el poder y eso condujo a que el incentivo de auto-reformación y renovación sea, dada la comodidad de su situación, nulo. La inercia política que existía en nuestro país, sin embargo, se vio interrumpida por un creciente malestar y agotamiento ciudadano. Este cansancio se metabolizó con la masificación del uso de las redes sociales y culminó con lo que hoy vemos en las calles.
Gracias al binominal, la Concertación gobernó con estabilidad, pero evadiendo reformas estructurales que hoy penan fuertemente a Chile. Hoy evade también la necesidad urgente de recambio generacional e institucional, ya que tiene a Michelle Bachelet como comodín presidencial bajo la manga. Gracias a este sistema, también, el oficialismo adopta una posición intransigente en sus propuestas, ya que siente la necesidad de mostrar que su visión de país, guardada durante largos 20 años en la vereda opositora, es la mejor opción.
El problema está identificado, pero cambiar el sistema, actualmente, parece una tarea utópica. No obstante esto, existen vías que podrían permitir canalizar la fuerte presión actual y generar confianza en la ciudadanía. Apuntando los dardos hacia el problema más importante actualmente, la Educación – no por tratarse de la discusión de moda, sino por la trascendencia que tiene mejorar la calidad y terminar con los abusos crediticios, entre otras falencias -, una primera medida sería, como ya han propuesto varios, plebiscitar la solución. La gente está cansada de apenas escuchar y quiere evolucionar este monólogo en diálogo. Si el ejecutivo transforma las marchas y cacerolazos en un plebiscito vinculante, el sistema completo gana y la bandera democrática flamearía con más fuerza que nunca. Cambiar el formato de “proponer unidireccionalmente” a “escuchar” sería un gran paso hacia recuperar la confianza popular y de reposicionar a la clase política.
Este sería un paso, un gran paso, pero es necesario recalcar que no debe perderse de vista la necesidad urgente de comenzar una transición hacia un sistema electoral más inclusivo, participativo y competitivo. El binominal, al igual que el duopolio político que engendró, ya no da el ancho.
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Foto: Niconectado – Licencia CC
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