El incidente ocurrido el viernes 20 de agosto en la ceremonia de celebración del natalicio de Bernardo O’Higgins, en Chillán, provocado por el hecho de que el Presidente Piñera rompió una de las tradiciones de la ciudad en dicha fecha -el desfile de las agrupaciones ciudadanas luego del desfile militar-, confirma algo que ya pocos discuten: que muchas de las dificultades del nuevo gobierno se originan en el estilo ansioso e intempestivo del Mandatario. En este caso, además, su ministro de Defensa se encargó de arrastrarles el poncho a los chillanejos al decir que si no les gustaba que el acto fuera más corto y sin un desfile interminable, “felices, lo hacemos en Santiago”.
Algo hay en el temperamento del Mandatario que le acarrea problemas adicionales a los que plantea una tarea tan compleja y exigente como el ejercicio de la Presidencia. Son muchos los asuntos que el gobernante debe atender en los que se requiere que actúe con equilibrio y serenidad de juicio con el fin de adoptar el mejor curso de acción posible.
En nuestro sistema institucional, el Presidente de la República concentra muchas facultades y tiene que tomar cada día decisiones que pueden gravitar, para bien o para mal, en la vida de la población. Por ello, Piñera no puede actuar con apuro, pensando en el efecto inmediato –y mediático- de tal gesto o de tal declaración, u obsesionado por el impacto en las encuestas. Está obligado a medir sus pasos y a tomarles el peso a las palabras. Ya no es (o no debería ser) un hombre de negocios, urgido por aprovechar las oportunidades en la Bolsa; ya no es un candidato que busca votos de cualquier manera. Ahora es el Jefe del Estado. Ni más ni menos. Y después de cinco meses, el balance es deficitario.
No sabemos si sus asesores le han aconsejado que baje las revoluciones y muestre estatura de estadista, que sería el mejor consejo que podrían darle. El problema es que parece que él no escucha mucho y que su naturaleza lo empuja frecuentemente a actuar en un cierto sentido sin pensarlo dos veces. Fue imprudente, por ejemplo, al crear la expectativa de que el drama de los mineros atrapados en la mina San José se resolvería en pocos días, antes de tener una visión objetiva de la magnitud del desastre allí ocurrido. A diferencia de él, el ministro de Minería pareció darse cuenta desde el principio de cuán difícil iba a ser todo.
Chile necesita que al gobierno le vaya bien. Sería mezquino desear que Piñera cometa errores de bulto para que su coalición política pague las consecuencias. Lo que necesitamos es que los problemas se resuelvan, no que se agudicen. Y sucede que están dadas las condiciones básicas para que el país progrese. Los últimos datos sobre la actividad económica son muy positivos, lo que indica que, pese al terremoto, la siembra de las políticas aplicadas en los años anteriores puede traducirse en una buena cosecha. Si en los meses que vienen se crean muchos nuevos empleos, será bueno para el país en su conjunto.
Pero Piñera necesita actuar con moderación y sentido de Estado. Se nota demasiado que quiere sacar pequeñas ventajas por aquí y por allá, echando la culpa de determinados problemas al gobierno de la Presidenta Bachelet. Por ese camino no conseguirá mucho, como lo evidencian las encuestas. Es perfectamente válido que el Congreso y los ciudadanos juzguen lo hecho por el gobierno anterior, pero el nuevo gobierno tiene que responder a los retos de hoy, concentrarse en el esfuerzo por dar solución a las necesidades concretas, entre ellas las derivadas de la reconstrucción de la zona devastada por el terremoto.
Los gobernantes de mente abierta y espíritu autocrítico pueden aprender muchas cosas en el ejercicio del cargo. En el caso de Piñera, lo que más necesita es aprender a actuar con templanza. Fue valioso que invitara a La Moneda a los ex Presidentes y que haya manifestado disposición a escuchar sus consejos. Pero debe ser coherente. No puede un día llamar a la unidad nacional, y al siguiente disparar contra su predecesora.
Michelle Bachelet fue muy sobria al referirse a la conversación que mantuvo con Piñera el jueves 19. Es obvio que no podía dejar de mencionar las preocupaciones que le manifestó directamente, entre otras la apresurada y torcida presentación que él hizo de los primeros datos de la encuesta CASEN, con la visible intención de descalificar las políticas de protección social del gobierno anterior. De inmediato, la vocera de gobierno salió a decir que este no era el momento de la “crítica política pequeña”. ¿Acaso La Moneda pretende que Michelle Bachelet no responda a las críticas, sobre todo si la campaña descalificadora la encabeza el propio Piñera?
Por desgracia, da la impresión de que el Mandatario no puede controlar su naturaleza impulsiva y su deseo de “ganar algo” de inmediato. Nada bueno puede esperarse de ese estilo, que genera inquietud en las propias filas del oficialismo y erosiona la credibilidad del gobernante.
En este contexto, lo deseable es que las fuerzas opositoras mantengan la cabeza fría y actúen teniendo siempre presente el interés colectivo y las perspectivas de progreso del país.
—————————————————
Comentarios