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Perspectivas para una nueva oposición

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Era un final previsible, quizás algo oculto por aquella esperanza que nunca se pierde. Confiábamos en un “terremoto político”, pero sólo tuvimos una derrota electoral y un terremoto de verdad. Piñera logró rentabilizar su inversión y ganar una elección presidencial por un margen algo más que estrecho, terminando de paso con una seguidilla de gobiernos concertacionistas más elocuentes en felicitarse por sus éxitos que meditar sobre sus carencias. Las razones son varias y ya muchos –con más, menos o ninguna razón- han hablado de ellas.

Resta ahora plantearse los términos de una nueva oposición que, considerando el nuevo y desfavorable escenario, logre morigerar el impacto del programa político, económico, social y cultural de la derecha en el poder. Plantearse –nuevamente- como una alternativa real de poder, con capacidad de reformularse como fuerza política y rescatar al electorado perdido o indiferente.

Los pasos para volver a intentar un proyecto político democratizador e igualitario (esta vez con más éxito, esperemos) son varios, y las presentes líneas no pretenden constituirse en una receta infalible para lograrlo. Son, simplemente, “perspectivas”, en el sentido de propuesta, hipótesis, sondeo. Más allá de la pertinencia de los elementos a exponer, resulta necesario –tanto por parte de los actores político-partidarios como también de la sociedad civil- intentar esta reflexión, so pena de eternizar a la derecha en el poder.

La derrota electoral implica un cambio en las formas y el fondo de la política de quienes hasta este 11 de marzo estuvieron en el poder, como también de quienes se situaron a la izquierda de ella. Cambio que puede ser desgarrador, incluso traumático, pero que, a todas luces, se muestra como necesario y positivo. Si los vientos políticos favorecen estos planteamientos, el interregno fuera del poder podría transformarse en un punto de inflexión que abra un período en donde se salden las “deudas pendientes” de la Concertación y se recupere aquella relación entre principio doctrinario y práctica política tan debilitada en los últimos lustros.

La Concertación perdió el poder, en primer lugar, por un problema ideológico. Incapaz de reafirmar su pertinencia política ante una ciudadanía escéptica y cambiante, no pudo instalarse legítimamente como continuidad, sucumbiendo sin respuestas eficientes ante las críticas de burocratización y corrupción lanzadas desde el otro lado de la calle. Se instaló en el centro del debate público el tema de la incompetencia del Gobierno, transformándose la elección en un verdadero plebiscito. El oficialismo no pudo revertir esa tendencia y, a pesar de que el candidato opositor presentaba múltiples flancos, no pudo contrarrestar la estrategia rival. Todo esto tiene varias aristas, pero todas ellas tienen en común una carencia discursiva a nivel ideológico que, entre otras cosas, no pudo renovar el sentido de la coalición. De allí que salieran distintas denominaciones para el bloque, e incluso apareciera una candidatura populista-independiente de sus filas que le hizo gran mella. Enríquez-Ominami, con su batería de críticas a la dirigencia partidaria de la Concertación no hizo más que legitimar los dardos de la derecha. Ambos, ciertamente que con distintos motivos, trabajaron para la derrota final de Frei.

La reformulación ideológica de la Concertación debería apuntar principalmente al reencuentro de la noción de “cambio social”, entendiendo por ello la formulación de una línea estratégica viable que permita acercar a la realidad social chilena a los principios doctrinarios históricos de la izquierda. Deben repensarse, en este sentido, varios tópicos: el rol de la educación estatal, la propiedad de las riquezas básicas, la salud pública, las consecuencias sociales del sistema económico, la equidad real como horizonte social, los medios de comunicación, la inserción en el mundo global, la relación con los actores económicos. Una reflexión general sobre estos y más puntos podrían dar luces sobre la forma y el sentido del cambio social a proponer.

Los partidos de la Concertación y de otros conglomerados ahora en oposición tienen también necesidades de orden político. Las estructuras partidarias deben democratizarse, en el sentido de lograr transparentar los mecanismos de participación en su interior y posibilitar así una renovación institucional de sus cuadros dirigentes. Ello, a la vez, debe ir acompañado de un esfuerzo por recuperar una militancia social perdida luego de dos décadas en el poder. Los partidos políticos de oposición deben transformarse en referentes institucionales de primer orden para aquella mayoría del país que se opone a la profundización del capitalismo neoliberal, articulando tras ellos a las redes y movimientos sociales hoy dispersos. Es necesario, en la hora presente, pasar del concepto utilitarista y pragmático de la política -aquel de la política “en la medida de lo posible”- a uno propositivo y constructor, que logre aglutinar a los sectores ciudadanos afines en torno a un proyecto político orientado al cambio social. Sin menospreciar los mecanismos estatales de toma de decisiones, es necesario construir desde la sociedad civil, fortaleciendo sus redes y organizaciones y articulando sus demandas con la oposición política. La política, en ese sentido, debería dejar de estar asociada a la administración de un orden y pasar a ser entendida como la postulación de otros órdenes posibles.

Todo esto, por cierto, dista de ser fácil. A las resistencias propias de estructuras políticas en tiempos de cambio, se le suma el desfavorable escenario con el que se inicia el gobierno de la derecha. Los llamados a la “unidad nacional” y las invocaciones demagógicas en torno a la “segunda transición”, esta vez hacia el “desarrollo”, si bien desestimadas en un momento, adquirieron legitimidad política a raíz del destructor terremoto que devastó la zona centro-sur del país a solo días del inicio de la nueva administración. Los dirigentes concertacionistas, reunidos con el mandatario electo, acordaron apoyar políticamente todas aquellas medidas que impulsen la reconstrucción nacional, en un gesto no sólo correcto, sino que necesario. Sin embargo, existe el peligro de que la lógica de la “unidad nacional” influya en la creación de políticas públicas y el manejo económico, haciendo del disenso un hecho anti-patriótico.

La nueva oposición debe, con sutileza, demarcar el ámbito de la reconstrucción, evidenciando cada vez que corresponda la intromisión de aspectos programáticos del Ejecutivo. Las alusiones patrioteras, así como hace algunas semanas las referencias a la “democracia de los acuerdos”, bien los sabemos, no tienen otro objetivo que desactivar el potencial desestabilizador de una oposición que, como hemos señalado, puede convertirse en un polo determinante de alternativismo político. Resulta necesario, en este sentido, definir con claridad las diferencias que separan oficialismo y oposición, más allá de las rivalidades personales propias del juego político. Hace falta, una vez más, un esfuerzo reflexivo que logre esto, a través de una reevaluación tanto de la realidad social chilena como del balance general de los gobiernos de la Concertación.

En síntesis, la oposición necesita de una cirugía mayor y en varios planos. Primero, necesita revisar la situación orgánica interna, tanto de aquellos que están, estuvieron y nunca han estado en la Concertación. A través de las peripecias de ser oposición, la coyuntura actual representa una opción para trabajar en pos de una unidad política más sólida, que, por un lado, anule el fenómeno “díscolo” y, por el otro, consolide los atisbos de alianza con otras fuerzas, principalmente el Partido Comunista. Ello, por cierto, debe ir unido con un rescate de la amplitud social de la militancia de centro-izquierda, semejante a aquella que logró generar las condiciones políticas necesarias para derrotar a la dictadura. En segundo término, se requiere de una reformulación programática de las colectividades de oposición, en orden a plantear alternativas al régimen político, económico y social actualmente vigente. Los principios de la equidad y la justicia social, desde las distintas tradiciones políticas presentes en la centro-izquierda chilena, deben rescatarse y adaptarse a las condiciones presentes.

El objetivo es uno sólo: lograr generar las condiciones necesarias para que la presencia de la derecha en el poder constituya sólo un paréntesis, y que desde esa situación pueda retomarse la senda de progreso social igualitario, profundización democrática y desarrollo económico equitativo perdida hace mucho tiempo.

 

 

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