Los tiempos del “estallido social” o de la rebelión popular anti-neoliberal llegaron para quedarse, y para traslucir las grietas del sistema cultural-económico impuesto a punta de fusil durante la dictadura cívico-militar. Un sistema que nació al calor de la revolución de 1973 y que siguió en creciente desarrollo con la necesaria cuota democrática del periodo de la transición.
El orden, la paz y la violencia se toman las pantallas como el eco de la vocería del Gobierno de Sebastián Piñera. Nada nuevo bajo el sol. Después de todo, el poder además de distorsionar la personalidad sobre la que recae, exaltando el narcisismo del líder, es capaz de alterar la visión de la realidad mediante un lenguaje ideológico. De modo que las palabras pueden cubrir con un manto de falsedad lo que sería real.
Es notable la delgadez analítica de ciertos académicos, políticos y comunicadores al momento de hablar de “la violencia”. El enemigo es rápidamente identificado como el joven encapuchado, el saqueador, o el que quema un centro de comercio, entre otros. En La canción de nosotros, Galeano lo narra: “el enemigo se infiltra, anida, intoxica, asedia: huele a azufre, tiene cuernos, es nocturno, joven y numeroso”. Son las “células malas” de las que habló metafóricamente un carabinero. Pero todo lo anterior quita u omite el aspecto humano, sutil y diferenciador de cada una de las acciones que se han entendido como violentas.
En primer lugar, como Pedro Lemebel dijo, toda manifestación de una minoría social va a ser violenta para quien oprime, sea la clase opresora o el individuo. Teniendo en cuenta esto queda un basto campo de situaciones existenciales muy variadas pero que son “metidas en el mismo saco”. Con el solo afán de enumerar uno puede encontrar en el saqueo, por ejemplo: el saqueo simple de robar (como forma de intercambio) un six-pack de cervezas para el consumo propio; el saqueo de robar una gran cantidad de alimentos primarios para luego repartirlos entre los vecinos; el saqueo de robar mercadería para venderla después, lo que se consigue de noche se vende de día; el importantísimo saqueo que roba objetos para lanzarlos al fuego de una barricada, un símbolo de desprecio a las mercancías. En este último punto no está mal recordar la significativa imagen de personas quemando televisores inteligentes nuevos, recién saqueados, en la calle.
Al parecer el saqueo tiene memoria, ya que los ataques ocurrieron principalmente sobre tiendas de aquellas marcas conocidas por estar vinculadas en casos de colusión, o de bancos y otros símbolos del capitalismo comercial. La lista podría continuar si uno entra se interroga por quienes son, por ejemplo, los que preparan una barricada, o el sector donde ocurren o las circunstancias, etc. Sin embargo a pesar del lema “frente a problemas complejos soluciones complejas”, tanto las autoridades como los intelectuales se quedan en la simpleza ideológica de la violencia organizada o del terrorismo de los violentistas, omitiendo, de paso, la complejidad existencial que envuelve cada uno de los sucesos que colorean la rebelión popular.
La paz social es afectada por la violencia. Cuando esto se dice: ¿de qué paz se habla?, ¿cuál es la violencia que la afecta?. Sobre la violencia como una acción humana Fromm, en El corazón del hombre, distingue algunos tipos. Podríamos hablar de la violencia lúdica que es aquella que tiene por objeto demostrar destreza, por ejemplo en los deportes o juegos infantiles, sin estar motivada por el odio, ni por un impulso destructor.
Existe una violencia sistémica, institucionalizada, que engendra una respuesta violenta por parte de la sociedad afectada. Aquella afectación no es otra cosa que el resultado de la dominación y opresión cotidiana ejercida sobre la mayoría de la población en Chile
Luego encontramos la violencia reactiva que es aquella que se emplea en defensa de la vida, la libertad, de la dignidad, de la propiedad, ya sean las de uno o las de otros. Esta violencia tiene sus raíces en el miedo, sea real o imaginario, y su finalidad es la conservación y no la destrucción. Un aspecto de la violencia reactiva se relaciona con la frustración, es decir, cuando se frustra un deseo o necesidad; pero continúa siendo una violencia que lucha por la vida y no por la destrucción. Otro tipo de violencia, relacionada con la anterior, es la violencia vengativa. Este tipo de violencia se produce cuando el daño ya ha sido causado, por lo tanto no se trata de una violencia reactiva, defensiva, sino del intento irracional de anular lo realizado. Es una forma de restablecer la estimación de sí mismos, arrebatada por la opresión, por la ausencia del reconocimiento humano, aplicando la lex talionis “ojo por ojo, diente por diente”. Se trata de una destrucción simbólica motivada por el dolor, es el grito desgarrador e incontrolable de la injusticia que conduce a la miseria. Esta última forma también se origina en el desengaño, en la ausencia total de la fe en algo, así quienes ya no tiene nada que perder, nada en que creer, ni un futuro que anhelar, exteriorizan su falta de pasión por la vida (originada socialmente) en forma violenta.
Aun queda otra forma de violencia: la violencia compensadora, que nace de la impotencia humana. Habitualmente las personas tendemos a producir, a crear, sin embargo en la actualidad la vida ha sido reducida a una rutina, el tiempo libre a una pausa dentro de la jornada de trabajo, la recreación en una necesidad para seguir trabajando como una máquina. La vida mecanizada impide la creación, el ser humano tratado como engranaje de un sistema productivo cae en la impotencia. Desde el punto de vista de la era digital en que nos encontramos, en El enjambre, Byung Chul Han comenta que “Hoy, en efecto, estamos libres de las máquinas de la era industrial, que nos esclavizaban y nos explotaban, pero los aparatos digitales traen una nueva coacción, una nueva esclavitud. Nos explotan de forma más eficiente por cuanto, en virtud de su movilidad, transforma todo lugar en un lugar de trabajo y todo tiempo en un tiempo de trabajo”. De lo que resulta una pérdida de la libertad, una potencia, que despojada de su capacidad creadora, conduce su energía en el sentido opuesto: la destrucción.
Existe una violencia sistémica, institucionalizada, que engendra una respuesta violenta por parte de la sociedad afectada. Aquella afectación no es otra cosa que el resultado de la dominación y opresión cotidiana ejercida sobre la mayoría de la población en Chile. Sin embargo la hegemonía de quienes dominan, los poderosos, consiste en poder transformar sus experiencias como si fueran las experiencias sociales. Entonces pueden llamar democracia a un sistema que permite su participación y poder, que podría ser realmente una plutocracia; pueden llamar Estado de Derecho a un Estado que los beneficia abiertamente, incluso en perjuicio de el desarrollo material y espiritual de la comunidad; pueden llamar paz social a su propia paz privada, para seguir gozando, en “normalidad”, de sus lujos y privilegios sostenidos por una sociedad ferozmente saqueada, explotada, burlada y empujada a la infelicidad y a la depresión.
La paz social, al menos la auténtica paz social, sólo vendrá de la mano de la justicia social y del fin de la violencia que se ejerce desde arriba y desde la institucionalidad. Es decir que necesitamos una solución compleja en un sentido real y no solo discursivo, dicha solución implica tomarle el peso al proceso que vivimos como país y proponer caminos nuevos; claramente todo esto desde las nuevas organizaciones territoriales, desde aquellas organizaciones que adhieren a modelos de democracia participativa y directa, o sea: nuevos caminos, frutos de históricos aprendizajes y experiencias, construidos por quienes buscan vivir en paz, en nuestra paz y libertad. La salida o el punto de partida, depende como se mire, requiere todo nuestro compromiso ya que, por lo menos, el orden establecido dispondrá de toda su capacidad económica, intelectual, comunicacional y represiva con tal de conservar los privilegios que son alimentados por la miseria en que viven miles de chilenos y chilenas.
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