Los partidos políticos son instrumentos colectivos para lograr beneficios, que no necesariamente vienen a satisfacer el interés individual de sus miembros, sino que estos son vinculantes con el pueblo a medida que se entre al juego de la disputa del poder. Si bien no siempre han existido, en todas las sociedades se han producido divisiones en torno a la obtención del poder político. Así, Maurice Duverger sostiene que su evolución aparece históricamente al desarrollo de la democracia entendida como extensión del sufragio popular (agreguémosle nosotros también clivajes, factores locales, ideológicos y de interés).
En el caso de Chile, encontramos el origen del sistema de partidos y su modernización a través de distintas divisiones estructurales, las cuales son: en primer, lugar el conflicto entre la Iglesia Católica y la justicia civil en el siglo XIX; en segundo lugar, la cuestión social; en tercer término, la movilización política de los sectores rurales para que, en último término, exista una modernización y reestructuración en contexto de y post-dictadura con los partidos vigentes.
Los partidos hoy están en crisis, es evidente; pero sin embargo estos son esenciales para concebir la democracia. En la actualidad, su desprestigio se debe a distintos factores. Por nombrar algunos, tenemos la mala performance general del sistema político, la baja adaptación al cambio de sus funciones frente a una mayor autonomía ciudadana donde la poca transparencia y la baja democracia interna no ayudan mucho; y, por último, la complejidad actual de representación debido a la distancia entre el mundo político y el mundo real.
Se hace sumamente fácil e incluso cómodo declararse apartidista. Es un discurso común en estos días e incluso entendible, pero ello no le quita lo burdo y peligroso al asunto; pues, como mencionamos, los partidos son esenciales para el desarrollo democrático. En efecto, estos dominan el proceso electoral, reducen los costos de información, canalizan y articulan intereses (en su rol de actor político colectivo), dibujan el paisaje y agenda política y, finalmente lo más importante, limitan el ejercicio del poder. Siendo así, en resumidas cuentas y según Sartori, que cumplen una función de comunicación, canalización y expresión en la vida política de una sociedad.
Se hace sumamente fácil e incluso cómodo declararse apartidista. Es un discurso común en estos días e incluso entendible, pero ello no le quita lo burdo y peligroso al asunto; pues, como mencionamos, los partidos son esenciales para el desarrollo democrático.
A pesar del pesimismo de algunos sectores con el quehacer político, el futuro es positivo. Esto en virtud de lo planteado en un comienzo sobre las divisiones estructurales; pues el escenario de constante demanda social ha abierto el espacio para que surjan nuevos partidos y movimientos políticos (los cuales en parte tienen visión de institucionalizarse) de las más diversas vertientes ideológicas, lo que da para especular de una quinta división estructural que está dando origen a una modernización del sistema de partidos, en pos de sanear vicios, dar espacios a las nuevas generaciones y sobretodo recuperar confianzas, que es lo que se nos dicta hoy como país.
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