Debo haber tenido unos 13 años cuando me toco leer Un mundo feliz (Brave New World), del escritor británico Aldous Huxley. Me costó entenderla en aquel entonces donde por ninguna parte se asomaba algún atisbo de la tecnología comunicacional. Frente a lo explícito y concreto de la realidad de los ochentas, no se me imaginaban muchas cosas que hoy serían más simples de comprender.
La novela se basaba en el relato de una sociedad imaginaria que anticipaba el desarrollo de una tecnología reproductiva mediante cultivos humanos, lo que era posible gracias a la hipnopedia que significa algo así como educación a través del sueño. Hipno en griego significa sueño y pedia, educación. Entonces en el libro se le llamaba hipnopedia al proceso de aprendizaje a través del sueño que experimentan los seres humanos durante la niñez.
Por otra parte, mediante la distopía se producía el manejo de las emociones a través de drogas (en el libro era el soma) que, combinada con alcohol, diazepam o heroína cambiaban radicalmente el comportamiento social de un sujeto. Algo parecido a lo que podemos experimentar hoy con el clonazepam, al ser un fármaco que actúa sobre el sistema nervioso central, con propiedades ansiolíticas, anticonvulsionantes, relajantes, hipnóticas y estabilizadoras del estado de ánimo. En fin, nada nuevo para quienes hemos tomado anti angustiantes mil veces en la vida. Pero en concreto, no se debe mezclar con alcohol con estas drogas, pues se produce una especie de intoxicación.Solo reflexiono lo que la ciencia ficción de los años 30 y 50 vaticinaron y cómo la historia se encargó de hacerlo posible gracias a la supuesta emancipación. ¿Qué fue lo que triunfó?
En el libro se expone una sociedad totalmente imaginaria, bajo una ideología determinada que sería lo opuesto a una utopía. Más bien hacía referencia a una especie de “utopía negativa” donde la realidad transcurre en términos antitéticos. Es decir, se basaba en una supuesta sociedad ideal pero manejada por los poderes fácticos y alimentada con drogas ansiolíticas: las dos mezclas contemporáneas de dominación social. ¿Hoy cuántos amigos nuestros toman Ravotril y cuántos de ellos quisieran estar eternamente en un sopor que permita olvidar por un instante nuestra vida?
En el Mundo Feliz de Huxley, a través del soma es posible mantener a los sujetos en una sociedad adormecida, drogada para ser feliz, controlada y sin capacidad de rebelarse, y así al no existir frustraciones ni expectativas, tampoco hay un sector que busque la justicia, el cambio, ni siquiera la felicidad. Lo que hay es una sociedad mecánica programada para no experimentar la euforia, el descontento y las ansias de rebelión, es decir no enfrentar una realidad que incomode.
El mundo aquí descrito podría ser una utopía, aunque irónica y ambigua: la humanidad es ordenada en castas donde cada uno sabe y acepta su lugar en el engranaje social. Una sociedad saludable, avanzada tecnológicamente y libre sexualmente. Aunque si no fuera por la libertad sexual, podríamos decir que se parece al Opus Dei eso de saber el lugar que cada uno debe ocupar con humildad y resignación.
En esta sociedad la guerra y la pobreza han sido erradicadas, y todos son permanentemente felices. Lo paradojal en el libro es que todas estas cosas se han alcanzado tras eliminar muchas otras: la familia, la diversidad cultural, el arte, el avance de la ciencia, la literatura, la religión, la filosofía y el amor.
Por su parte George Orwell en el libro 1984, el que leí como a los 16 años, se refiere a una sociedad en la que se adultera la historia de acuerdo a la conveniencia del partido único gobernante. Una tiranía intenta hacer imposible entender el mundo real y busca sustituirlo con fantasmas y mentiras. El conflicto es el choque entre un funcionario público y un Estado que es físicamente todopoderoso mediante la vigilancia permanente, so pretexto que lo que se busca es el bien común.
En alguna parte leí que la publicación de Orwell se desarrolla en un contexto herido por la guerra reciente del nazismo y con la vista puesta en el emergente régimen de Stalin. Orwell entonces veía a las nuevas tecnologías no como algo liberador, sino como algo esclavizador. Así lo captó la naciente televisión masiva y de las lenguas universales como el esperanto, de moda en su tiempo, como instrumentos para homogeneizar los cerebros.
El sr. Smith era un funcionario del Ministerio de la Verdad, encargado de cambiar los registros históricos para que se ajustaran a una versión oficial de una sociedad siempre cambiante. De ahí es que se instala el concepto de un estado «orwelliano» para hacer referencia a un estado opresor, vigilante, un “gran hermano” que siempre te está mirando (hay unas especies de cámaras y televisores grabando en cada esquina). Como moraleja queda el hecho de que el miedo a una guerra inminente, el miedo a una amenaza “externa” de manera permanente, lleva a justificar que un Estado oprima a quienes considera sus enemigos, aspecto constante en la política exterior de Estados Unidos y también a su política interna de vigilar y castigar como decía Focault.
Planteaba Orwell...despiertos o dormidos, trabajando o comiendo, en casa o en la calle, en el baño o en la cama, no hay escape. A veces pienso en los celulares, ¿cuántas veces no estamos hablando con amigos de un tema específico y luego nos llega publicidad de aquello de lo que hablábamos?, y que miedo de saber que incluso nuestros celulares pueden ser un “gran hermano” orwelliano.
Por su parte en la ex Unión Soviética no prosperó su conquista a toda Europa Central y el fantasma del fascismo nunca revivió, por el contrario, su estigma y la nueva dominación judía en el mundo, hizo desaparecer cualquier rastro que alabara al nazimo.
Sin embargo, sí se desarrolló por al menos 70 años la idea de una sociedad basada en la despersonalización del individuo, en la promoción de lo colectivo y de un estado fuerte y planificado económicamente. Así, ambas sociedades la norteamericana y la soviética, instalaron fuertes mecanismos de control de los individuos, tuvieron una prolongada Guerra Fría y vigilaron y castigaron a los opositores a sus propios regímenes. El eventual totalitarismo soviético compitió con la horrible crueldad de la guerra de Vietnam, y si bien en honor a la historia no se pueden comparar los diferentes procesos, los nortemericanos han cometido la máxima crueldad con centro y sud américa, creando sicarios, pobreza, dictadores militares implacables. Lo propio pasó con la anexión de países autónomos a la dominación soviética, pasando por alto las culturas, creencias y religiones.
Y así suma y sigue la literatura y el cine, con las ideas del control y el espionaje, el concepto de un estado con oídos sordos, absurdo, incoherente y cruel al fin.
En Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, leída en la misma época, también se presenta una sociedad en la que los libros están prohibidos y para esto existen bomberos que queman cualquier texto que se encuentre en la escala de temperatura sobre 451 grados. El protagonista del relato es un bombero que acaba por cansarse de su rol como censurador, decide renunciar a su trabajo y eventualmente se une a un grupo de resistencia que se dedica a memorizar y compartir las mejores obras literarias del mundo.
No puedo dejar de pensar en esa imagen viva del golpe de Estado en Chile y en la quema masiva de libros. Que increíble que en pleno siglo XX se haya pensado todavía en la extinción del conocimiento y de la crítica social mediante la destrucción de textos. Y claro la novela expone el rol histórico que ha tenido la quema de libros para reprimir ideas disidentes.
Luego ya yo más grande, quizás saliendo de 4 medio fui a ver la película Brazil. Era también una película de ciencia ficción y contaba la historia en un mundo distópico, y aunque tenía mucho de orwelliano, además gozaba de un humor cruel y satírico. En la película, un burócrata embutido en el sistema se ve arrastrado involuntariamente a una lucha contra el Estado debido a su relación con un activista clandestino y una extraña pero hermosa mujer. Sin saberlo, el funcionario acabará desafiando a la propia maquinaria tecnocrática de la que es parte y cómplice.
Solo reflexiono lo que la ciencia ficción de los años 30 y 50 vaticinaron y cómo la historia se encargó de hacerlo posible gracias a la supuesta emancipación. ¿Qué fue lo que triunfó?, pues la libertad no exactamente, más bien se cumple la idea orwelliana. Cada uno de nosotros es esclavo de la tecnología y peor aún del capital.
Estamos atados a nuestros cuerpos individuales, amarrados al fondo del mar como Marta Ugarte, el que se encarga de hacernos flotar, de expulsarnos y nosotros impunemente queremos volver a su fondo
¡Oh, qué maravilla!
¡Cuántas criaturas bellas hay aquí!
¡Cuán bella es la humanidad! Oh, mundo feliz,
en el que vive gente así.
Comentarios
14 de septiembre
La secuencia de relatos está dispuesta como una conversación de café. De modo libre se van juntando hilos como en un tejido. Maravilloso eso…..Solo creo que cuando aparecen voces esencialistas, se cae en un peligroso fascismo sobre el que debemos estar atentos. Claro, el lenguaje corriente no siempre lo distingue en su cotidiana presencia.
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14 de septiembre
De que estamos en un futuro que parecía ficción, el de ese control por medio de la tecnología, por ejemplo, estamos. Hay un dicho que nos sirve mucho a quienes nos gusta escribir y leer… y que hemos visto tanta cosa en este mundo infeliz, y es que la realidad supera la ficción. Siempre me pregunto por las y los autores de ciencia ficción, por esa capacidad de imaginar tanto más allá… Me hizo viajar a esas y estas historias el texto. El fondo donde queremos volver no me queda claro en principio. Gracias Teresa por seguir escribiendo sin pretensiones, con tus opiniones sin censura y a veces con humor.
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