La alta abstención de las últimas municipales volvió a exponer la compleja relación que existe entre juventud y política. Al garantizar una cobertura del 100% de los mayores de 18 años, se creyó que la ley de inscripción electoral y voto voluntario rejuvenecería, en la práctica, un universo envejecido de votantes. Sin embargo, esos casi 5 millones de nuevos chilenos y chilenas con derecho a sufragio, nacidos en su mayoría después del plebiscito del ‘88, marcaron poco o nada a la hora de hacer con su potencial electoral, una real diferencia.
Qué está pasando con ellos entonces, es la gran pregunta que ronda entre analistas, expertos y líderes sociales. Si bien estudios cualitativos realizados el primer semestre de este año nos mostraron algo de tal comportamiento en las urnas, también nos dejaron pistas para aventurar respuestas o hipótesis que podrían desmitificar la idea instalada por varios análisis que sostienen la indiferencia de los jóvenes por participar en política.
Ya lo habían dicho los números. La mayoría de los jóvenes chilenos entre 15 y 29 años sí participa en organizaciones, pero no en aquellas asociadas convencionalmente al mundo adulto con membrecía formal y estructura jerarquizada, sino en agrupaciones más horizontales e informales, con menor deber de “militancia” permanente. 47% en grupos deportivos, 23% en comunidades virtuales, 21% en grupos culturales y 18% en agrupaciones de voluntariado, entre otros. (Fuente ENJUV 2010).
La masiva participación estudiantil de secundarios y universitarios en las marchas también es prueba de esa motivación por movilizarse con capacidad de transformación y opinión. Una encuesta que realizáramos unos meses atrás, nos permitió inferir que la mitad de los estudiantes de Enseñanza Media de la Región Metropolitana se hizo parteen alguna marcha o paro estudiantil, un tercio en tomas de establecimientos y otro tanto, participó de la heterogénea gama de acciones de protesta y asociatividad desplegadas. ¿Recuerdan las asambleas, carnavales, flashmobs o besatones? Son distintos reflejos, cada uno en su estilo, del significativo interés juvenil por participar de los asuntos públicos; a veces representando sus demandas, otras, ayudando a su comunidad con acciones sociales o generando espacios de encuentro; o simplemente buscando expresar sus identidades en construcción en el espacio público.
Pero sin embargo no votaron en las municipales y, aunque es probable que las presidenciales convoquen más su interés, no hay ninguna certeza de que asistan a las urnas … ¿Por qué?
Si bien la mayoría de los jóvenes (43%) valora la democracia como sistema de gobierno (ENJUV 2010), existe una opinión negativa que cruza las instituciones sociales. No le creen a los parlamentarios ni al poder judicial ni al gobierno. Su alta desconfianza hacia “los políticos” está asociada a una fuerte sensación de marginalidad respecto de las decisiones que se toman. No son considerados ni escuchados. A una escala menor, no es gratuito que muchos secundarios prefieran organizarse en asambleas en vez de centros de alumnos, por ejemplo.
La encuesta a secundarios antes citada, muestra que, pese a que un 80% de ellos tiene centro de alumnos en sus establecimientos, sólo un 40% se siente representado y menos de un 20% participa de ellos.
Así, ¿qué podría motivar a un(a) joven a participar de alguna institución tradicional?
Los jóvenes no requieren que se les enseñe a cómo votar o cómo operar en nuestro actual sistema político. Menos aún, aprender a hablar el lenguaje político. Lo que piden es que leamos lo que nos están diciendo sin su voto, y a cómo canalizar sus deseos de participación en un sistema político que sea capaz de escuchar los nuevos giros de su propio idioma.
Claramente la participación político-electoral no ha logrado perfilarse como algo que pudiera cubrir sus expectativas de movilidad social y sentido de pertenencia y acogida. Para ello se requieren cambios institucionales profundos. Y aquí, los mismos jóvenes parecen trazarnos un posible derrotero: es necesario con urgencia desarrollar espacios de formación para la democracia.
El vacío en ese ámbito es negativo cuando los jóvenes reconocen recibir abundante información sobre asuntos políticos y de coyuntura en general. Ven televisión, leen en internet y escuchan radio. Información no les falta. Un decidor 80% quisiera recibir mejor educación cívica en la escuela y cerca del 60% piensa que votar podría ser un factor de cambio social. Sin embargo, sólo un tercio conversa de política con su familia y menos del 10% formaría parte de un partido político. ¿El interés por “la” política existe? Sí, el problema parecieran ser “los políticos” y su forma de practicarla.
Aunque puede ser importante, los jóvenes no requieren que se les enseñe a cómo votar o cómo operar en nuestro actual sistema político. Menos aún, aprender a hablar el lenguaje político. Lo que piden es que leamos lo que nos están diciendo sin su voto, y a cómo canalizar sus deseos de participación en un sistema político que sea capaz de escucharlos nuevos giros de su propio idioma.
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